Álvaro Vargas Llosa: “La reconciliación con mi madre es lo más hermoso que ocurrió en la etapa final de mi padre”

Seis meses después del fallecimiento del premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el pasado 13 de abril, los homenajes literarios, académicos y personales en torno a su figura se suceden este otoño. Desde el Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en su ciudad natal, Arequipa —donde también se ha relanzado la casa museo dedicada al escritor—, hasta la velada celebrada en la Maison de l’Amérique Latin de París, o las jornadas organizadas en Madrid por la revista Letras Libres La literatura es fuego, el estudio y la difusión del legado de Vargas Llosa han estado en primer término. Así se ha sentido especialmente en la celebración la VI Bienal Vargas Llosa, organizada por la cátedra del escritor y celebrada del 22 al 25 de octubre en Cáceres y Trujillo, en la que se falló el premio de novela que recayó en El caballo dorado de Sergio Ramírez. Álvaro Vargas Llosa (Lima, 59 años), hijo mayor del novelista, concedió allí esta entrevista en la que comparte sus recuerdos sobre el final de la vida del Nobel.

Pregunta. ¿Cómo fueron esos viajes que emprendió con su padre por Lima al final de su vida?

Respuesta. Yo tenía que cumplir una función, tenía la responsabilidad de conducirlo, y además quería que él fuera recordando cosas. En la vida real a él le encantaba convertirse en personaje, era un aventurero. Él decía siempre que no quería vivir entre paredes de corcho, quería hablar con todo el mundo. Siempre quería hablar… En esos viajes la idea era llevarle a donde ocurre, por ejemplo, el último capítulo de La historia de Mayta, era fundamental que esos paseos le hicieran rememorar lo que estaba perdiendo. Era un trayecto largo: él me escuchaba, y era evidente qué cositas iba recordando.

P. ¿Usted le guiaba?

R. Le iba recordando. Le decía, por ejemplo, que en el capítulo que fuera había un narrador que se llamaba Mario Vargas Llosa, que va a la cárcel a buscar a Mayta. Le decía: ‘Quiero que te conviertas en el narrador que está yendo a la cárcel’. Era una responsabilidad. Otras veces era la historia de un niño que veía al padre morir. Él abría los ojos, era evidente que estaba recuperando imágenes, que vislumbraba cosas un poco vagas contadas por él mismo en sus libros.

P. De todo lo que vivió en esos trayectos, ¿qué le emocionó a usted más?

R. Lo novedoso era lo más duro: ver al hombre vital que había sido metido en una especie de cárcel, completamente aprisionado por la enfermedad. Por eso los paseos eran tan importantes y, por eso, viajar con él y con la ficción. La relación familiar fue intensa; siempre fuimos una familia, pero ahora éramos una tribu. Aunque viviéramos desperdigados por el mundo, todos convergíamos hacia él. Lo vivíamos con una intensidad nunca vista.

P. ¿Qué fue lo más hermoso de ese reencuentro?

R. La reconciliación con mi madre es lo más hermoso que ocurrió en la etapa final de su vida.

P. ¿Cómo fue?

R. Fue un acto de amor, que ya no se podía expresar de la misma manera que antes, lógicamente, porque estaba en aquella cárcel que lo limitaba físicamente y mentalmente. Pero no tanto como para que no pudiera expresar en gestos de amor a mi madre lo mucho que le debía y la mucha gratitud que le tenía. Y era un acto de contrición. Mi madre estaba muy conmovida, muy generosa. Yo hice 12 viajes a Perú en el curso de 12 meses, a estar con ellos. Desde París, desde Nueva York, para estar con ellos, con mis hermanos. Ese encuentro fue lo más hermoso que vi, todo fue muy genuino, auténtico. Si tú estás con tus facultades limitadas, un gesto pequeño es un gesto que lo dice todo. Recordar los poemas que ellos habían leído en los años sesenta era muy hermoso para él.

Mario y Álvaro Vargas Llosa fotografiados en Bogotá en 2018.

P. ¿Y su relación padre-hijo?

R. Los paseos se convirtieron en una cosa maravillosa. Una forma de ayudarle a morir feliz. Cuando llegaban las dos de la tarde, acabábamos de comer, y ya quería salir, era el momento cumbre del día. Fue muy duro, pero hermoso.

P. ¿Hubo en algún momento la evidencia de que él ya no recordara?

R. Había lagunas importantes, por supuesto.

P. ¿Su última novela, Le dedico mi silencio, la escribió con la memoria aún plena?

R. Sí, en perfecto estado de memoria. Fue lo último que pudo escribir. Cuando corrige las pruebas ya se advierte una decadencia. Luego quiso arrancar su ensayo sobre Jean-Paul Sartre, pero ya no pudo. Fue a la Academia Francesa, a recoger aquellos honores tan importantes para él, y ahí sintió que podría escribir sobre Sartre, pero me di cuenta de que eso no ocurriría.

P. En su último año de vida decidió despedirse de EL PAÍS, donde escribió sus tribunas durante más de 30 años.

R. La relación con EL PAÍS fue umbilical, fraternal. Él fue tentado muchas veces para irse, pero nunca titubeó. Decía: ‘EL PAÍS jamás me ha puesto una limitación, yo tengo la obligación moral de seguir’. Era su periódico. Punto.

P. En este encuentro en Cáceres, bajo la dirección de Edu Galán, usted y otros amigos han leído algunos de los textos de Mario Vargas Llosa en los que el escritor trata la tensa relación que mantuvo con su padre. ¿Cómo se sintió al leer lo que decía él acerca de la época más dura de su vida?

R. Será una palabra guachafa, como decía mi padre, pero yo estaba transido de emoción, imaginando constantemente la cara que pondría él viendo a esos 12 lectores leyendo pasajes autobiográficos. Luego se leyó el episodio del premio Nobel. Yo me lo imaginaba en primera fila, absorto, embobado, atontado y maravillado. Ha sido un espectáculo muy hermoso.

P. Ahora ya su padre es el escritor, y no habrá más diatribas sobre sus tendencias políticas o de otro carácter…

R. Es lo que queda: el escritor, el esposo, el padre, así lo verá el gran público. El autor de La casa verde, La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo, La tía Julia…

P. A la IV Bienal ha venido la prensa del corazón a preguntar por la relación de su padre con Isabel Preysler.

R. A la prensa del corazón no le tengo mucho cariño. No significa que no haya excepciones, pero no es una prensa que tenga un sentido de los límites o de la oportunidad. Yo también soy periodista, no me gusta hablar mal de colegas.

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Seis meses después del fallecimiento del premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el pasado 13 de abril, los homenajes literarios, académicos y personales en torno a su figura se suceden este otoño. Desde el Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en su ciudad natal, Arequipa —donde también se ha relanzado la casa museo dedicada al escritor—, hasta la velada celebrada en la Maison de l’Amérique Latin de París, o las jornadas organizadas en Madrid por la revista Letras Libres La literatura es fuego, el estudio y la difusión del legado de Vargas Llosa han estado en primer término. Así se ha sentido especialmente en la celebración la VI Bienal Vargas Llosa, organizada por la cátedra del escritor y celebrada del 22 al 25 de octubre en Cáceres y Trujillo, en la que se falló el premio de novela que recayó en El caballo dorado de Sergio Ramírez. Álvaro Vargas Llosa (Lima, 59 años), hijo mayor del novelista, concedió allí esta entrevista en la que comparte sus recuerdos sobre el final de la vida del Nobel.

Pregunta. ¿Cómo fueron esos viajes que emprendió con su padre por Lima al final de su vida?

Respuesta. Yo tenía que cumplir una función, tenía la responsabilidad de conducirlo, y además quería que él fuera recordando cosas. En la vida real a él le encantaba convertirse en personaje, era un aventurero. Él decía siempre que no quería vivir entre paredes de corcho, quería hablar con todo el mundo. Siempre quería hablar… En esos viajes la idea era llevarle a donde ocurre, por ejemplo, el último capítulo de La historia de Mayta, era fundamental que esos paseos le hicieran rememorar lo que estaba perdiendo. Era un trayecto largo: él me escuchaba, y era evidente qué cositas iba recordando.

P. ¿Usted le guiaba?

R. Le iba recordando. Le decía, por ejemplo, que en el capítulo que fuera había un narrador que se llamaba Mario Vargas Llosa, que va a la cárcel a buscar a Mayta. Le decía: ‘Quiero que te conviertas en el narrador que está yendo a la cárcel’. Era una responsabilidad. Otras veces era la historia de un niño que veía al padre morir. Él abría los ojos, era evidente que estaba recuperando imágenes, que vislumbraba cosas un poco vagas contadas por él mismo en sus libros.

P. De todo lo que vivió en esos trayectos, ¿qué le emocionó a usted más?

R. Lo novedoso era lo más duro: ver al hombre vital que había sido metido en una especie de cárcel, completamente aprisionado por la enfermedad. Por eso los paseos eran tan importantes y, por eso, viajar con él y con la ficción. La relación familiar fue intensa; siempre fuimos una familia, pero ahora éramos una tribu. Aunque viviéramos desperdigados por el mundo, todos convergíamos hacia él. Lo vivíamos con una intensidad nunca vista.

P. ¿Qué fue lo más hermoso de ese reencuentro?

R. La reconciliación con mi madre es lo más hermoso que ocurrió en la etapa final de su vida.

P. ¿Cómo fue?

R. Fue un acto de amor, que ya no se podía expresar de la misma manera que antes, lógicamente, porque estaba en aquella cárcel que lo limitaba físicamente y mentalmente. Pero no tanto como para que no pudiera expresar en gestos de amor a mi madre lo mucho que le debía y la mucha gratitud que le tenía. Y era un acto de contrición. Mi madre estaba muy conmovida, muy generosa. Yo hice 12 viajes a Perú en el curso de 12 meses, a estar con ellos. Desde París, desde Nueva York, para estar con ellos, con mis hermanos. Ese encuentro fue lo más hermoso que vi, todo fue muy genuino, auténtico. Si tú estás con tus facultades limitadas, un gesto pequeño es un gesto que lo dice todo. Recordar los poemas que ellos habían leído en los años sesenta era muy hermoso para él.

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P. ¿Y su relación padre-hijo?

R. Los paseos se convirtieron en una cosa maravillosa. Una forma de ayudarle a morir feliz. Cuando llegaban las dos de la tarde, acabábamos de comer, y ya quería salir, era el momento cumbre del día. Fue muy duro, pero hermoso.

P. ¿Hubo en algún momento la evidencia de que él ya no recordara?

R. Había lagunas importantes, por supuesto.

P. ¿Su última novela, Le dedico mi silencio, la escribió con la memoria aún plena?

R. Sí, en perfecto estado de memoria. Fue lo último que pudo escribir. Cuando corrige las pruebas ya se advierte una decadencia. Luego quiso arrancar su ensayo sobre Jean-Paul Sartre, pero ya no pudo. Fue a la Academia Francesa, a recoger aquellos honores tan importantes para él, y ahí sintió que podría escribir sobre Sartre, pero me di cuenta de que eso no ocurriría.

P. En su último año de vida decidió despedirse de EL PAÍS, donde escribió sus tribunas durante más de 30 años.

R. La relación con EL PAÍS fue umbilical, fraternal. Él fue tentado muchas veces para irse, pero nunca titubeó. Decía: ‘EL PAÍS jamás me ha puesto una limitación, yo tengo la obligación moral de seguir’. Era su periódico. Punto.

P. En este encuentro en Cáceres, bajo la dirección de Edu Galán, usted y otros amigos han leído algunos de los textos de Mario Vargas Llosa en los que el escritor trata la tensa relación que mantuvo con su padre. ¿Cómo se sintió al leer lo que decía él acerca de la época más dura de su vida?

R. Será una palabra guachafa, como decía mi padre, pero yo estaba transido de emoción, imaginando constantemente la cara que pondría él viendo a esos 12 lectores leyendo pasajes autobiográficos. Luego se leyó el episodio del premio Nobel. Yo me lo imaginaba en primera fila, absorto, embobado, atontado y maravillado. Ha sido un espectáculo muy hermoso.

P. Ahora ya su padre es el escritor, y no habrá más diatribas sobre sus tendencias políticas o de otro carácter…

R. Es lo que queda: el escritor, el esposo, el padre, así lo verá el gran público. El autor de La casa verde, La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo, La tía Julia…

P. Ala IV Bienal ha venido la prensa del corazón a preguntar por la relación de su padre con Isabel Preysler.

R. A la prensa del corazón no le tengo mucho cariño. No significa que no haya excepciones, pero no es una prensa que tenga un sentido de los límites o de la oportunidad. Yo también soy periodista, no me gusta hablar mal de colegas.

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