El crítico, curador e historiador del arte deja la dirección de curaduría del MUAC tras más de una década de trabajo y en pleno auge de la escena contemporánea mexicana. “Hoy hay una cierta preferencia por un arte identitario”, afirma
Cuauhtémoc Medina (Ciudad de México, 58 años) despeja estos días su cubículo en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Medina, crítico, curador e historiador del arte, deja la institución después de más de una década al frente de su curaduría. Ha organizado exhibiciones de artistas de la talla de Ai Weiwei, Francis Alÿs, Harun Farocki, Andrea Fraser o Vicente Rojo. Medina, una de las voces más prominentes del arte en México, asegura que se va satisfecho tras su trabajo en el museo y que dedicará su tiempo a escribir libros y regresar a la crítica, aunque tiene varias curadurías programadas. “No lo quiero hacer de inmediato, quiero dejar muy claro que en el momento que levante la voz ya no habla el curador en jefe del MUAC, porque una cosa es estar efectivamente libre y la otra es que los demás se den cuenta de que uno ya no tiene voz en una institución”, acota.
El curador conversa en su casa de la colonia Roma Sur, en el estudio construido al lado de un pequeño jardín dominado por un árbol de tejocote, un fruto nativo de México, de color amarillo y de textura rugosa, usado para fabricar dulces caseros. El árbol, dice, tendrá 80 años y ha visto las reformas hechas a la casa desde que Medina se mudó con su familia a este barrio de Ciudad de México cuyas rentas crecen de forma desproporcionada. Gentil con el tiempo, la conversación duró más de una hora para hablar de su trabajo, la situación de la Cultura en México debido a los recortes a los presupuestos y un plátano que se ha vendido en más de seis millones de dólares.
Pregunta. Comencemos con el plátano más caro del mundo. El trabajo de Maurizio Cattelan se vendió en más de seis millones de dólares. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Respuesta. Se debe a la increíble acumulación económica de la plutocracia internacional, que ha hecho que los mercados de lujo hayan crecido en su valor. Es una obra muy famosa que mantiene una tradición de poner al límite la inocencia del público. El problema es que el mercado es una competencia entre postores, donde se aplican los términos más caprichosos en cuanto a demanda y oferta. Me sorprende cuántas veces nos fijamos indignados por cómo funciona el capitalismo. El asunto significativo no es el precio de una obra de arte, sino preguntarnos si tenemos alguna oportunidad en el campo cultural para rescatar la discusión sobre ella.
P. ¿Hubiera expuesto ese trabajo?
R. En un contexto apropiado sí y no tendría limitación moral para hacerlo, que es lo que tu pregunta parece sugerir. No tengo ningún escándalo al respecto. Tampoco es la obra más interesante que he visto en los últimos años.
P. Estuvo 11 años en el MUAC, ¿por qué decidió dejarlo?
R. Estoy en un campo donde hay una caducidad y hay cambios culturales. Estamos entrando en una etapa artística distinta que pienso que debe ser administrada con otra óptica que la que yo represento.
P. ¿Cómo así?
R. Hay una serie de demandas morales sobre el campo artístico y una cierta preferencia por un arte identitario. Son dos condiciones que desde mi orientación histórica no encuentran cabida. No quiero ser Lutero en la Iglesia. Mi punto de vista tuvo 11 años y medio para ser coherente, ser visto como una unidad. Además, tengo ganas de hacer otras cosas. Estar a cargo de una institución plantea límites éticos, como no poder ejercer la crítica públicamente.
P. ¿Su salida está relacionada con el cambio de dirección en el museo, asumida por Tatiana Cuevas?
R. Yo ayudé dos veces al cambio de dirección en el museo. Bajo la dirección de Amanda de la Garza estaba esperando que se dieran las condiciones para hacer el cambio. Tatiana es mi amiga y la admiro mucho.
P. ¿Qué le ha dejado el MUAC?
R. Ha sido una experiencia feliz. Fue una enorme satisfacción ayudar a crear una noción de institución, no solamente hacer exhibiciones. Ha sido fabuloso programar artistas que admiraba como Harun Farocki, Andrea Fraser, Jill Magid. Y estoy feliz de que en ese tiempo contribuimos a darle lugar a una práctica local significativa, al trabajo de Tania Candiani, Mónica Mayer, Vicente Rojo. Una idea fija para mí era tratar de hacer que la institución estuviera constantemente en colaboración sobre todo con Sudamérica y Europa. También haber participado en modificar la representación de género en el consumo cultural.
P. Hace poco hubo una controversia con una obra de Ana Gallardo, que el museo decidió retirar. ¿Qué falló?
R. Es una situación muy compleja. El museo, y yo de manera explícita, asumimos la falla de no haber percibido la posible reacción de ofensa de algunos miembros del público. Aún así, sin rebajar en absoluto esa disculpa pública, creo que estamos en una escena que, no necesariamente por el feminismo, tiene una sensibilidad que implica que las obras de arte están llegando a públicos que no están en familiaridad con su funcionamiento.
P. ¿Es una situación con la que deben lidiar ahora los museos?
R. Estamos ante la extremada sensibilidad social que se está expresando en las redes; hay una reacción virulenta. Se exige a los practicantes culturales niveles de justicia, pudor y perfección ética, que no se exige al campo político o a los ciudadanos, cuando estos practicantes culturales no tienen las herramientas para modificar los patrones de injusticia. Si me tengo que poner en el dilema entre la libertad artística y la capacidad de la ofensa de algunos individuos, mi inclinación es ponerme del lado de la libertad artística, pero entiendo que las instituciones van a tener que empezar a incluir ese otro vector.
P. ¿El arte está llamado a incomodar, a cuestionar, o debe adaptarse a los nuevos tiempos, como ahora, que hay una enorme sensibilidad frente a ciertos temas?
R. Los feminismos representan la única revolución exitosa que nos toca vivir ante el fracaso revolucionario generalizado. Los costos que tienen los cambios sociales tienen que observarse. Es falso que el arte no se tenga que adaptar todo el tiempo. Sí hay un problema para las instituciones hacia el futuro de cómo van a negociar el que una multitud de obras muy significativas de orden crítico tienen valores que serían cuestionables si estuvieran producidas hoy. Va a ser una negociación complicada, no va a haber reglas, nadie la va a legislar y va a implicar roces y conflictos. Lo que me parece una percepción falsa es que los artistas no hayan tenido en el pasado miedos hacia ciertas cosas, que no haya habido estructuras de sanción política o moral.
P. ¿Cómo ve ahora el arte contemporáneo en México?
R. Es una pregunta complicada, pero por primera vez tiene público, tiene una especie de mercado y tiene una visibilidad internacional significativa. Es un territorio donde por primera vez en un siglo hay un establishment de artistas muy notorio internacionalmente. Va a tener desafíos nuevos.
P. ¿Qué tipo de desafíos?
R. Una nueva sensibilidad que tiene además la tendencia a expresarse de manera no meditada, la violencia con la que el Estado neoliberal contemporáneo está recortando los recursos públicos y la dicotomía moral en la que todos esos fenómenos y la violencia efectiva orientan las relaciones sociales.
P. Venimos de un sexenio que recortó en Cultura y ahora se ha anunciado otro de más del 30%.
R. Venimos de más de un sexenio. Como he repetido desde la época de Enrique Peña Nieto, es una catástrofe tener una Secretaría de Cultura, porque lo único que hizo fue colocar a esta estructura en un mando directo de la Presidencia para reforzar todos los vicios que se derivan en la relación de la administración cultural y la Presidencia y facilitar el recorte constante de los recursos. Estamos en una situación desprotegida, a la que hay que añadir que el Estado mexicano desde varios sexenios tiene un desprecio absoluto por los practicantes culturales.
P. ¿Cuál es el resultado?
R. Que hay un daño patrimonial visible que es ocultado por algo completamente banal, que es la recuperación de piezas que han salido al extranjero. La partidocracia entera, pero Morena en particular, están presidiendo la destrucción de la producción cultural mexicana, la promoción de la imbecilidad pública y la privatización del campo cultural. Tenemos una traición de la izquierda mexicana total a la cultura en particular.
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Cuauhtémoc Medina (Ciudad de México, 58 años) despeja estos días su cubículo en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Medina, crítico, curador e historiador del arte, deja la institución después de más de una década al frente de su curaduría. Ha organizado exhibiciones de artistas de la talla de Ai Weiwei, Francis Alÿs, Harun Farocki, Andrea Fraser o Vicente Rojo. Medina, una de las voces más prominentes del arte en México, asegura que se va satisfecho tras su trabajo en el museo y que dedicará su tiempo a escribir libros y regresar a la crítica, aunque tiene varias curadurías programadas. “No lo quiero hacer de inmediato, quiero dejar muy claro que en el momento que levante la voz ya no habla el curador en jefe del MUAC, porque una cosa es estar efectivamente libre y la otra es que los demás se den cuenta de que uno ya no tiene voz en una institución”, acota.