Los ‘amigos a ver cuándo quedamos’: cómo se comportan aquellos que cancelan de forma sistémica

La operación P.A.C: “Prometer, Agendar y Cancelar” se ha convertido en la versión del ghosting en el campo de las amistades. Mientras que en el mundo de las citas dejar de responder y desaparecer del mapa es muy habitual, en un presente en el que los compromisos sociales se solapan, conseguir quedar con un amigo es cada vez más complicado. Como asegura en 168 Hours: You Have More Time Than You Think (168 horas: Tienes más tiempo del que crees) (Penguin Publishing Group, 2010), Laura Vanderkam, la narrativa de la presión del tiempo no lo cuenta todo, pues considera que el problema real no es que estemos sobrecargados de trabajo o descansemos poco, sino que la mayoría de personas desconocen cómo gestionan y emplean el tiempo. “Por eso dedicamos muchísimo tiempo a cosas —televisión, internet, tareas del hogar, recados— que nos brindan un poco de placer o una sensación de logro, pero que aportan poco a nuestras carreras, familias o vidas personales. Dedicamos muy poco tiempo a cosas que requieren más reflexión o iniciativa, como criar a nuestros hijos o hacer ejercicio”, escribe.

En esa frase faltaría, cómo no, “quedar con los amigos”. Y es aquí donde entran en juego quienes parecen tener agendas de ministro y lanzan una frase que termina por perder su significado: “¡A ver cuándo quedamos!”. Porque llega un momento que quien recibe esa invitación sabe bien que la respuesta es clara:“nunca”. Claudia Nicolasa, autora de Es manipulación y no lo sabes, (Zenith, 2025), asegura a S Moda que esa actitud se debe en muchas ocasiones al miedo al conflicto. “Socialmente, se considera más aceptable expresar el deseo de verse, aunque no sea sincero, que confrontar la realidad de que no existe intención o disposición para ese encuentro. Para muchas personas, decir “tenemos que vernos” o “a ver cuándo quedamos” funciona como una fórmula de cortesía casi automática, para cerrar conversaciones o encuentros sin generar incomodidad o sensación de rechazo”, explica.

Aclara que en los casos en los que sí existe el deseo de verse aunque no vaya a suceder, estas palabras son una suerte de autoengaño. “Decirlo calma, momentáneamente, la dolorosa realidad de que cada vez es más difícil verse con las amistades por los ritmos de vida, las obligaciones y las prioridades cambiantes. Nos permite sostener la fantasía de que esa relación sigue estando disponible, aunque en la práctica no le estemos dedicando tiempo real. En muchos casos, la frase conecta más con un deseo idealizado que con una intención verdadera”, dice.

Aunque tener amistades sólidas y saludables ofrece grandes beneficios para la felicidad, la salud, el bienestar y la longevidad, la amistad es un ejercicio bidireccional que como matiza Robin Dunbar en Friends: Understanding the Power of our Most Important Relationships (Amigos: Entendiendo el poder de nuestras relaciones más importantes) (Little, Brown, 2021) requiere que ambas partes sean razonablemente complacientes y tolerantes entre sí, y que estén dispuestas a dedicarse tiempo.

Pilar Conde, psicóloga y Directora Técnica en Clínicas Origen, aclara que las amistades que han sido fuertes y son sólidas pueden aguantar la dinámica de no quedar en el caso de que ambas partes están cómodas con la nueva dinámica establecida. “El no verse hoy en día se puede salvar con la dedicación a esa persona a través de llamadas, videollamadas, mensajes por whatsapp”, dice. El problema llega cuando ese “no” es continuado y una de las partes percibe rechazo, desplantes o pérdida de interés por parte de la otra, pudiendo entonces experimentar frustración, enfado, decepción o desconfianza.

“Ocurre porque se hace evidente que se ha dejado de ser una prioridad para la otra persona, al menos en lo que respecta a dedicarle tiempo. Esta percepción deteriora el vínculo. Esta tensión no hablada, no resuelta, puede derivar en problemas entre ambos, críticas mutuas o incluso acabar rompiendo la relación de amistad”, dice la psicóloga, que comenta que lo saludable en estos casos es entender que las relaciones de amistad evolucionan. “Es entonces cuando toca aceptar la nueva dinámica, valorar si compensa o no esa relación y, de no ser así, decir adiós desde el buen recuerdo, desde el agradecimiento por el tiempo compartido”, matiza.

Nicolasa quiere señalar que es importante recordar que cada persona tiene una forma diferente de vivir la amistad y aboga en cualquier caso por la comunicación. “Es fundamental expresar cuándo sentimos que la otra persona no está siendo sincera, clara o realista con su disponibilidad. Si percibimos que constantemente pospone los encuentros, promete planes que no suceden o pone excusas poco creíbles, compartir cómo nos hace sentir puede aportar honestidad y claridad a la relación”, dice antes de indicar que también es vital no expresarlo como un ataque. “Muchas veces, detrás de estas actitudes hay miedo a decir la verdad, a herir, a quedar mal o a que el otro se enfade o se duela, y es precisamente ese miedo el que lleva a mentir, evitar o prometer falsamente. Si, tras expresarlo, no hay una respuesta clara o la otra persona mantiene la misma dinámica, lo más saludable es aceptar que esa relación no podrá sostenerse como una amistad real y priorizar vínculos donde exista reciprocidad y presencia”, asegura.

Porque en ocasiones, frenar las amistades que se construyen a base de falsas promesas y desplantes puede liberar a ambas partes de resentimientos, enfados e inseguridades. Cada amistad es única y cada persona tiene su propia percepción de cómo ha de ser una relación saludable, por lo que en el caso de que el “A ver cuándo nos vemos” vaya sistemáticamente acompañado de cancelaciones, es importante hacerle ver a la otra persona la situación. Quién sabe: tal vez no se haya dado cuenta de la dinámica y encuentre entonces en esa agenda ministerial un espacio en el que reactivar esa ansiada amistad. O puede que haya llegado el momento de asumir que en esos calendarios repletos de encuentros, eventos y compromisos, no hay ya hueco para el otro.

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 La operación P.A.C: “Prometer, Agendar y Cancelar” se ha convertido en la versión del ghosting en el campo de las amistades. Mientras que en el mundo de las citas dejar de responder y desaparecer del mapa es muy habitual, en un presente en el que los compromisos sociales se solapan, conseguir quedar con un amigo es cada vez más complicado. Como asegura en 168 Hours: You Have More Time Than You Think (168 horas: Tienes más tiempo del que crees) (Penguin Publishing Group, 2010), Laura Vanderkam, la narrativa de la presión del tiempo no lo cuenta todo, pues considera que el problema real no es que estemos sobrecargados de trabajo o descansemos poco, sino que la mayoría de personas desconocen cómo gestionan y emplean el tiempo. “Por eso dedicamos muchísimo tiempo a cosas —televisión, internet, tareas del hogar, recados— que nos brindan un poco de placer o una sensación de logro, pero que aportan poco a nuestras carreras, familias o vidas personales. Dedicamos muy poco tiempo a cosas que requieren más reflexión o iniciativa, como criar a nuestros hijos o hacer ejercicio”, escribe. En esa frase faltaría, cómo no, “quedar con los amigos”. Y es aquí donde entran en juego quienes parecen tener agendas de ministro y lanzan una frase que termina por perder su significado: “¡A ver cuándo quedamos!”. Porque llega un momento que quien recibe esa invitación sabe bien que la respuesta es clara:“nunca”. Claudia Nicolasa, autora de Es manipulación y no lo sabes, (Zenith, 2025), asegura a S Moda que esa actitud se debe en muchas ocasiones al miedo al conflicto. “Socialmente, se considera más aceptable expresar el deseo de verse, aunque no sea sincero, que confrontar la realidad de que no existe intención o disposición para ese encuentro. Para muchas personas, decir “tenemos que vernos” o “a ver cuándo quedamos” funciona como una fórmula de cortesía casi automática, para cerrar conversaciones o encuentros sin generar incomodidad o sensación de rechazo”, explica.Aclara que en los casos en los que sí existe el deseo de verse aunque no vaya a suceder, estas palabras son una suerte de autoengaño. “Decirlo calma, momentáneamente, la dolorosa realidad de que cada vez es más difícil verse con las amistades por los ritmos de vida, las obligaciones y las prioridades cambiantes. Nos permite sostener la fantasía de que esa relación sigue estando disponible, aunque en la práctica no le estemos dedicando tiempo real. En muchos casos, la frase conecta más con un deseo idealizado que con una intención verdadera”, dice.Aunque tener amistades sólidas y saludables ofrece grandes beneficios para la felicidad, la salud, el bienestar y la longevidad, la amistad es un ejercicio bidireccional que como matiza Robin Dunbar en Friends: Understanding the Power of our Most Important Relationships (Amigos: Entendiendo el poder de nuestras relaciones más importantes) (Little, Brown, 2021) requiere que ambas partes sean razonablemente complacientes y tolerantes entre sí, y que estén dispuestas a dedicarse tiempo. Pilar Conde, psicóloga y Directora Técnica en Clínicas Origen, aclara que las amistades que han sido fuertes y son sólidas pueden aguantar la dinámica de no quedar en el caso de que ambas partes están cómodas con la nueva dinámica establecida. “El no verse hoy en día se puede salvar con la dedicación a esa persona a través de llamadas, videollamadas, mensajes por whatsapp”, dice. El problema llega cuando ese “no” es continuado y una de las partes percibe rechazo, desplantes o pérdida de interés por parte de la otra, pudiendo entonces experimentar frustración, enfado, decepción o desconfianza. “Ocurre porque se hace evidente que se ha dejado de ser una prioridad para la otra persona, al menos en lo que respecta a dedicarle tiempo. Esta percepción deteriora el vínculo. Esta tensión no hablada, no resuelta, puede derivar en problemas entre ambos, críticas mutuas o incluso acabar rompiendo la relación de amistad”, dice la psicóloga, que comenta que lo saludable en estos casos es entender que las relaciones de amistad evolucionan. “Es entonces cuando toca aceptar la nueva dinámica, valorar si compensa o no esa relación y, de no ser así, decir adiós desde el buen recuerdo, desde el agradecimiento por el tiempo compartido”, matiza.Nicolasa quiere señalar que es importante recordar que cada persona tiene una forma diferente de vivir la amistad y aboga en cualquier caso por la comunicación. “Es fundamental expresar cuándo sentimos que la otra persona no está siendo sincera, clara o realista con su disponibilidad. Si percibimos que constantemente pospone los encuentros, promete planes que no suceden o pone excusas poco creíbles, compartir cómo nos hace sentir puede aportar honestidad y claridad a la relación”, dice antes de indicar que también es vital no expresarlo como un ataque. “Muchas veces, detrás de estas actitudes hay miedo a decir la verdad, a herir, a quedar mal o a que el otro se enfade o se duela, y es precisamente ese miedo el que lleva a mentir, evitar o prometer falsamente. Si, tras expresarlo, no hay una respuesta clara o la otra persona mantiene la misma dinámica, lo más saludable es aceptar que esa relación no podrá sostenerse como una amistad real y priorizar vínculos donde exista reciprocidad y presencia”, asegura.Porque en ocasiones, frenar las amistades que se construyen a base de falsas promesas y desplantes puede liberar a ambas partes de resentimientos, enfados e inseguridades. Cada amistad es única y cada persona tiene su propia percepción de cómo ha de ser una relación saludable, por lo que en el caso de que el “A ver cuándo nos vemos” vaya sistemáticamente acompañado de cancelaciones, es importante hacerle ver a la otra persona la situación. Quién sabe: tal vez no se haya dado cuenta de la dinámica y encuentre entonces en esa agenda ministerial un espacio en el que reactivar esa ansiada amistad. O puede que haya llegado el momento de asumir que en esos calendarios repletos de encuentros, eventos y compromisos, no hay ya hueco para el otro. Seguir leyendo  

La operación P.A.C: “Prometer, Agendar y Cancelar” se ha convertido en la versión del ghosting en el campo de las amistades. Mientras que en el mundo de las citas dejar de responder y desaparecer del mapa es muy habitual, en un presente en el que los compromisos sociales se solapan, conseguir quedar con un amigo es cada vez más complicado. Como asegura en 168 Hours: You Have More Time Than You Think (168 horas: Tienes más tiempo del que crees) (Penguin Publishing Group, 2010), Laura Vanderkam, la narrativa de la presión del tiempo no lo cuenta todo, pues considera que el problema real no es que estemos sobrecargados de trabajo o descansemos poco, sino que la mayoría de personas desconocen cómo gestionan y emplean el tiempo. “Por eso dedicamos muchísimo tiempo a cosas —televisión, internet, tareas del hogar, recados— que nos brindan un poco de placer o una sensación de logro, pero que aportan poco a nuestras carreras, familias o vidas personales. Dedicamos muy poco tiempo a cosas que requieren más reflexión o iniciativa, como criar a nuestros hijos o hacer ejercicio”, escribe.

En esa frase faltaría, cómo no, “quedar con los amigos”. Y es aquí donde entran en juego quienes parecen tener agendas de ministro y lanzan una frase que termina por perder su significado: “¡A ver cuándo quedamos!”. Porque llega un momento que quien recibe esa invitación sabe bien que la respuesta es clara:“nunca”. Claudia Nicolasa, autora de Es manipulación y no lo sabes, (Zenith, 2025), asegura a S Moda que esa actitud se debe en muchas ocasiones al miedo al conflicto. “Socialmente, se considera más aceptable expresar el deseo de verse, aunque no sea sincero, que confrontar la realidad de que no existe intención o disposición para ese encuentro. Para muchas personas, decir “tenemos que vernos” o “a ver cuándo quedamos” funciona como una fórmula de cortesía casi automática, para cerrar conversaciones o encuentros sin generar incomodidad o sensación de rechazo”, explica.

Aclara que en los casos en los que sí existe el deseo de verse aunque no vaya a suceder, estas palabras son una suerte de autoengaño. “Decirlo calma, momentáneamente, la dolorosa realidad de que cada vez es más difícil verse con las amistades por los ritmos de vida, las obligaciones y las prioridades cambiantes. Nos permite sostener la fantasía de que esa relación sigue estando disponible, aunque en la práctica no le estemos dedicando tiempo real. En muchos casos, la frase conecta más con un deseo idealizado que con una intención verdadera”, dice.

Aunque tener amistades sólidas y saludables ofrece grandes beneficios para la felicidad, la salud, el bienestar y la longevidad, la amistad es un ejercicio bidireccional que como matiza Robin Dunbar en Friends: Understanding the Power of our Most Important Relationships (Amigos: Entendiendo el poder de nuestras relaciones más importantes) (Little, Brown, 2021) requiere que ambas partes sean razonablemente complacientes y tolerantes entre sí, y que estén dispuestas a dedicarse tiempo.

Pilar Conde, psicóloga y Directora Técnica en Clínicas Origen, aclara que las amistades que han sido fuertes y son sólidas pueden aguantar la dinámica de no quedar en el caso de que ambas partes están cómodas con la nueva dinámica establecida. “El no verse hoy en día se puede salvar con la dedicación a esa persona a través de llamadas, videollamadas, mensajes por whatsapp”, dice. El problema llega cuando ese “no” es continuado y una de las partes percibe rechazo, desplantes o pérdida de interés por parte de la otra, pudiendo entonces experimentar frustración, enfado, decepción o desconfianza.

“Ocurre porque se hace evidente que se ha dejado de ser una prioridad para la otra persona, al menos en lo que respecta a dedicarle tiempo. Esta percepción deteriora el vínculo. Esta tensión no hablada, no resuelta, puede derivar en problemas entre ambos, críticas mutuas o incluso acabar rompiendo la relación de amistad”, dice la psicóloga, que comenta que lo saludable en estos casos es entender que las relaciones de amistad evolucionan. “Es entonces cuando toca aceptar la nueva dinámica, valorar si compensa o no esa relación y, de no ser así, decir adiós desde el buen recuerdo, desde el agradecimiento por el tiempo compartido”, matiza.

Nicolasa quiere señalar que es importante recordar que cada persona tiene una forma diferente de vivir la amistad y aboga en cualquier caso por la comunicación. “Es fundamental expresar cuándo sentimos que la otra persona no está siendo sincera, clara o realista con su disponibilidad. Si percibimos que constantemente pospone los encuentros, promete planes que no suceden o pone excusas poco creíbles, compartir cómo nos hace sentir puede aportar honestidad y claridad a la relación”, dice antes de indicar que también es vital no expresarlo como un ataque. “Muchas veces, detrás de estas actitudes hay miedo a decir la verdad, a herir, a quedar mal o a que el otro se enfade o se duela, y es precisamente ese miedo el que lleva a mentir, evitar o prometer falsamente. Si, tras expresarlo, no hay una respuesta clara o la otra persona mantiene la misma dinámica, lo más saludable es aceptar que esa relación no podrá sostenerse como una amistad real y priorizar vínculos donde exista reciprocidad y presencia”, asegura.

Porque en ocasiones, frenar las amistades que se construyen a base de falsas promesas y desplantes puede liberar a ambas partes de resentimientos, enfados e inseguridades. Cada amistad es única y cada persona tiene su propia percepción de cómo ha de ser una relación saludable, por lo que en el caso de que el “A ver cuándo nos vemos” vaya sistemáticamente acompañado de cancelaciones, es importante hacerle ver a la otra persona la situación. Quién sabe: tal vez no se haya dado cuenta de la dinámica y encuentre entonces en esa agenda ministerial un espacio en el que reactivar esa ansiada amistad. O puede que haya llegado el momento de asumir que en esos calendarios repletos de encuentros, eventos y compromisos, no hay ya hueco para el otro.

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