En julio de 1991, un veinteañero Vicente G. Olaya (Madrid, 62 años) se presentó en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y pidió hablar con su director. Este le recibió y contempló con la mandíbula desencajada cómo Olaya sacaba de una bolsa de El Corte Inglés la monstruosa quijada de un mamífero extinto: un anficiónido, una enorme mezcla entre oso y lobo, para entendernos. Se lo había dado un amigo suyo, cuyo compañero de piso trabajaba en una mina en la madrileña localidad de Torrejón de Velasco. Olaya, el director y un buen equipo de arqueólogos subidos en rangers se presentaron en la mina, entraron casi que a la fuerza y descubrieron el cerro de Batallones, un insólito yacimiento paleolítico atestado de huesos que aún se sigue explotando tres décadas después. Importancia científica aparte, fue un bombazo informativo y la noticia con la que Olaya debutó en estas páginas, en las que sigue. La vida le fue llevando por otros derroteros (fue muchos años jefe de Local), pero en 2018, a su llegada a la sección de Cultura, desempolvó (hay que decir que con muchísimos lectores) un tema que los medios no suelen tratar: la arqueología. Ahora publica Pequeña historia de los grandes descubrimientos arqueológicos (Espasa), un libro para jóvenes, con vocación divulgativa y lleno de humor, a medio camino entre el libro de texto y el cómic español clásico, que reconstruye un viaje de 30.000 años desde las cuevas de Altamira a los guerreros de Xi’an, pasando por Machu Pichu o el misterioso Manuscrito Voynich.
PREGUNTA: Usted cultiva el componente aventurero de la arqueología. Cuando uno lee el libro, además de visitar los lugares de los que habla, a uno le entran muchas ganas de ver las películas de Indiana Jones.
RESPUESTA: El libro está lleno de personajes reales, pero hay dos que son ficticios: Sherlock Holmes e Indiana Jones. Holmes por su método deductivo, que es el que se usa para comprender los objetos que se traen del pasado al presente. E Indiana Jones porque es el que hace popular la arqueología en el mundo. Pero es el antiarqueólogo, el tipo que para conseguir la corona de oro destruye el templo, cuando los arqueólogos avanzan un centímetro al día en sus excavaciones. Ahora, en el siglo XIX es cierto que cada hallazgo arqueológico era una odisea, imagínate.
P. “Detrás de cada hallazgo arqueológico se esconde siempre una aventura fascinante”, dice el libro. ¿Cuál es la historia que más le gusta de las 20 que hay?
R. En 1770, el capitán Felipe González de Ahedo llega a la isla de Pascua, la de los moáis. Se encuentra con gente que no habla ninguna lengua conocida, pero un galeón vasco se había perdido allí en el siglo XVI y había dejado algunas palabras que pasaron a ser parte de los rapanuís. Esa gente de repente decía “perro”, o “buque”. Me imagino cómo debió ser su primera conversación…
P. De España ha barrido para casa con dos descubrimientos: La dama de Elche y Altamira.
R. Altamira es un fracaso, porque nadie reconoce que Marcelino Sanz de Sautuola descubrió que hace 30.000 años el ser humano podía darle velocidad, volumen y colorido a una figura… hasta que los franceses no encuentran las mismas pinturas. Sautuola muere sin verse reconocido. Y la Dama tiene la historia alucinante de cómo se descubrió, de cómo se la llevan los franceses, de cómo vuelve a España, a Himmler mirándola en el museo del Prado… las dos historias españolas son maravillosas.
P. La arqueología no suele estar en los medios, pero usted se hace con esta cartera y tiene mucho éxito. ¿Cree que es algo que instintivamente gusta a la gente?
R. Mucho. La gente está muy harta de política. Buscan algo que sea diferente y te saque del ambiente político. La arqueología, además, enseña, y los lectores lo agradecen mucho. Yo interactúo mucho con ellos.
P. ¿En los comentarios del periódico digital?
R. Sí, mucho. Y la gente es muy maja, hay mucha afición.
P. Habrá también algún hater…
R. Alguno, sí. [ríe]
P. Llama mucho la atención el estilo del libro, con mucho humor, las ilustraciones, hay chistes… ¿Por qué este formato?
R. Quino Marín es un dibujante que lo ha pillado al vuelo. Es genial, es un libro casi a medias, tiene mucha gracia… ¿Por qué? porque la letra entra mejor con una sonrisa. Si tienes un descubrimiento placentero, te vas a acordar toda tu vida.
P. Oiga, los museos están en el centro del debate: la descolonización, los restos humanos…
R. Los museos deben adaptarse a los tiempos, está claro, pero para mí es inconcebible que se lleven una momia guanche… ¿Qué hacemos con las momias egipcias de los museos de todo el mundo? Leí hace poco que se había llevado una calavera de Altamira… pero, ¿qué tiene, familia que se queje? Otra cosa es el gigante de Extremadura, que es reciente… pero el otro día leí que habían retirado un instrumento musical porque estaba hecho con un hueso humano. Es ridículo. Nadie va a un museo a reírse de los muertos, va a aprender y a entender cómo evolucionan las culturas.
P. Pongamos que dentro de mil años, la gente se pone a excavar encima de EL PAÍS y se encuentra con nuestros restos y los restos de este edificio. ¿Qué pensaría de nosotros?
R. Se encontrarían los ordenadores… a algún redactor petrificado… [ríe] ¡Pensarían que la hecatombe nos pilló trabajando!
En julio de 1991, un veinteañero Vicente G. Olaya (Madrid, 62 años) se presentó en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y pidió hablar con su director. Este le recibió y contempló con la mandíbula desencajada cómo Olaya sacaba de una bolsa de El Corte Inglés la monstruosa quijada de un mamífero extinto: un anficiónido, una enorme mezcla entre oso y lobo, para entendernos. Se lo había dado un amigo suyo, cuyo compañero de piso trabajaba en una mina en la madrileña localidad de Torrejón de Velasco. Olaya, el director y un buen equipo de arqueólogos subidos en rangers se presentaron en la mina, entraron casi que a la fuerza y descubrieron el cerro de Batallones, un insólito yacimiento paleolítico atestado de huesos que aún se sigue explotando tres décadas después. Importancia científica aparte, fue un bombazo informativo y la noticia con la que Olaya debutó en estas páginas, en las que sigue. La vida le fue llevando por otros derroteros (fue muchos años jefe de Local), pero en 2018, a su llegada a la sección de Cultura, desempolvó (hay que decir que con muchísimos lectores) un tema que los medios no suelen tratar: la arqueología. Ahora publica Pequeña historia de los grandes descubrimientos arqueológicos (Espasa), un libro para jóvenes, con vocación divulgativa y lleno de humor, a medio camino entre el libro de texto y el cómic español clásico, que reconstruye un viaje de 30.000 años desde las cuevas de Altamira a los guerreros de Xi’an, pasando por Machu Pichu o el misterioso Manuscrito Voynich. PREGUNTA: Usted cultiva el componente aventurero de la arqueología. Cuando uno lee el libro, además de visitar los lugares de los que habla, a uno le entran muchas ganas de ver las películas de Indiana Jones.RESPUESTA: El libro está lleno de personajes reales, pero hay dos que son ficticios: Sherlock Holmes e Indiana Jones. Holmes por su método deductivo, que es el que se usa para comprender los objetos que se traen del pasado al presente. E Indiana Jones porque es el que hace popular la arqueología en el mundo. Pero es el antiarqueólogo, el tipo que para conseguir la corona de oro destruye el templo, cuando los arqueólogos avanzan un centímetro al día en sus excavaciones. Ahora, en el siglo XIX es cierto que cada hallazgo arqueológico era una odisea, imagínate.P. “Detrás de cada hallazgo arqueológico se esconde siempre una aventura fascinante”, dice el libro. ¿Cuál es la historia que más le gusta de las 20 que hay?R. En 1770, el capitán Felipe González de Ahedo llega a la isla de Pascua, la de los moáis. Se encuentra con gente que no habla ninguna lengua conocida, pero un galeón vasco se había perdido allí en el siglo XVI y había dejado algunas palabras que pasaron a ser parte de los rapanuís. Esa gente de repente decía “perro”, o “buque”. Me imagino cómo debió ser su primera conversación…P. De España ha barrido para casa con dos descubrimientos: La dama de Elche y Altamira.R. Altamira es un fracaso, porque nadie reconoce que Marcelino Sanz de Sautuola descubrió que hace 30.000 años el ser humano podía darle velocidad, volumen y colorido a una figura… hasta que los franceses no encuentran las mismas pinturas. Sautuola muere sin verse reconocido. Y la Dama tiene la historia alucinante de cómo se descubrió, de cómo se la llevan los franceses, de cómo vuelve a España, a Himmler mirándola en el museo del Prado… las dos historias españolas son maravillosas.P. La arqueología no suele estar en los medios, pero usted se hace con esta cartera y tiene mucho éxito. ¿Cree que es algo que instintivamente gusta a la gente?R. Mucho. La gente está muy harta de política. Buscan algo que sea diferente y te saque del ambiente político. La arqueología, además, enseña, y los lectores lo agradecen mucho. Yo interactúo mucho con ellos.P. ¿En los comentarios del periódico digital?R. Sí, mucho. Y la gente es muy maja, hay mucha afición.P. Habrá también algún hater…R. Alguno, sí. [ríe]P. Llama mucho la atención el estilo del libro, con mucho humor, las ilustraciones, hay chistes… ¿Por qué este formato?R. Quino Marín es un dibujante que lo ha pillado al vuelo. Es genial, es un libro casi a medias, tiene mucha gracia… ¿Por qué? porque la letra entra mejor con una sonrisa. Si tienes un descubrimiento placentero, te vas a acordar toda tu vida.P. Oiga, los museos están en el centro del debate: la descolonización, los restos humanos…R. Los museos deben adaptarse a los tiempos, está claro, pero para mí es inconcebible que se lleven una momia guanche… ¿Qué hacemos con las momias egipcias de los museos de todo el mundo? Leí hace poco que se había llevado una calavera de Altamira… pero, ¿qué tiene, familia que se queje? Otra cosa es el gigante de Extremadura, que es reciente… pero el otro día leí que habían retirado un instrumento musical porque estaba hecho con un hueso humano. Es ridículo. Nadie va a un museo a reírse de los muertos, va a aprender y a entender cómo evolucionan las culturas. P. Pongamos que dentro de mil años, la gente se pone a excavar encima de EL PAÍS y se encuentra con nuestros restos y los restos de este edificio. ¿Qué pensaría de nosotros?R. Se encontrarían los ordenadores… a algún redactor petrificado… [ríe] ¡Pensarían que la hecatombe nos pilló trabajando! Seguir leyendo
El periodista publica ‘Pequeña historia de los grandes descubrimientos arqueológicos’, en el que narra con humor los hallazgos más relevantes de la historia


En julio de 1991, un veinteañero Vicente G. Olaya (Madrid, 62 años) se presentó en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y pidió hablar con su director. Este le recibió y contempló con la mandíbula desencajada cómo Olaya sacaba de una bolsa de El Corte Inglés la monstruosa quijada de un mamífero extinto: un anficiónido, una enorme mezcla entre oso y lobo, para entendernos. Se lo había dado un amigo suyo, cuyo compañero de piso trabajaba en una mina en la madrileña localidad de Torrejón de Velasco. Olaya, el director y un buen equipo de arqueólogos subidos en rangers se presentaron en la mina, entraron casi que a la fuerza y descubrieron el cerro de Batallones, un insólito yacimiento paleolítico atestado de huesos que aún se sigue explotando tres décadas después. Importancia científica aparte, fue un bombazo informativo y la noticia con la que Olaya debutó en estas páginas, en las que sigue. La vida le fue llevando por otros derroteros (fue muchos años jefe de Local), pero en 2018, a su llegada a la sección de Cultura, desempolvó (hay que decir que con muchísimos lectores) un tema que los medios no suelen tratar: la arqueología. Ahora publica Pequeña historia de los grandes descubrimientos arqueológicos (Espasa), un libro para jóvenes, con vocación divulgativa y lleno de humor, a medio camino entre el libro de texto y el cómic español clásico, que reconstruye un viaje de 30.000 años desde las cuevas de Altamira a los guerreros de Xi’an, pasando por Machu Pichu o el misterioso Manuscrito Voynich.
PREGUNTA: Usted cultiva el componente aventurero de la arqueología. Cuando uno lee el libro, además de visitar los lugares de los que habla, a uno le entran muchas ganas de ver las películas de Indiana Jones.
RESPUESTA: El libro está lleno de personajes reales, pero hay dos que son ficticios: Sherlock Holmes e Indiana Jones. Holmes por su método deductivo, que es el que se usa para comprender los objetos que se traen del pasado al presente. E Indiana Jones porque es el que hace popular la arqueología en el mundo. Pero es el antiarqueólogo, el tipo que para conseguir la corona de oro destruye el templo, cuando los arqueólogos avanzan un centímetro al día en sus excavaciones. Ahora, en el siglo XIX es cierto que cada hallazgo arqueológico era una odisea, imagínate.
P. “Detrás de cada hallazgo arqueológico se esconde siempre una aventura fascinante”, dice el libro. ¿Cuál es la historia que más le gusta de las 20 que hay?
R. En 1770, el capitán Felipe González de Ahedo llega a la isla de Pascua, la de los moáis. Se encuentra con gente que no habla ninguna lengua conocida, pero un galeón vasco se había perdido allí en el siglo XVI y había dejado algunas palabras que pasaron a ser parte de los rapanuís. Esa gente de repente decía “perro”, o “buque”. Me imagino cómo debió ser su primera conversación…
P. De España ha barrido para casa con dos descubrimientos: La dama de Elche y Altamira.
R. Altamira es un fracaso, porque nadie reconoce que Marcelino Sanz de Sautuola descubrió que hace 30.000 años el ser humano podía darle velocidad, volumen y colorido a una figura… hasta que los franceses no encuentran las mismas pinturas. Sautuola muere sin verse reconocido. Y la Dama tiene la historia alucinante de cómo se descubrió, de cómo se la llevan los franceses, de cómo vuelve a España, a Himmler mirándola en el museo del Prado… las dos historias españolas son maravillosas.

P. La arqueología no suele estar en los medios, pero usted se hace con esta cartera y tiene mucho éxito. ¿Cree que es algo que instintivamente gusta a la gente?
R. Mucho. La gente está muy harta de política. Buscan algo que sea diferente y te saque del ambiente político. La arqueología, además, enseña, y los lectores lo agradecen mucho. Yo interactúo mucho con ellos.
P. ¿En los comentarios del periódico digital?
R. Sí, mucho. Y la gente es muy maja, hay mucha afición.
P. Habrá también algún hater…
R. Alguno, sí. [ríe]
P. Llama mucho la atención el estilo del libro, con mucho humor, las ilustraciones, hay chistes… ¿Por qué este formato?
R. Quino Marín es un dibujante que lo ha pillado al vuelo. Es genial, es un libro casi a medias, tiene mucha gracia… ¿Por qué? porque la letra entra mejor con una sonrisa. Si tienes un descubrimiento placentero, te vas a acordar toda tu vida.
P. Oiga, los museos están en el centro del debate: la descolonización, los restos humanos…
R. Los museos deben adaptarse a los tiempos, está claro, pero para mí es inconcebible que se lleven una momia guanche… ¿Qué hacemos con las momias egipcias de los museos de todo el mundo? Leí hace poco que se había llevado una calavera de Altamira… pero, ¿qué tiene, familia que se queje? Otra cosa es el gigante de Extremadura, que es reciente… pero el otro día leí que habían retirado un instrumento musical porque estaba hecho con un hueso humano. Es ridículo. Nadie va a un museo a reírse de los muertos, va a aprender y a entender cómo evolucionan las culturas.
P. Pongamos que dentro de mil años, la gente se pone a excavar encima de EL PAÍS y se encuentra con nuestros restos y los restos de este edificio. ¿Qué pensaría de nosotros?
R. Se encontrarían los ordenadores… a algún redactor petrificado… [ríe] ¡Pensarían que la hecatombe nos pilló trabajando!
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Sobre la firma

Redactor de EL PAÍS que desde 2014 ha pasado por Babelia, Cultura o Internacional. Es experto en cultura digital y divulgador en radios, charlas y exposiciones. Licenciado en Periodismo por la Complutense y Máster de EL PAÍS. En 2023 publica ‘El siglo de los videojuegos’, y en 2024 recibe el premio Conetic por su labor como divulgador tecnológico.
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