Máquinas

Máquina emocional [Varios de mis amigos y yo tenemos la misma edad y la misma triste sensación de estar envejeciendo. Somos conscientes de que diez años se sienten como cinco y que cinco pueden sentirse como veinte. Ahora que camino de regreso a casa pienso en las cosas que aún me sobreviven de hace diez, veinte años. La juventud está en juego aunque no sepa exactamente en qué momento…

Origen

 No queda duda de que mi relación más tóxica hasta el momento todavía existe y es con la literatura. Involucrarse en el mundo literario es llevarse decepciones y frustraciones. Es ver las ambiciones romperse. Últimamente he pensado mucho en qué busco y qué quiero de la literatura.  11 noviembre, 2024deEmmanuel Vizcaya|Inéditos

 Máquina emocional

[Varios de mis amigos y yo tenemos la misma edad y la misma triste sensación de estar envejeciendo. Somos conscientes de que diez años se sienten como cinco y que cinco pueden sentirse como veinte. Ahora que camino de regreso a casa pienso en las cosas que aún me sobreviven de hace diez, veinte años. La juventud está en juego aunque no sepa exactamente en qué momento acaba, quizá termina a los 18 o incluso antes. Recuerdo que a los 15 ya extrañaba muchas cosas del pasado]

[Son las 11 de la noche de un viernes en el centro de la ciudad y nada está en silencio. La fuerza de esta noche demanda en mí un impulso extraño: tengo ganas de que me den ganas de fiesta pero no suceden. Tengo ganas de tener ganas: una metafísica del deseo. Sin embargo, al menos sé que es el cansancio acumulado lo que me detiene por ahora. Tal vez también siento un poco de nostalgia porque esta noche alcanzo a ver los días como los vagones de un tren a gran velocidad. Podría detenerme a sentir el vértigo del carrusel concéntrico del tiempo: notar, como todos, lo rápido que se esfuman los deseos, las esperanzas, lo rápido que se decanta la vida en la realidad inclemente]

[Varios de mis amigos y yo tenemos la misma edad y la misma triste sensación de estar envejeciendo. Mis amigos viven y no se detienen. Se pulverizan, son tan reales que a veces no parecen de este mundo. Con muchos de ellos comparto la nostalgia como si se tratara de un químico. Nostalgia que se agolpa en el corazón y lo agrieta. Todos tenemos grietas en el corazón que quieren reventarse. Sobre esas grietas se ejerce un golpeteo, algo que las toca y las empuja. El corazón es la parte más propensa a la erosión, la más propensa a que se le filtre el pasado, pero es muy fuerte, se necesita mucho tiempo e insistencia o un golpe verdaderamente devastador]

[Me gusta escribir de mis amigos y saber que también puedo encontrarlos en las palabras. Saber que en la fiesta compartiremos una lata de cerveza y que la música nos dará a cada uno las piezas faltantes del rompecabezas del mundo. Cuando pienso en mis amigos pienso también, inevitablemente, en las distancias que nos separan y unen. Si fuéramos puntos en un plano cartesiano veríamos ese movimiento como un baile azaroso. Es imposible que algo se mantenga quieto. En el aparente caos se encuentra el equilibrio. Su transformación es hermosa, pero como todo lo que es hermoso, también duele. Sabemos que nuestros amigos siguen estando allá afuera, lo que no se sabe es hasta cuándo. Asumimos la presencia perpetua de los amigos y nos sabemos con ellos, bailando los amaneceres o soñando al mismo tiempo que amanece aunque tengamos los párpados llenos todavía de madrugada. Pero no hay una certeza que por siempre nos aguarde. Un día ellos desaparecen sin más, o quedan estáticos, y aunque en el infinito de la gran escala universal su movimiento no decline nunca, nuestro cuerpo se queda sin su magnetismo delirante y giratorio. Cuando los amigos dejan de bailar podemos extraviarnos de pronto en otra órbita. No sabemos lo que nos espera, ni cuándo nos espera. Hay quienes rompieron la barrera del sonido y se fueron tan lejos que se perdieron de vista. Hay quien desaparece de esta pista de baile antes que otros. Una noche de pronto vuelven a ser los platillos voladores que fueron al aterrizar en el mundo, dentro de esferas de luz danzante]

[Mis amigos son un conjuro plasmado en una pared de roca, luces reflejadas en mis ojos vidriosos. Como si se tratara de un sistema solar conformado por múltiples órbitas, espero con impaciencia el amanecer de mis amigos que giran como estrellas. Pasan por la bóveda celeste de mi cráneo y alumbran y hacen el día y la madrugada. Son asteroides y soles y algunos satélites artificiales. Espero a que pasen cruzando la noche y salgo a buscarlos. También soy cometa y telescopio y en innumerables ocasiones me he encendido. Juntos somos un pequeño planetario. Estamos alucinando y las brújulas son nuestras manos. Vamos en fila hacia la siguiente estancia del tiempo. Mis amigos bajan al centro de la tierra y aparecen en el centro del cielo como si fuera el mejor truco de magia. Para ellos una declaración de amor vertida en sus corazones, un conjuro con sus voces y que esa estructura de sonidos sea capaz de abrazar y se encienda como un círculo de luz cuando nos miremos a los ojos. Una palabra que sea un cuenco para sus lágrimas y que de pronto se haga música. Un elogio a sus abrazos revitalizantes. Quiero nombrar la electricidad que me sostiene cuando alguno me tiende la mano para sortear el vacío. Mis amigos son la vida que surfea el mar embravecido del misterio. Un poema sobre todas las cosas que significan, su luz y su sombra congelada, sus mentes que expanden la imaginación como algo que respira]

  Máquina literaria

[Recuerdo perfectamente bien los días en que me sentía un poeta maldito, un aspirante a escritor, un intento de enfant terrible. Muchos amigos de mi generación éramos así. Íbamos por las calles, en grupo o en solitario, con la mochila repleta de papeles sueltos y enmarañados; poemas a medio camino o poemas brutales en servilletas y tickets que terminaban por deshacerse; libros en las bolsas interiores de las chamarras; pretenciosas plumas fuente o lápices mordisqueados y una actitud bravucona o retraída, como de quien todo lo ve desde las sombras iluminadas. Yo, además de todo eso, salía por las noches con mi gabardina de segunda mano, ridícula a mis ojos de ahora, pero que en ese entonces era una especie de amuleto para surcar las calles de la colonia Roma. Cliché sobre cliché. Así iba yo, con mi libreta del lado izquierdo y mi libro en turno del lado derecho atrapando poemas o gérmenes de poemas o astillas de poemas o esquirlas de poemas entre los pliegues de mi gabardina, de Iztapalapa a la Roma y de la Roma a Iztapalapa. Mis amigos, al igual que yo, aspiraban al poema perfecto. Yo nunca viví al límite de nada. Creo que ni siquiera rompí una regla ni me metí en problemas con las autoridades. Tampoco discutí encarnizadamente con otros escritores por ideas contrarias. Los años pasaron y sustituí la gabardina por playeras y camisas convencionales. Recuerdo aquellos días y me hacen reírme de mí mismo. No cabe duda de que antes era más viejo de lo que soy ahora, aunque mi cuerpo demuestre lo contrario. Sin embargo, recuerdo con cierta nostalgia algunas cosas de ese entonces, como el arrojo valiente de que la vida apenas comenzaba y seguramente sería espectacular]

[No queda duda de que mi relación más tóxica hasta el momento todavía existe y es con la literatura. Involucrarse en el mundo literario es llevarse decepciones y frustraciones. Es ver las ambiciones romperse. Últimamente he pensado mucho en qué busco y qué quiero de la literatura. La deuda que ella adquiere con cada escritora y escritor nunca estará saldada, siempre tendremos la permanente sensación de que todavía nos debe demasiado y así se mantendrán las cosas]

[Pienso que entre más poemas escribes, más te alejas de la poesía. Esto significa que la poesía ocurre siempre en un momento no planeado, imposible de delimitar, sin articulación ni estrategia. Mientras más poemas se escriben, más se aproxima uno a la “fórmula” y esta programación aleja gradualmente al elemento poético, dejando sólo la pura forma, el contenedor de orfebrería, el alhajero vacío. La mejor estrategia sería sólo escribir poemas cuando sea irremediable, cuando no haya otra alternativa. Dejar existir al poema como una necesidad, como una traición del inconsciente, cuestión de vida o de locura. Poemas inevitables e irremediables, cuando ya no pueda calmarse la angustia. Las experiencias, mientras más se piensan y planean, abandonan el carrusel del pensamiento para insertarse en el carrusel trunco de la obsesión. Escribir poemas por deporte, por ejercicio, por obligación, es la mejor forma de producir hojas secas. La manera más auténtica de pescar no es tendiendo una red kilométrica, sino sumergiendo la mano y esperando a que el pez acaricie nuestros dedos y pida ser levantado. Ahí está lo milagroso de la poesía. Que el siguiente poema sea inesperado. No saber por anticipado qué figura tiene. No verlo venir, que sólo aparezca como una punzada en el pecho, que nos empuje a escribirlo temblando y sudando. Y después de esa visita fugaz de algo que posiblemente se asemeje a la poesía, quedar solos sin saber por cuánto tiempo hasta el próximo milagro]

  Máquina doméstica

[Me parece que es momento de preguntarme si acaso sé en dónde está mi casa. Quién es mi casa. Cuándo es mi casa. No sólo dónde se ubica. Posiblemente sí, mi casa soy yo, pero también podría ser un asteroide o una galaxia. Me gustaría pensar que mi casa aparece y desaparece y se transforma cada vez que observo a través de los caleidoscopios, o que una brújula enloquecida en giros siempre está apuntando hacia ella. Quiero pensar incluso que mi casa ya existía antes de que yo llegara, que mi casa son tres ventanas que cambian de forma y de espacio. Ventanas para siempre abiertas. A veces prefiero pensar que mi casa es imaginaria y así como en ocasiones es un cubo de madera, otras veces puede ser caparazón o caja de cerillos a la que justamente puedo decirle “tú eres mi casa” y guardarla en el bolsillo de mi pantalón. Pero por desgracia también siento que mi casa siempre peligra y que un día podría no ser capaz de invocarla. Por eso tal vez mi casa no es un punto en el espacio sino una coma en el tiempo, por eso avanza como en una pausa y sigue adelante. Por eso las preguntas correctas para verla son: ¿Cuándo es mi casa? ¿Quién es mi casa en el tiempo? Esas preguntas despliegan una respuesta en diagonal en el plano cartesiano de mi existencia como una katana. Otorgan una nueva dimensión a mi imaginario. Tal vez yo podría vivir sin casa si pudiera sostenerme dentro de mí o en el oxígeno o en los remolinos de polvo o en la sombra de los edificios o en el ruido de los motores acelerados. Tal vez, y para hacerlo aún más simple, mi casa viva en todos los puntos finales de mis palabras y por eso esté repartida en cientos de lugares]

  Máquina telescópica

[Se supone que ahora mismo se acerca peligrosamente un meteorito hacia la Tierra. “Peligrosamente”, dicen los científicos. A veces pienso que me hubiera gustado ser científico para darle un peso distinto a la palabra “peligrosamente”. Un meteorito se aproxima hacia la Tierra pero en definitiva no es el único. Millones se aproximan sin saberlo todavía. Una formación inmensa de navíos. no conocen el peligro y tampoco se conocen a sí mismos. Quizás el meteorito más cercano, con su campo magnético intacto hasta hace algunos meses, ha comenzado a presentir una presencia, un magnetismo mucho más tangible últimamente. Somos nosotros. Peligrosamente, dicen. Los científicos huelen el peligro. El olor de la catástrofe no es imaginario. ¿El miedo es una máquina? Quizás el magnetismo del meteoro es quien se cierne como un manto de fatalidad en esta tarde nublada y lluviosa. Sería hermosa la lluvia en la superficie de un meteoro. Si de pronto algún meteoro lograra condensar en sí una pequeña atmósfera con nubes y tormentas, esas lluvias podrían ser el tesoro más codiciado del cosmos. Una lluvia constante y silenciosa, mojando los metales, tremendamente fría en ocasiones y en otras hirviente y vaporosa. Agua imantada. Agua energizada. La pequeña atmósfera envolvería al meteoro por completo. Sería una nube densa con un núcleo rocoso. Única en su especie en el espacio visible. No significaría un peligro. Pasaría de largo, movería un poco el viento y agitaría un par de mareas pero nada más que eso. Hoy pasa un meteorito peligrosamente cerca y no lo envuelve ninguna nube de tormenta. Ninguna lluvia lo recubre y es la imagen más triste del cosmos]

Emmanuel Vizcaya / Ciudad de México, 1989. Escritor. Ha publicado poesía, narrativa y ensayo, donde destacan la trilogía poética NEO/GN/SYS, el libro de cuento breve Aerovitrales, el poemario Los Zentros, el cuaderno de sueños Cielo de radares y el compilado La memoria de los meteoros. Fue uno de los fundadores de la revista digital [Radiador] Magazine. Con frecuencia imparte talleres de escritura creativa y produce ROTTTOR, un proyecto de experimentación sonora y música electrónica. Actualmente es becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca, en el área de Ensayo Literario.

 Inéditos – Periódico de Poesía

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