Con la luz apagada La biología desconoce el código de cada tono: uno arriba / dos abajo y se limita a replicar el más fuerte. Así entiendo cómo la resistencia de mi piel oscura y de mis ojos negros perdió el poder de su belleza. Hay marcas en mi cuerpo que descansan de juicios y noticias hasta que apago la luz. La marca de Caín El espejo me…
En el jardín de mi cabeza/
el verde nunca germinó./
Si me hubieran regalado una palabra/
tres sílabas para aminorar la maldición/
que cayó sobre mi convencimiento. 11 noviembre, 2024deAna Corvera|Inéditos
Con la luz apagada
La biología desconoce el código de cada tono: uno arriba / dos abajo y se limita a replicar el más fuerte.
Así entiendo cómo la resistencia de mi piel oscura y de mis ojos negros perdió el poder de su belleza.
Hay marcas en mi cuerpo que descansan de juicios y noticiashasta que apago la luz.
La marca de Caín
El espejo me robó la ingenuidad.
Como siemprea solasun día sin ayuda de las lámparasme miré de frente.
Mi rostro tan distinto al de los santoslos ojos negros y pequeños como el ácido que desde entonces riega los jardines de mi cráneo.
Darme cuenta de que llevo la marca de Caín dividió en blancos y negroslos episodios de mi vida.
El color del barro
Imagino a Dios jugando con un barro oscuro.
En el jardín de mi cabezael verde nunca germinó.
Si me hubieran regalado una palabratres sílabas para aminorar la maldición que cayó sobre mi convencimiento.
¿No es entonces el color de los primeros hijos amados?
Si había que crear una marca ¿no era justo la contraria?
Arrebatarle a alguien su color volverlo transparentevulnerarlo ante lo que hace posiblevivir.
Me aferro a la imagen de un diosmalinterpretado.
La belleza es como una espora de tres sílabas
que cultivo en mi cerebro y empieza a expandirse por los rinconesde esta casa.
Igual a los hongos, nuestro cerebro tiene tallo, poros, láminas, estrías.
Nadie sospecha la clase de palabras que repite el micelio neuronal dentro del cráneo.Pulsos. Impulsos. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.
La cabeza de los niños es como una esponja, aprehende las traiciones y rechazos que se ejercen inconscientemente.
En la parte más ingenua del tallo se esconde un lugar azul que puede mancharlo todo.
Pulsos. Impulsos. Locus cerúleo. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.
Un grupo de células índigo dispara ácido hacia las partes del jardín de mi cerebro que pudieron ser verdes.
Sobreviviente
No creí sobrevivir.
Las plantas de mis padresfueron alimentadas en lugares dispersos. Sus brazos hifas convertidas en ramas duras como las raíces de los hongosque se expanden encima de sus padres.
Una ofensa tras otra: gritos que ensordecen. Una lágrima tras otra.
Esa noche mis padresdiscutieron hasta el amanecery su indiferencia me obligó al silencio.
Soy una imagen al fondo:
tengo cinco años; lloro y me consuelo en mi propio regazo.
Ana Corvera / Zacatecas, 1984. Poeta, ensayista y divulgadora de ciencia. Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la Universidad de Guadalajara y licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Autora de Palabras que el micelio repite en mi cabeza (2024), No volverse agua (2022) y Nocturno corazón de los insectos (2011). Textos suyos han aparecido en revistas de Chile, Estados Unidos, Uruguay, México, Venezuela, España y Colombia como Altazor, Ærea, Nueva York Poetry Press, Esteros, Norte/Sur, Campos de Plumas, Sincronía, Letralia, Liberoamérica y La Raíz Invertida.
Inéditos – Periódico de Poesía