Todavía en la cama, mire la hora: las diez de la mañana. Piense “Es tarde”. Luego pregúntese: “¿Tarde para qué?”. Es sábado. Aparte las sábanas. Camine hacia la cocina. El cielo está ampuloso como un animal suelto. Prepare café, vaya hasta el baño. Mírese al espejo. Piense: “Tengo canas en las cejas”. Lávese los dientes. Al pasar por delante de la habitación, constate que él todavía no despertó. Intente recordar a qué hora se durmieron mirando la televisión. No lo recuerde. Piense que debería dejar de beber vino en las noches. Inmediatamente después, piense que beber vino en las noches es lo único que la anima a llegar al final del día. Camine hacia la cocina donde el sol entra con un estruendo que no sirve para nada, que no le hace bien a nadie. Encienda el televisor. Escuche que los conductores dicen que será un sábado perfecto para actividades al aire libre o para cenar afuera. Pregúntese cuándo fue la última vez que cenaron afuera (¿y la última vez que tuvieron sexo?). Escuche, mientras se sirve café, que los conductores anuncian el estreno de un reality para esa misma noche. Perciba que algo, dentro suyo, se arroja como un lobo hambriento sobre esa información: ¡algo para hacer, qué bien! Sienta un alivio humillante (usted, que estaba hecha de agua y de fuego). Pregúntese desde cuándo los viernes y los sábados son iguales a los martes o los lunes o los jueves (usted, que bailaba en la penumbra de los bares exudando luz enardecida). Escuche que él entra en la cocina. Mírelo. Dígase que solía besarla en la nuca pero que ahora siempre se queja de algo antes de decir: “Buen día”. Recuerde el poema de Hilda Hilst: “sonreí cuando él me dijo cosas amargas / Y nada lo conmueve. / Nada lo espanta. / Y miente / y miente amor / como mienten los chicos”. Escuche cómo él dice: “Qué calor que hace acá”. Tenga la impresión de que lo dice como si usted fuera culpable del calor. Siéntase culpable (¡usted, que era impune, que era el apocalipsis, que era el fin y el principio de todo!).
Pregúntese desde cuándo los viernes y los sábados son iguales a los martes o los lunes o los jueves
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Todavía en la cama, mire la hora: las diez de la mañana. Piense “Es tarde”. Luego pregúntese: “¿Tarde para qué?”. Es sábado


Todavía en la cama, mire la hora: las diez de la mañana. Piense “Es tarde”. Luego pregúntese: “¿Tarde para qué?”. Es sábado. Aparte las sábanas. Camine hacia la cocina. El cielo está ampuloso como un animal suelto. Prepare café, vaya hasta el baño. Mírese al espejo. Piense: “Tengo canas en las cejas”. Lávese los dientes. Al pasar por delante de la habitación, constate que él todavía no despertó. Intente recordar a qué hora se durmieron mirando la televisión. No lo recuerde. Piense que debería dejar de beber vino en las noches. Inmediatamente después, piense que beber vino en las noches es lo único que la anima a llegar al final del día. Camine hacia la cocina donde el sol entra con un estruendo que no sirve para nada, que no le hace bien a nadie. Encienda el televisor. Escuche que los conductores dicen que será un sábado perfecto para actividades al aire libre o para cenar afuera. Pregúntese cuándo fue la última vez que cenaron afuera (¿y la última vez que tuvieron sexo?). Escuche, mientras se sirve café, que los conductores anuncian el estreno de un reality para esa misma noche. Perciba que algo, dentro suyo, se arroja como un lobo hambriento sobre esa información: ¡algo para hacer, qué bien! Sienta un alivio humillante (usted, que estaba hecha de agua y de fuego). Pregúntese desde cuándo los viernes y los sábados son iguales a los martes o los lunes o los jueves (usted, que bailaba en la penumbra de los bares exudando luz enardecida). Escuche que él entra en la cocina. Mírelo. Dígase que solía besarla en la nuca pero que ahora siempre se queja de algo antes de decir: “Buen día”. Recuerde el poema de Hilda Hilst: “sonreí cuando él me dijo cosas amargas / Y nada lo conmueve. / Nada lo espanta. / Y miente / y miente amor / como mienten los chicos”. Escuche cómo él dice: “Qué calor que hace acá”. Tenga la impresión de que lo dice como si usted fuera culpable del calor. Siéntase culpable (¡usted, que era impune, que era el apocalipsis, que era el fin y el principio de todo!).
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Sobre la firma

Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: ‘Los suicidas del fin del mundo’, ‘Frutos extraños’, ‘Una historia sencilla’, ‘Opus Gelber’, ‘Teoría de la gravedad’ y ‘La otra guerra’, entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.
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