Hay quien confunde el romanticismo con el esperpento. No hablo de corrientes literarias, ni de Zorrilla ni de Valle-Inclán. Estaba pensando en José Luis Martínez-Almeida, el campechano alcalde de Madrid quien, la semana pasada en El hormiguero (a. B. C. —antes de la berrea del ciervo―), compartió el último detalle romántico que había tenido con su esposa: recoger el tendedero de la cocina. Un auténtico Don Juan.
No hace falta ir al callejón del Gato para ver las diferentes realidades reflejadas en los espejos, basta con poner un rato la tele, con abrir los ojos y los oídos y escuchar en el metro, en el bar, en el mercado…, lo disparatado y grotesco puede aparecer detrás de cualquier esquina y, quizá, para otro no lo sea tanto. Hay a quien no le cabe el tendedero en la cocina, pero también quien no tiene que preocuparse por dónde tender.
Ahora sí, a lo literario, bueno, no solo, que el esperpento es mucho más. Ha tenido que llegar el final del año para que inunde la ciudad. Igual que existe un Madrid de Almodóvar, de Lope de Vega y de Manolito Gafotas, que como Luces de bohemia está de aniversario, solo que el de Carabanchel cumple 30 años y la edición definitiva de la obra del cráneo privilegiado de Valle-Inclán, 100; lo hay del escritor gallego. Celebrando esta efeméride confluyen en la capital una clasiquísima representación de la obra en el Teatro Español; en el Museo Reina Sofía, una amplísima exposición, Esperpento. Arte popular y revolución estética, y en la Filmoteca, un ciclo de cine que viene muy a cuento. ¡Ya son tres! Esta es también la frase de la obra de Joaquín Xaudaró y Echau que abre la muestra del Reina. Un espejo, cómo no, con dos burros y esa exclamación entre ellos, para que quien llegue y se vea reflejado entre los borricos sepa que es el tercero. La pieza fue creada alrededor de 1900, si no, parecería ideada para que se hiciera un selfie el espectador dispuesto a reírse de lo que allí se refleja.
Curiosa y humorística manera de comenzar la muestra. Antes de llegar a la primera sala, en el prólogo, ya se ha hecho partícipe al visitante, ya se le ha metido dentro de una pieza, es un pollino más, para llegar a ese primer espacio, preámbulo del esperpento y lugar conocido: se pisa suelo patrio y se nota. Todo es reconocible. Todo está en nuestro imaginario, en nuestro bagaje cultural.
No hace falta haber preparado la visita para que los ecos de Goya (que lo adelantó todo antes que Los Simpson), de la picaresca o de los Borbones resuenen. Esos ciegos de Castelao o de Gutiérrez-Solana nos llevan irremediablemente al Lazarillo de Tormes, un salto de 350 años en un solo vistazo. Las sátiras de Isabel II, tatarabuela de otro campechano —Juan Carlos I― nos pueden recordar a alguna caricatura, que no retrato, de los Reyes actuales y diría que ahora somos más benevolentes. Todo es reconocible. “¡Viva España!”, se exclama en la escena segunda en el Teatro Español. “Nuestro sol es la envida de los extranjeros”, dice Zaratustra sobre el escenario. Todo está dicho.
El largo recorrido de la exposición es el vía crucis de Max Estrella por aquella noche madrileña, es el Madrid de Edgar Neville en Domingo de carnaval, son los 25 actores entrando y saliendo del escenario del Español, porque como allí se dice en España “podrá faltar el pan, pero el ingenio no se acaba”. El ingenio ingente de las piezas del Reina. Id con tiempo. Ingente también el número de intérpretes, permítase la licencia, quizá ingente es exagerado, pero 25 actores en un montaje (del que quedan poquísimas entradas, quizá cuando lea esto, ni queden) no es algo habitual, por todo lo que requiere en muchos aspectos que confluyen en uno: dinero. Y no es el poderoso caballero el que más abunda en la cultura. Por eso no hay manera de ver con buenos ojos, ya se puede presentar en un espejo cóncavo o convexo, que en el proyecto de presupuestos de 2025 de la Comunidad de Madrid, en el área de Cultura, no haya partida para museos como el Prado, el Reina y el Thyssen, que, sin duda, atraen visitantes a la región, pero sí la hay para la Fundación Toro de Lidia, 1,7 millones.
Termina Esperpento. Arte popular y revolución estética con un lienzo de Joaquim Martí-Bas Fusilamientos en la plaza de toros de Badajoz (1937). En el lado cóncavo: los fusilados; en el convexo: quienes fusilan. Sobrecoge.
Hay quien confunde el romanticismo con el esperpento. No hablo de corrientes literarias, ni de Zorrilla ni de Valle-Inclán. Estaba pensando en José Luis Martínez-Almeida, el campechano alcalde de Madrid quien, la semana pasada en El hormiguero (a. B. C. —antes de la berrea del ciervo―), compartió el último detalle romántico que había tenido con su esposa: recoger el tendedero de la cocina. Un auténtico Don Juan.No hace falta ir al callejón del Gato para ver las diferentes realidades reflejadas en los espejos, basta con poner un rato la tele, con abrir los ojos y los oídos y escuchar en el metro, en el bar, en el mercado…, lo disparatado y grotesco puede aparecer detrás de cualquier esquina y, quizá, para otro no lo sea tanto. Hay a quien no le cabe el tendedero en la cocina, pero también quien no tiene que preocuparse por dónde tender.Ahora sí, a lo literario, bueno, no solo, que el esperpento es mucho más. Ha tenido que llegar el final del año para que inunde la ciudad. Igual que existe un Madrid de Almodóvar, de Lope de Vega y de Manolito Gafotas, que como Luces de bohemia está de aniversario, solo que el de Carabanchel cumple 30 años y la edición definitiva de la obra del cráneo privilegiado de Valle-Inclán, 100; lo hay del escritor gallego. Celebrando esta efeméride confluyen en la capital una clasiquísima representación de la obra en el Teatro Español; en el Museo Reina Sofía, una amplísima exposición, Esperpento. Arte popular y revolución estética, y en la Filmoteca, un ciclo de cine que viene muy a cuento. ¡Ya son tres! Esta es también la frase de la obra de Joaquín Xaudaró y Echau que abre la muestra del Reina. Un espejo, cómo no, con dos burros y esa exclamación entre ellos, para que quien llegue y se vea reflejado entre los borricos sepa que es el tercero. La pieza fue creada alrededor de 1900, si no, parecería ideada para que se hiciera un selfie el espectador dispuesto a reírse de lo que allí se refleja.Curiosa y humorística manera de comenzar la muestra. Antes de llegar a la primera sala, en el prólogo, ya se ha hecho partícipe al visitante, ya se le ha metido dentro de una pieza, es un pollino más, para llegar a ese primer espacio, preámbulo del esperpento y lugar conocido: se pisa suelo patrio y se nota. Todo es reconocible. Todo está en nuestro imaginario, en nuestro bagaje cultural.No hace falta haber preparado la visita para que los ecos de Goya (que lo adelantó todo antes que Los Simpson), de la picaresca o de los Borbones resuenen. Esos ciegos de Castelao o de Gutiérrez-Solana nos llevan irremediablemente al Lazarillo de Tormes, un salto de 350 años en un solo vistazo. Las sátiras de Isabel II, tatarabuela de otro campechano —Juan Carlos I― nos pueden recordar a alguna caricatura, que no retrato, de los Reyes actuales y diría que ahora somos más benevolentes. Todo es reconocible. “¡Viva España!”, se exclama en la escena segunda en el Teatro Español. “Nuestro sol es la envida de los extranjeros”, dice Zaratustra sobre el escenario. Todo está dicho.El largo recorrido de la exposición es el vía crucis de Max Estrella por aquella noche madrileña, es el Madrid de Edgar Neville en Domingo de carnaval, son los 25 actores entrando y saliendo del escenario del Español, porque como allí se dice en España “podrá faltar el pan, pero el ingenio no se acaba”. El ingenio ingente de las piezas del Reina. Id con tiempo. Ingente también el número de intérpretes, permítase la licencia, quizá ingente es exagerado, pero 25 actores en un montaje (del que quedan poquísimas entradas, quizá cuando lea esto, ni queden) no es algo habitual, por todo lo que requiere en muchos aspectos que confluyen en uno: dinero. Y no es el poderoso caballero el que más abunda en la cultura. Por eso no hay manera de ver con buenos ojos, ya se puede presentar en un espejo cóncavo o convexo, que en el proyecto de presupuestos de 2025 de la Comunidad de Madrid, en el área de Cultura, no haya partida para museos como el Prado, el Reina y el Thyssen, que, sin duda, atraen visitantes a la región, pero sí la hay para la Fundación Toro de Lidia, 1,7 millones. Termina Esperpento. Arte popular y revolución estética con un lienzo de Joaquim Martí-Bas Fusilamientos en la plaza de toros de Badajoz (1937). En el lado cóncavo: los fusilados; en el convexo: quienes fusilan. Sobrecoge. Seguir leyendo
Hay quien confunde el romanticismo con el esperpento. No hablo de corrientes literarias, ni de Zorrilla ni de Valle-Inclán. Estaba pensando en José Luis Martínez-Almeida, el campechano alcalde de Madrid quien, la semana pasada en El hormiguero (a. B. C. —antes de la berrea del ciervo―), compartió el último detalle romántico que había tenido con su esposa: recoger el tendedero de la cocina. Un auténtico Don Juan.
No hace falta ir al callejón del Gato para ver las diferentes realidades reflejadas en los espejos, basta con poner un rato la tele, con abrir los ojos y los oídos y escuchar en el metro, en el bar, en el mercado…, lo disparatado y grotesco puede aparecer detrás de cualquier esquina y, quizá, para otro no lo sea tanto. Hay a quien no le cabe el tendedero en la cocina, pero también quien no tiene que preocuparse por dónde tender.
Ahora sí, a lo literario, bueno, no solo, que el esperpento es mucho más. Ha tenido que llegar el final del año para que inunde la ciudad. Igual que existe un Madrid de Almodóvar, de Lope de Vega y de Manolito Gafotas, que como Luces de bohemia está de aniversario, solo que el de Carabanchel cumple 30 años y la edición definitiva de la obra del cráneo privilegiado de Valle-Inclán, 100; lo hay del escritor gallego. Celebrando esta efeméride confluyen en la capital una clasiquísima representación de la obra en el Teatro Español; en el Museo Reina Sofía, una amplísima exposición, Esperpento. Arte popular y revolución estética, y en la Filmoteca, un ciclo de cine que viene muy a cuento. ¡Ya son tres! Esta es también la frase de la obra de Joaquín Xaudaró y Echau que abre la muestra del Reina. Un espejo, cómo no, con dos burros y esa exclamación entre ellos, para que quien llegue y se vea reflejado entre los borricos sepa que es el tercero. La pieza fue creada alrededor de 1900, si no, parecería ideada para que se hiciera un selfie el espectador dispuesto a reírse de lo que allí se refleja.
Curiosa y humorística manera de comenzar la muestra. Antes de llegar a la primera sala, en el prólogo, ya se ha hecho partícipe al visitante, ya se le ha metido dentro de una pieza, es un pollino más, para llegar a ese primer espacio, preámbulo del esperpento y lugar conocido: se pisa suelo patrio y se nota. Todo es reconocible. Todo está en nuestro imaginario, en nuestro bagaje cultural.
No hace falta haber preparado la visita para que los ecos de Goya (que lo adelantó todo antes que Los Simpson), de la picaresca o de los Borbones resuenen. Esos ciegos de Castelao o de Gutiérrez-Solana nos llevan irremediablemente al Lazarillo de Tormes, un salto de 350 años en un solo vistazo. Las sátiras de Isabel II, tatarabuela de otro campechano —Juan Carlos I― nos pueden recordar a alguna caricatura, que no retrato, de los Reyes actuales y diría que ahora somos más benevolentes. Todo es reconocible. “¡Viva España!”, se exclama en la escena segunda en el Teatro Español. “Nuestro sol es la envida de los extranjeros”, dice Zaratustra sobre el escenario. Todo está dicho.
El largo recorrido de la exposición es el vía crucis de Max Estrella por aquella noche madrileña, es el Madrid de Edgar Neville en Domingo de carnaval, son los 25 actores entrando y saliendo del escenario del Español, porque como allí se dice en España “podrá faltar el pan, pero el ingenio no se acaba”. El ingenio ingente de las piezas del Reina. Id con tiempo. Ingente también el número de intérpretes, permítase la licencia, quizá ingente es exagerado, pero 25 actores en un montaje (del que quedan poquísimas entradas, quizá cuando lea esto, ni queden) no es algo habitual, por todo lo que requiere en muchos aspectos que confluyen en uno: dinero. Y no es el poderoso caballero el que más abunda en la cultura. Por eso no hay manera de ver con buenos ojos, ya se puede presentar en un espejo cóncavo o convexo, que en el proyecto de presupuestos de 2025 de la Comunidad de Madrid, en el área de Cultura, no haya partida para museos como el Prado, el Reina y el Thyssen, que, sin duda, atraen visitantes a la región, pero sí la hay para la Fundación Toro de Lidia, 1,7 millones.
Termina Esperpento. Arte popular y revolución estética con un lienzo de Joaquim Martí-Bas Fusilamientos en la plaza de toros de Badajoz (1937). En el lado cóncavo: los fusilados; en el convexo: quienes fusilan. Sobrecoge.