“En pleno siglo XXI”, sentencia el periodista valenciano Javier Cavanilles, “Satán debería estar embalsamado”. Sin embargo, con las cancelas del infierno oficialmente echadas por el Papa Francisco, que en 2018 declaró que no es un lugar, sino un estado del ánimo, el príncipe de las tinieblas sigue vivo. Y, según las representaciones canónicas, coleando. “Putin asegura luchar contra los valores satánicos de Occidente”, recuerda Cavanilles, “Vox habla en el Congreso de sotas de bastos con aspecto satánico, Maduro denuncia que la líder opositora María Corina Machado firmó un pacto satánico con Elon Musk” y Trump cuenta con “una legión de profetas en internet que creen que es un enviado de Dios”. A pesar de que la figura va adaptándose a los tiempos, sigue siendo una herramienta muy útil para el poder. Para Cavanilles, “pocas formas se han inventado más efectivas para zanjar sin argumentos un debate que acusar al otro de estar al servicio del Señor del Mal”.
El último entrecomillado pertenece al libro Satanismo. Historia del culto al Mal (Almuzara, 2024), recién lanzado al mercado por este especialista en conspiraciones y supuestos fenómenos paranormales. En sus páginas, Cavanilles traza “la historia del satanismo explicada como la de cualquier otra religión”, con “una visión académica e histórica” similar a los estudios realizados en el norte de Europa, que incluyen el satanismo “dentro de los cultos paganos”. La encarnación del Mal nace en la época que media entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y sirve para un doble fin. “Si atribuyes intenciones satánicas al enemigo, te conviertes en víctima”, por un lado. Y por el otro, “justificas el mal que tú puedas realizar en tu lucha” contra Lucifer. “Es un mal defensivo”, explica Cavanilles, “puedes bombardear barrios enteros en tu lucha contra Hamás o Hezbolá porque cualquier cosa que hagas estará por debajo del demonio”. Si el enemigo te quiere matar, “puedes contraatacar con la conciencia tranquila”.
“Todos los dioses de otras culturas”, prosigue el especialista, “incorporan facetas oscuras”. Sin embargo, es el Cristianismo el que “racionaliza el Mal”. El dios del Nuevo Testamento es esencialmente bueno y Satanás es “su cara B”. Su irrupción en los evangelios y en el Apocalipsis de San Juan responde, según Cavanilles, a una de las primeras conspiraciones globales, la que revela la existencia de la Sinagoga de Satán. Según esta idea, los judíos saben que Jesús es el Mesías y lo entregan a los romanos para no dar la razón a los cristianos. “Es la culminación de un proceso político-religioso que nace con el monoteísmo y culmina con la división del mundo entre dos realidades irreconciliables, que no son el Bien y el Mal, sino el nosotros contra ellos”. Para Cavanilles, es la semilla del antisemitismo, de la islamofobia e incluso de la misoginia que convirtió a las mujeres en brujas. También, “de la lucha contra el comunismo en EEUU, donde muchos creen que es una religión atea”, dice el periodista. Y, finalmente y hasta nuestros días, de la teoría que asegura que hay una élite de gobernantes satánicos que controla el mundo. “Lo más preocupante que haya tanta gente que se lo crea”, sostiene Cavanilles, “pero a esta conspiranoia, internet y los algoritmos de las redes sociales le han venido bien”.
El libro de Cavanilles refleja cómo los caminos de la religión y la política se van uniendo, especialmente con la figura del emperador romano Constantino, el primero en tolerar el cristianismo. “Se acercó a la iglesia y la aparejó al Estado”, comenta el autor, “porque supo ver la importancia que iba adquiriendo en el Imperio Romano y entendió que controlándola podría usarla para consolidar su poder político”. Pese a que la fe va perdiendo peso respecto al Estado, los integrismos siguen hoy imponiendo su huella en la administración. También en el cristianismo. “Por muy ateo que seas”, señala Cavanilles, “en Occidente la religión forma parte del contexto”. “Es una idea que la masa pilla enseguida, todos se identifican con ello”. Y Satanás no queda al margen. Pero “desacralizado”. “Va dejando de ser una construcción religiosa para aparecer en la calle, donde la gente lo hace suyo”. “El paraíso perdido de John Milton sienta las bases del ángel caído, Satán pasa a ser un rebelde contra el poder establecido”, afirma el periodista, “y con Nietzsche nace el satanismo como filosofía”.
Cavanilles diferencia dos clases de satanismo. El religioso, que adora al Satán de la Biblia como “ser malvado que hace el mayor daño posible de manera gratuita”. Y el humanista, que se desarrolla ya en el siglo XX a partir de personajes como Aleister Crowley o Anton LaVey, que lo encajan en la cultura pop. Y que se afianza en el aspecto rebelde del demonio como una “creencia religiosa atea”. Hasta que en 2013, nace en EEUU The Satanic Temple, una asociación encabezada por Lucien Greaves de la que Cavanilles es miembro. “Es una reacción contra las imposiciones religiosas”, que basan en la fe las posturas contra el aborto o la eutanasia, por ejemplo, “y una crítica a las estructuras de control” que aboga por la total “separación entre Iglesia y Estado”. “Es una autorreligión”, continúa el experto, “Cada uno la desarrolla como quiere, lo manifiesta como quiere”, no hay dogmas ni mandamientos. “En España solo estamos reconocidos como asociación cultural” porque el proceso burocrático es farragoso y recae en la administración civil, “que, incomprensiblemente, es la que se puede pronunciar sobre lo que es una religión”, lamenta. Entre otros asuntos, defienden la libertad de culto, el pago de impuestos por parte de la Iglesia o la erradicación de la religión de los centros públicos de enseñanza. “Frente a la ola ultraconservadora que se expande por el mundo, Satán es la mejor opción que les queda a los buenos”, zanja Cavanilles en su libro.
“En pleno siglo XXI”, sentencia el periodista valenciano Javier Cavanilles, “Satán debería estar embalsamado”. Sin embargo, con las cancelas del infierno oficialmente echadas por el Papa Francisco, que en 2018 declaró que no es un lugar, sino un estado del ánimo, el príncipe de las tinieblas sigue vivo. Y, según las representaciones canónicas, coleando. “Putin asegura luchar contra los valores satánicos de Occidente”, recuerda Cavanilles, “Vox habla en el Congreso de sotas de bastos con aspecto satánico, Maduro denuncia que la líder opositora María Corina Machado firmó un pacto satánico con Elon Musk” y Trump cuenta con “una legión de profetas en internet que creen que es un enviado de Dios”. A pesar de que la figura va adaptándose a los tiempos, sigue siendo una herramienta muy útil para el poder. Para Cavanilles, “pocas formas se han inventado más efectivas para zanjar sin argumentos un debate que acusar al otro de estar al servicio del Señor del Mal”.El último entrecomillado pertenece al libro Satanismo. Historia del culto al Mal (Almuzara, 2024), recién lanzado al mercado por este especialista en conspiraciones y supuestos fenómenos paranormales. En sus páginas, Cavanilles traza “la historia del satanismo explicada como la de cualquier otra religión”, con “una visión académica e histórica” similar a los estudios realizados en el norte de Europa, que incluyen el satanismo “dentro de los cultos paganos”. La encarnación del Mal nace en la época que media entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y sirve para un doble fin. “Si atribuyes intenciones satánicas al enemigo, te conviertes en víctima”, por un lado. Y por el otro, “justificas el mal que tú puedas realizar en tu lucha” contra Lucifer. “Es un mal defensivo”, explica Cavanilles, “puedes bombardear barrios enteros en tu lucha contra Hamás o Hezbolá porque cualquier cosa que hagas estará por debajo del demonio”. Si el enemigo te quiere matar, “puedes contraatacar con la conciencia tranquila”.“Todos los dioses de otras culturas”, prosigue el especialista, “incorporan facetas oscuras”. Sin embargo, es el Cristianismo el que “racionaliza el Mal”. El dios del Nuevo Testamento es esencialmente bueno y Satanás es “su cara B”. Su irrupción en los evangelios y en el Apocalipsis de San Juan responde, según Cavanilles, a una de las primeras conspiraciones globales, la que revela la existencia de la Sinagoga de Satán. Según esta idea, los judíos saben que Jesús es el Mesías y lo entregan a los romanos para no dar la razón a los cristianos. “Es la culminación de un proceso político-religioso que nace con el monoteísmo y culmina con la división del mundo entre dos realidades irreconciliables, que no son el Bien y el Mal, sino el nosotros contra ellos”. Para Cavanilles, es la semilla del antisemitismo, de la islamofobia e incluso de la misoginia que convirtió a las mujeres en brujas. También, “de la lucha contra el comunismo en EEUU, donde muchos creen que es una religión atea”, dice el periodista. Y, finalmente y hasta nuestros días, de la teoría que asegura que hay una élite de gobernantes satánicos que controla el mundo. “Lo más preocupante que haya tanta gente que se lo crea”, sostiene Cavanilles, “pero a esta conspiranoia, internet y los algoritmos de las redes sociales le han venido bien”.El libro de Cavanilles refleja cómo los caminos de la religión y la política se van uniendo, especialmente con la figura del emperador romano Constantino, el primero en tolerar el cristianismo. “Se acercó a la iglesia y la aparejó al Estado”, comenta el autor, “porque supo ver la importancia que iba adquiriendo en el Imperio Romano y entendió que controlándola podría usarla para consolidar su poder político”. Pese a que la fe va perdiendo peso respecto al Estado, los integrismos siguen hoy imponiendo su huella en la administración. También en el cristianismo. “Por muy ateo que seas”, señala Cavanilles, “en Occidente la religión forma parte del contexto”. “Es una idea que la masa pilla enseguida, todos se identifican con ello”. Y Satanás no queda al margen. Pero “desacralizado”. “Va dejando de ser una construcción religiosa para aparecer en la calle, donde la gente lo hace suyo”. “El paraíso perdido de John Milton sienta las bases del ángel caído, Satán pasa a ser un rebelde contra el poder establecido”, afirma el periodista, “y con Nietzsche nace el satanismo como filosofía”.Cavanilles diferencia dos clases de satanismo. El religioso, que adora al Satán de la Biblia como “ser malvado que hace el mayor daño posible de manera gratuita”. Y el humanista, que se desarrolla ya en el siglo XX a partir de personajes como Aleister Crowley o Anton LaVey, que lo encajan en la cultura pop. Y que se afianza en el aspecto rebelde del demonio como una “creencia religiosa atea”. Hasta que en 2013, nace en EEUU The Satanic Temple, una asociación encabezada por Lucien Greaves de la que Cavanilles es miembro. “Es una reacción contra las imposiciones religiosas”, que basan en la fe las posturas contra el aborto o la eutanasia, por ejemplo, “y una crítica a las estructuras de control” que aboga por la total “separación entre Iglesia y Estado”. “Es una autorreligión”, continúa el experto, “Cada uno la desarrolla como quiere, lo manifiesta como quiere”, no hay dogmas ni mandamientos. “En España solo estamos reconocidos como asociación cultural” porque el proceso burocrático es farragoso y recae en la administración civil, “que, incomprensiblemente, es la que se puede pronunciar sobre lo que es una religión”, lamenta. Entre otros asuntos, defienden la libertad de culto, el pago de impuestos por parte de la Iglesia o la erradicación de la religión de los centros públicos de enseñanza. “Frente a la ola ultraconservadora que se expande por el mundo, Satán es la mejor opción que les queda a los buenos”, zanja Cavanilles en su libro. Seguir leyendo Javier Cavanilles, en Valencia.Mònica Torres
“En pleno siglo XXI”, sentencia el periodista valenciano Javier Cavanilles, “Satán debería estar embalsamado”. Sin embargo, con las cancelas del infierno oficialmente echadas por el Papa Francisco, que en 2018 declaró que no es un lugar, sino un estado del ánimo, el príncipe de las tinieblas sigue vivo. Y, según las representaciones canónicas, coleando. “Putin asegura luchar contra los valores satánicos de Occidente”, recuerda Cavanilles, “Vox habla en el Congreso de sotas de bastos con aspecto satánico, Maduro denuncia que la líder opositora María Corina Machado firmó un pacto satánico con Elon Musk” y Trump cuenta con “una legión de profetas en internet que creen que es un enviado de Dios”. A pesar de que la figura va adaptándose a los tiempos, sigue siendo una herramienta muy útil para el poder. Para Cavanilles, “pocas formas se han inventado más efectivas para zanjar sin argumentos un debate que acusar al otro de estar al servicio del Señor del Mal”.
El último entrecomillado pertenece al libro Satanismo. Historia del culto al Mal (Almuzara, 2024), recién lanzado al mercado por este especialista en conspiraciones y supuestos fenómenos paranormales. En sus páginas, Cavanilles traza “la historia del satanismo explicada como la de cualquier otra religión”, con “una visión académica e histórica” similar a los estudios realizados en el norte de Europa, que incluyen el satanismo “dentro de los cultos paganos”. La encarnación del Mal nace en la época que media entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y sirve para un doble fin. “Si atribuyes intenciones satánicas al enemigo, te conviertes en víctima”, por un lado. Y por el otro, “justificas el mal que tú puedas realizar en tu lucha” contra Lucifer. “Es un mal defensivo”, explica Cavanilles, “puedes bombardear barrios enteros en tu lucha contra Hamás o Hezbolá porque cualquier cosa que hagas estará por debajo del demonio”. Si el enemigo te quiere matar, “puedes contraatacar con la conciencia tranquila”.
“Todos los dioses de otras culturas”, prosigue el especialista, “incorporan facetas oscuras”. Sin embargo, es el Cristianismo el que “racionaliza el Mal”. El dios del Nuevo Testamento es esencialmente bueno y Satanás es “su cara B”. Su irrupción en los evangelios y en el Apocalipsis de San Juan responde, según Cavanilles, a una de las primeras conspiraciones globales, la que revela la existencia de la Sinagoga de Satán. Según esta idea, los judíos saben que Jesús es el Mesías y lo entregan a los romanos para no dar la razón a los cristianos. “Es la culminación de un proceso político-religioso que nace con el monoteísmo y culmina con la división del mundo entre dos realidades irreconciliables, que no son el Bien y el Mal, sino el nosotros contra ellos”. Para Cavanilles, es la semilla del antisemitismo, de la islamofobia e incluso de la misoginia que convirtió a las mujeres en brujas. También, “de la lucha contra el comunismo en EEUU, donde muchos creen que es una religión atea”, dice el periodista. Y, finalmente y hasta nuestros días, de la teoría que asegura que hay una élite de gobernantes satánicos que controla el mundo. “Lo más preocupante que haya tanta gente que se lo crea”, sostiene Cavanilles, “pero a esta conspiranoia, internet y los algoritmos de las redes sociales le han venido bien”.
El libro de Cavanilles refleja cómo los caminos de la religión y la política se van uniendo, especialmente con la figura del emperador romano Constantino, el primero en tolerar el cristianismo. “Se acercó a la iglesia y la aparejó al Estado”, comenta el autor, “porque supo ver la importancia que iba adquiriendo en el Imperio Romano y entendió que controlándola podría usarla para consolidar su poder político”. Pese a que la fe va perdiendo peso respecto al Estado, los integrismos siguen hoy imponiendo su huella en la administración. También en el cristianismo. “Por muy ateo que seas”, señala Cavanilles, “en Occidente la religión forma parte del contexto”. “Es una idea que la masa pilla enseguida, todos se identifican con ello”. Y Satanás no queda al margen. Pero “desacralizado”. “Va dejando de ser una construcción religiosa para aparecer en la calle, donde la gente lo hace suyo”. “El paraíso perdido de John Milton sienta las bases del ángel caído, Satán pasa a ser un rebelde contra el poder establecido”, afirma el periodista, “y con Nietzsche nace el satanismo como filosofía”.
Cavanilles diferencia dos clases de satanismo. El religioso, que adora al Satán de la Biblia como “ser malvado que hace el mayor daño posible de manera gratuita”. Y el humanista, que se desarrolla ya en el siglo XX a partir de personajes como Aleister Crowley o Anton LaVey, que lo encajan en la cultura pop. Y que se afianza en el aspecto rebelde del demonio como una “creencia religiosa atea”. Hasta que en 2013, nace en EEUU The Satanic Temple, una asociación encabezada por Lucien Greaves de la que Cavanilles es miembro. “Es una reacción contra las imposiciones religiosas”, que basan en la fe las posturas contra el aborto o la eutanasia, por ejemplo, “y una crítica a las estructuras de control” que aboga por la total “separación entre Iglesia y Estado”. “Es una autorreligión”, continúa el experto, “Cada uno la desarrolla como quiere, lo manifiesta como quiere”, no hay dogmas ni mandamientos. “En España solo estamos reconocidos como asociación cultural” porque el proceso burocrático es farragoso y recae en la administración civil, “que, incomprensiblemente, es la que se puede pronunciar sobre lo que es una religión”, lamenta. Entre otros asuntos, defienden la libertad de culto, el pago de impuestos por parte de la Iglesia o la erradicación de la religión de los centros públicos de enseñanza. “Frente a la ola ultraconservadora que se expande por el mundo, Satán es la mejor opción que les queda a los buenos”, zanja Cavanilles en su libro.
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