‘Mañana’, de Olalla Castro: la diferencia sutil entre dolerse y decir que duele

Termino Mañana, el debut narrativo de la poeta Olalla Castro (Granada, 46 años), no sin desconcierto. Tengo la impresión, por un lado, de que llevo un rato largo caminando, pero que, por el otro, al mirarme los pies, una verdad desagradable asoma: no he ido a ningún sitio. Y es sorprendente porque narrativamente en el texto se viaja mucho y se atraviesan algunos núcleos urbanos dispares entre sí, como Portbou, Nankín, Barcelona (la de Sants), Yuanyang o Pekín. No obstante, en la novela tiene lugar una batalla cruenta: si el protagonista es el lenguaje, tal y como se nos dice en numerosas ocasiones, ¿por qué rodearlo de acciones o circunstancias narrativas que imposibilitan que se desparrame y que nos lleve por delante? ¿Por qué las protagonistas, Virginia y Sùyīn (que significa “normal, sin ruido”), que están en las cumbres de las cumbres de la desesperación del lenguaje, dejan de interesarnos, al hacer competir sus duelos con su expresión misma?

Me hago cargo y entiendo la complejidad de domeñar el estilo frente a la forma, hacer que ambas herramientas de creación pacten, pero en las novelas la primacía del estilo sobre la forma entraña responsabilidades con la historia que se está contando.

Virginia ha sufrido la pérdida de Moira, su única hija. Al ser incapaz de confrontar el dolor que la desaparición de la niña le provoca —como es natural—, decide migrar a China y trabajar en los bancales de arroz. De todas estas noticias nos enteramos por la propia Virginia, que dice estar tomando notas a veces en un diario, otras en un cuaderno. Sùyīn, en cambio, está casada con un villano, Qiáng Cháo, trabaja ya en los bancales de arroz y en ellos coincide con Virginia. Esta le despierta un deseo irrefrenable y activa su memoria para contarnos sus prácticas de escritura secreta (o estilo de hierba) lejos de todos: en la arena, en una pequeña habitación en casa de una amiga clandestinamente. Finalmente, en los cuerpos la una de la otra.

La representación del dolor en Mañana es severa, extremadamente lírica y, por momentos, hipnótica, y a lo largo de sus páginas aparecen nombres capitales en esas lides, como son los de Walter Benjamin, Virginia Woolf, Anne Carson, Clarice Lispector o Herta Müller. ¿Cuántas veces nos ofrece la palabra llegar al fondo de las cosas? Pues muy pocas, como cuando Eminem cantaba aquello de que tienes un tiro, tienes una oportunidad. Pero mentiría si no dijese algo en lo que pensaba mientras leía, y era en el grado de permeabilidad de la novela para asimilar ya no la repetición de ideas, sino de palabras. El motor de cualquier relato es un engranaje tan complejo como delicado: sus anécdotas. Y en Mañana se olvidan, a veces, tras enunciarse, que es lo mismo que obviar la diferencia sutil entre dolerse y decir que algo nos duele.

Sí que es importante señalar que lo más logrado del relato son los personajes sepultados bajo ese alud de palabras, y que crecen con buena salud en los márgenes de la carretera, asilvestrados. Hablo de la propia Moira y de Qiáng Cháo, excelentes, cuya virtud se halla en su resolución: sus voces se enuncian en un par de pinceladas, cuando manifiestan con discreción su deseo o su rechazo a las cosas del mundo.

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 Termino Mañana, el debut narrativo de la poeta Olalla Castro (Granada, 46 años), no sin desconcierto. Tengo la impresión, por un lado, de que llevo un rato largo caminando, pero que, por el otro, al mirarme los pies, una verdad desagradable asoma: no he ido a ningún sitio. Y es sorprendente porque narrativamente en el texto se viaja mucho y se atraviesan algunos núcleos urbanos dispares entre sí, como Portbou, Nankín, Barcelona (la de Sants), Yuanyang o Pekín. No obstante, en la novela tiene lugar una batalla cruenta: si el protagonista es el lenguaje, tal y como se nos dice en numerosas ocasiones, ¿por qué rodearlo de acciones o circunstancias narrativas que imposibilitan que se desparrame y que nos lleve por delante? ¿Por qué las protagonistas, Virginia y Sùyīn (que significa “normal, sin ruido”), que están en las cumbres de las cumbres de la desesperación del lenguaje, dejan de interesarnos, al hacer competir sus duelos con su expresión misma? Me hago cargo y entiendo la complejidad de domeñar el estilo frente a la forma, hacer que ambas herramientas de creación pacten, pero en las novelas la primacía del estilo sobre la forma entraña responsabilidades con la historia que se está contando.Virginia ha sufrido la pérdida de Moira, su única hija. Al ser incapaz de confrontar el dolor que la desaparición de la niña le provoca —como es natural—, decide migrar a China y trabajar en los bancales de arroz. De todas estas noticias nos enteramos por la propia Virginia, que dice estar tomando notas a veces en un diario, otras en un cuaderno. Sùyīn, en cambio, está casada con un villano, Qiáng Cháo, trabaja ya en los bancales de arroz y en ellos coincide con Virginia. Esta le despierta un deseo irrefrenable y activa su memoria para contarnos sus prácticas de escritura secreta (o estilo de hierba) lejos de todos: en la arena, en una pequeña habitación en casa de una amiga clandestinamente. Finalmente, en los cuerpos la una de la otra.La representación del dolor en Mañana es severa, extremadamente lírica y, por momentos, hipnótica, y a lo largo de sus páginas aparecen nombres capitales en esas lides, como son los de Walter Benjamin, Virginia Woolf, Anne Carson, Clarice Lispector o Herta Müller. ¿Cuántas veces nos ofrece la palabra llegar al fondo de las cosas? Pues muy pocas, como cuando Eminem cantaba aquello de que tienes un tiro, tienes una oportunidad. Pero mentiría si no dijese algo en lo que pensaba mientras leía, y era en el grado de permeabilidad de la novela para asimilar ya no la repetición de ideas, sino de palabras. El motor de cualquier relato es un engranaje tan complejo como delicado: sus anécdotas. Y en Mañana se olvidan, a veces, tras enunciarse, que es lo mismo que obviar la diferencia sutil entre dolerse y decir que algo nos duele.Sí que es importante señalar que lo más logrado del relato son los personajes sepultados bajo ese alud de palabras, y que crecen con buena salud en los márgenes de la carretera, asilvestrados. Hablo de la propia Moira y de Qiáng Cháo, excelentes, cuya virtud se halla en su resolución: sus voces se enuncian en un par de pinceladas, cuando manifiestan con discreción su deseo o su rechazo a las cosas del mundo. Seguir leyendo  

Termino Mañana, el debut narrativo de la poeta Olalla Castro (Granada, 46 años), no sin desconcierto. Tengo la impresión, por un lado, de que llevo un rato largo caminando, pero que, por el otro, al mirarme los pies, una verdad desagradable asoma: no he ido a ningún sitio. Y es sorprendente porque narrativamente en el texto se viaja mucho y se atraviesan algunos núcleos urbanos dispares entre sí, como Portbou, Nankín, Barcelona (la de Sants), Yuanyang o Pekín. No obstante, en la novela tiene lugar una batalla cruenta: si el protagonista es el lenguaje, tal y como se nos dice en numerosas ocasiones, ¿por qué rodearlo de acciones o circunstancias narrativas que imposibilitan que se desparrame y que nos lleve por delante? ¿Por qué las protagonistas, Virginia y Sùyīn (que significa “normal, sin ruido”), que están en las cumbres de las cumbres de la desesperación del lenguaje, dejan de interesarnos, al hacer competir sus duelos con su expresión misma?

Me hago cargo y entiendo la complejidad de domeñar el estilo frente a la forma, hacer que ambas herramientas de creación pacten, pero en las novelas la primacía del estilo sobre la forma entraña responsabilidades con la historia que se está contando.

Virginia ha sufrido la pérdida de Moira, su única hija. Al ser incapaz de confrontar el dolor que la desaparición de la niña le provoca —como es natural—, decide migrar a China y trabajar en los bancales de arroz. De todas estas noticias nos enteramos por la propia Virginia, que dice estar tomando notas a veces en un diario, otras en un cuaderno. Sùyīn, en cambio, está casada con un villano, Qiáng Cháo, trabaja ya en los bancales de arroz y en ellos coincide con Virginia. Esta le despierta un deseo irrefrenable y activa su memoria para contarnos sus prácticas de escritura secreta (o estilo de hierba) lejos de todos: en la arena, en una pequeña habitación en casa de una amiga clandestinamente. Finalmente, en los cuerpos la una de la otra.

La representación del dolor en Mañana es severa, extremadamente lírica y, por momentos, hipnótica, y a lo largo de sus páginas aparecen nombres capitales en esas lides, como son los de Walter Benjamin, Virginia Woolf, Anne Carson, Clarice Lispector o Herta Müller. ¿Cuántas veces nos ofrece la palabra llegar al fondo de las cosas? Pues muy pocas, como cuando Eminem cantaba aquello de que tienes un tiro, tienes una oportunidad. Pero mentiría si no dijese algo en lo que pensaba mientras leía, y era en el grado de permeabilidad de la novela para asimilar ya no la repetición de ideas, sino de palabras. El motor de cualquier relato es un engranaje tan complejo como delicado: sus anécdotas. Y en Mañana se olvidan, a veces, tras enunciarse, que es lo mismo que obviar la diferencia sutil entre dolerse y decir que algo nos duele.

Sí que es importante señalar que lo más logrado del relato son los personajes sepultados bajo ese alud de palabras, y que crecen con buena salud en los márgenes de la carretera, asilvestrados. Hablo de la propia Moira y de Qiáng Cháo, excelentes, cuya virtud se halla en su resolución: sus voces se enuncian en un par de pinceladas, cuando manifiestan con discreción su deseo o su rechazo a las cosas del mundo.

Olalla Castro  
Lumen, 2025
208 páginas. 18,91 euros

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