‘Ropa tendida’, de Óscar García Sierra: una novela para consolarse con la infelicidad

Según me contaron el otro día, el tecno es un estilo de música electrónica que produce disonancias entre lo que se ve y lo que se escucha. Solo se hace presente en los cuerpos que lo bailan, que además lo hacen por asimilación: alguien comienza a moverse al escucharlo y el alrededor orbita. Algo así sucede en Ropa tendida, la segunda novela de Óscar García Sierra (León, 1994): ves a Chuck Palahniuk, pero escuchas al Miguel Delibes de El disputado voto del señor Cayo.

El imaginario de la novela es la Castilla desindustrializada, tal y como ya leímos en Facendera, su debut. Si no han tenido ocasión de leer aquel libro de 2022, sepan que se preocupa por el narrar y por el suyo asturleonés. Luego que si los guajes jóvenes no sé qué. En cambio, en 2024 País Llionés no se dibuja en la conversación de dos que hablan en una cocina, sino que se encarna en los cuerpos de otros dos de La Robla que no se aman, beben Red Label y desconocen qué fue antes, si el pollo o la gallina.

Ropa tendida se compone de dos partes, la de Xairu o Jairo y la de la Juli. En la primera se nos explica de dónde sale el tipo de 40 años aspirante a politicucho, cuyo mono de farlopa es un chavalín con gorra. Y sale de una familia, una familia cuyo retrato resulta suntuoso y excelentemente disfuncional: Isidorín, su padre, fue minero. Ahora monta en bici y aprende ruso por casetes con una tal Natalia. Su madre, Milagros, trabaja en una residencia de ancianos donde coincide con la Juli y… su hermana, Tania Tamara, ha huido a León capital para: a) Teletrabajar por una miseria en una empresa de IA, que antes comercializaba con prótesis por toda la península, b) Para cumplir su sueño de ser escritora y c) Para leer Hábitos atómicos con una atención genuina. She’s so real for that, I love her. La parte de Juli es lo mismo, pero diferente: 101 trabajos mal remunerados, padre muerto por haber tenido que vender su casa del pueblo y comprar una en León-León, madre asustada e indecisa y Aitor, un hijo que representa la mística de la amistad masculina muy sintetizada, “hola, bro”. Ah, y el padre de Aitor, Pablo, que es alguien tontísimo de Valladolid.

Los temas de Facendera ―el amor, la ultraderecha, las ganas de llorar o la incomunicación― siguen vigentes en Ropa tendida. No obstante, aquí los rasgos de los personajes se toman como si fuesen tramas, lo que hace quizá que traicionemos al tecno. Te apercibes ante la perspectiva de que ese baile narrativo dará sentido a una forma que se repita y aceptes que cambie en cada personaje. Sin embargo, da la sensación de que se han contado pocas cosas a sí mismos, que no evolucionarán. Han dado por sentado que la tristeza, como los regalos de las bodas, es algo personalizado y portátil que se hereda.

Pese a esto, no existe en la novela ninguna frase desconcertante en la que el narrador se guste tanto que le haga olvidar lo que está contando. Porque Ropa tendida es una novela única en la que se subraya algo valiosísimo, escribir es la promesa de lo que puede pasar mientras escribimos.

Seguir leyendo

 Según me contaron el otro día, el tecno es un estilo de música electrónica que produce disonancias entre lo que se ve y lo que se escucha. Solo se hace presente en los cuerpos que lo bailan, que además lo hacen por asimilación: alguien comienza a moverse al escucharlo y el alrededor orbita. Algo así sucede en Ropa tendida, la segunda novela de Óscar García Sierra (León, 1994): ves a Chuck Palahniuk, pero escuchas al Miguel Delibes de El disputado voto del señor Cayo.El imaginario de la novela es la Castilla desindustrializada, tal y como ya leímos en Facendera, su debut. Si no han tenido ocasión de leer aquel libro de 2022, sepan que se preocupa por el narrar y por el suyo asturleonés. Luego que si los guajes jóvenes no sé qué. En cambio, en 2024 País Llionés no se dibuja en la conversación de dos que hablan en una cocina, sino que se encarna en los cuerpos de otros dos de La Robla que no se aman, beben Red Label y desconocen qué fue antes, si el pollo o la gallina.Ropa tendida se compone de dos partes, la de Xairu o Jairo y la de la Juli. En la primera se nos explica de dónde sale el tipo de 40 años aspirante a politicucho, cuyo mono de farlopa es un chavalín con gorra. Y sale de una familia, una familia cuyo retrato resulta suntuoso y excelentemente disfuncional: Isidorín, su padre, fue minero. Ahora monta en bici y aprende ruso por casetes con una tal Natalia. Su madre, Milagros, trabaja en una residencia de ancianos donde coincide con la Juli y… su hermana, Tania Tamara, ha huido a León capital para: a) Teletrabajar por una miseria en una empresa de IA, que antes comercializaba con prótesis por toda la península, b) Para cumplir su sueño de ser escritora y c) Para leer Hábitos atómicos con una atención genuina. She’s so real for that, I love her. La parte de Juli es lo mismo, pero diferente: 101 trabajos mal remunerados, padre muerto por haber tenido que vender su casa del pueblo y comprar una en León-León, madre asustada e indecisa y Aitor, un hijo que representa la mística de la amistad masculina muy sintetizada, “hola, bro”. Ah, y el padre de Aitor, Pablo, que es alguien tontísimo de Valladolid.Los temas de Facendera ―el amor, la ultraderecha, las ganas de llorar o la incomunicación― siguen vigentes en Ropa tendida. No obstante, aquí los rasgos de los personajes se toman como si fuesen tramas, lo que hace quizá que traicionemos al tecno. Te apercibes ante la perspectiva de que ese baile narrativo dará sentido a una forma que se repita y aceptes que cambie en cada personaje. Sin embargo, da la sensación de que se han contado pocas cosas a sí mismos, que no evolucionarán. Han dado por sentado que la tristeza, como los regalos de las bodas, es algo personalizado y portátil que se hereda.Pese a esto, no existe en la novela ninguna frase desconcertante en la que el narrador se guste tanto que le haga olvidar lo que está contando. Porque Ropa tendida es una novela única en la que se subraya algo valiosísimo, escribir es la promesa de lo que puede pasar mientras escribimos. Seguir leyendo  

Según me contaron el otro día, el tecno es un estilo de música electrónica que produce disonancias entre lo que se ve y lo que se escucha. Solo se hace presente en los cuerpos que lo bailan, que además lo hacen por asimilación: alguien comienza a moverse al escucharlo y el alrededor orbita. Algo así sucede en Ropa tendida, la segunda novela de Óscar García Sierra (León, 1994): ves a Chuck Palahniuk, pero escuchas al Miguel Delibes de El disputado voto del señor Cayo.

El imaginario de la novela es la Castilla desindustrializada, tal y como ya leímos en Facendera, su debut. Si no han tenido ocasión de leer aquel libro de 2022, sepan que se preocupa por el narrar y por el suyo asturleonés. Luego que si los guajes jóvenes no sé qué. En cambio, en 2024 País Llionés no se dibuja en la conversación de dos que hablan en una cocina, sino que se encarna en los cuerpos de otros dos de La Robla que no se aman, beben Red Label y desconocen qué fue antes, si el pollo o la gallina.

Ropa tendida se compone de dos partes, la de Xairu o Jairo y la de la Juli. En la primera se nos explica de dónde sale el tipo de 40 años aspirante a politicucho, cuyo mono de farlopa es un chavalín con gorra. Y sale de una familia, una familia cuyo retrato resulta suntuoso y excelentemente disfuncional: Isidorín, su padre, fue minero. Ahora monta en bici y aprende ruso por casetes con una tal Natalia. Su madre, Milagros, trabaja en una residencia de ancianos donde coincide con la Juli y… su hermana, Tania Tamara, ha huido a León capital para: a) Teletrabajar por una miseria en una empresa de IA, que antes comercializaba con prótesis por toda la península, b) Para cumplir su sueño de ser escritora y c) Para leer Hábitos atómicos con una atención genuina. She’s so real for that, I love her. La parte de Juli es lo mismo, pero diferente: 101 trabajos mal remunerados, padre muerto por haber tenido que vender su casa del pueblo y comprar una en León-León, madre asustada e indecisa y Aitor, un hijo que representa la mística de la amistad masculina muy sintetizada, “hola, bro”. Ah, y el padre de Aitor, Pablo, que es alguien tontísimo de Valladolid.

Los temas de Facendera ―el amor, la ultraderecha, las ganas de llorar o la incomunicación― siguen vigentes en Ropa tendida. No obstante, aquí los rasgos de los personajes se toman como si fuesen tramas, lo que hace quizá que traicionemos al tecno. Te apercibes ante la perspectiva de que ese baile narrativo dará sentido a una forma que se repita y aceptes que cambie en cada personaje. Sin embargo, da la sensación de que se han contado pocas cosas a sí mismos, que no evolucionarán. Han dado por sentado que la tristeza, como los regalos de las bodas, es algo personalizado y portátil que se hereda.

Pese a esto, no existe en la novela ninguna frase desconcertante en la que el narrador se guste tanto que le haga olvidar lo que está contando. Porque Ropa tendida es una novela única en la que se subraya algo valiosísimo, escribir es la promesa de lo que puede pasar mientras escribimos.

Portada de 'Ropa tendida', de Óscar García Sierra. EDITORIAL ANAGRAMA

Óscar García SierraAnagrama, 2024280 páginas. 18,90 euros

Búsquelo en su librería

 EL PAÍS

Noticias de Interés