El jurado destaca el trabajo de la banda liderada por la cantautora vasca Miren Iza por su “profundo calado lírico y su sensibilidad poética”
Durante muchos años, Miren Iza no quería mencionar en las entrevistas como Tulsa —su alias artístico desde 2002— su ocupación laboral primigenia, la de psiquiatra con plaza en la sanidad pública madrileña. No era una circunstancia que ocultase, pero le incomodaban las asociaciones de ideas que pudieran derivarse de dos actividades tan diferenciadas. Hasta que Miren, o Tulsa, acabó por comprender que esas dos facetas eran manifestaciones complementarias de una manera de lidiar con la vida y abordar el tránsito por el mundo. Porque las canciones de Tulsa, aunque rara vez hayan alcanzado grandes cotas de popularidad, siempre han evidenciado un sentido de empatía y hasta compasión hacia el prójimo que se entiende aún mejor desde la certeza de sus muchas horas invertidas en la sanación de las más profundas heridas del alma.
Más información
El mejor “puente” de la historia: los pocos segundos que pueden elevar o destrozar una canción
Es ese calor y esa humanidad lo que engrandece una obra tan reivindicable como la de Iza (Hondarribia, 45 años), galardonada este lunes, puede que contra pronóstico, con el Premio Nacional de Músicas Actuales del Ministerio de Cultura, un honor en el que sucede en sus últimas ediciones a Chano Domínguez, Rozalén, Silvia Pérez Cruz y Rodrigo Cuevas y que lleva emparejado un montante económico de 30.000 euros. Fue el propio titular del ministerio, Ernest Urtasun, quien a última hora de la mañana comunicó telefónicamente el veredicto a la galardonada, que en ese momento se encontraba “releyendo, tomando cosas e intentando dar forma a cosas” en su escritorio. “Últimamente cojo todos los móviles, también los números desconocidos, porque nunca se sabe”, relataba la flamante premiada a este periódico, “y cuando escuché esa voz tan radiofónica y bonita pensé: ‘Vaya, tenía ahora alguna entrevista y no lo recordaba’. Cuando comprendí de qué se trataba, pude comprobar que lo de quedarse sin palabras, el temblor de piernas y el vuelco en el corazón no son metáforas, sino la pura realidad…”.
La psiquiatría y la música se han entrelazado de manera tan íntima en el bagaje de la guipuzcoana que Tulsa, la artista, tuvo que interrumpir su carrera durante un par de años cuando Iza, la doctora, obtuvo en 2011 un puesto de trabajo para desarrollar sus conocimientos médicos en la gran jungla urbana de Nueva York. Entonces tampoco fueron muy explícitas las comunicaciones en torno a ese paréntesis artístico y sus motivaciones últimas, pero aquella estancia neoyorquina representó un aldabonazo a la Iza psicoterapeuta tan rotundo como lo que el galardón nacional significa ahora para avalar a la Tulsa cantautora.
Le llega a esta vasca afincada en Madrid el empujón a su carrera justo cuando iba a cumplirse un año de su álbum seguramente más personal y ambicioso, Amadora. Este proyecto singularísimo iba asociado a una obra de teatro homónima que desarrolló la dramaturga María Velasco —curiosamente, Premio Nacional de Literatura Dramática hace apenas tres semanas, por su obra Primera sangre— y en la que la misma cantante confería como actriz una corporeidad escénica a sus historias cantadas. Amadora, tanto la obra como el disco, era una reflexión en diez actos / canciones sobre el papel histórico de la mujer como cuidadora y sustento tácito de hijos, padres o maridos, una dimensión tan invisible como, por supuesto, desagradecida. Miren se percató del alcance ese “vacío interior” de tantas mujeres sacrificadas por el prójimo a partir de los testimonios de docenas de pacientes; incluso tomó prestada una impactante expresión literal que le oyó a una mujer en terapia, “Me duelen hasta las pestañas”, para incluirla en la letra de Cuando venga el león pálido.
Es justo ese “profundo calado lírico y sensibilidad poética” lo que más ha subrayado el jurado –en el que se encontraban las también cantautoras Zahara y Anni B Sweet– a la hora de justificar su fallo. Y la propia Tulsa se confesaba “halagada” por la mención explícita a esa dimensión de su trabajo. “Siempre tuve clara la búsqueda de una voz personal, de ver y contar las cosas desde una perspectiva particular y única, porque es la mía. He invertido muchas energías justo en eso”, admitía la artista vasca, tras confesar que ni siquiera sabía que este 14 de octubre era el día designado para la deliberación. “El otro día había tomado algo con mi amiga Lola Tórtola para celebrar su Premio Nacional de Poesía Joven y bromeábamos sobre nuestras comunes dualidades, porque ella compatibiliza la literatura con la cirugía plástica, pero lo de la llamada de Urtasun lo veía tan remoto como el planeta más lejano”, admitía. Y reflexionaba: “Mis amigos me han llenado el wasap de felicitaciones diciendo que me lo merezco, pero el concepto mismo del merecimiento solo conduce a la frustración. La vida no es exactamente justa. ¿Por qué voy yo a merecer más este premio que tantos otros? Siempre he trabajado para ser feliz y me he alegrado con los logros ajenos”.
Miren Iza, la artista conocida como Tulsa.EFE/Ministerio de Cultura
El galardón, en cualquier caso, servirá para revitalizar la vigencia de Amadora, que casi había finiquitado ya ese “ciclo tan cruelmente corto” de los discos después de su presentación del pasado mes de junio en Madrid. Miren/Tulsa seguirá desarrollando aún su “vida dual” sobre los escenarios y junto al diván, ahora desde una consulta privada porque –y esa es otra historia, bastante más trágica que la del premio– llegó a la dolorosa conclusión de que no podía atender “ni remotamente” las necesidades de sus pacientes en el colapsado universo de la salud mental en la red pública madrileña. Es buena ocasión, sin duda, para repasar los logros artísticos de una mujer que a finales del siglo pasado empezó como bajista formando parte de la banda de punk Electrobikinis y que con su primer elepé en solitario, Solo me has rozado (2006), logró una candidatura al Grammy Latino al mejor artista revelación. Más tarde llegarían Espera la pálida (2009); La calma chicha, que figuró en muchas clasificaciones entre los mejores discos de 2015; la banda sonora para la película de Jonás Trueba Los exiliados románticos (2016), Centauros (2017) y Ese éxtasis (2021), que se abría con uno de sus títulos más emblemáticos, Autorretrato. Ese en el que decía: “No me creo especial casi nunca. Menos mal”.
El universo poético, bien se ve, es una constante irrenunciable. Miren Iza es una mujer tímida, de voz tierna y frágil, pero no elude una poética cruda, a veces descarnada. Sirvan algunos versos como ejemplo: “Hago pilates, voy a terapia, me masturbo sin pestañear”, “Tengo callos en el corazón y me ha salido musgo en el coño” o “Tenemos una cita semanal, 70 euros por abrirme en canal”. En cuanto a la escasísima querencia de la familia Iza por “instalarse en el halago”, dejemos aquí constancia de la reacción de su madre, la primera a la que hizo partícipe del premio. “Pues a José Luis Sastre [periodista de la Cadena SER] le han dado la Antena de Oro, así que estamos de enhorabuena”, exclamó la mujer. Y Miren Iza no podía evitar las carcajadas al recordarlo: “No conoce a Sastre en persona, ni nada que se le parezca, pero a lo que se ve es más militante de la SER que de su propia hija. Es algo que me tendré que llevar a terapia…”.
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Feed MRSS-S Noticias
Durante muchos años, Miren Iza no quería mencionar en las entrevistas como Tulsa —su alias artístico desde 2002— su ocupación laboral primigenia, la de psiquiatra con plaza en la sanidad pública madrileña. No era una circunstancia que ocultase, pero le incomodaban las asociaciones de ideas que pudieran derivarse de dos actividades tan diferenciadas. Hasta que Miren, o Tulsa, acabó por comprender que esas dos facetas eran manifestaciones complementarias de una manera de lidiar con la vida y abordar el tránsito por el mundo. Porque las canciones de Tulsa, aunque rara vez hayan alcanzado grandes cotas de popularidad, siempre han evidenciado un sentido de empatía y hasta compasión hacia el prójimo que se entiende aún mejor desde la certeza de sus muchas horas invertidas en la sanación de las más profundas heridas del alma.