En este espacio publicamos recomendaciones todo el año, ya sea para Semana Santa o para Navidad, con frío o con lluvia. Pero no podemos negar que el verano es perfecto para zamparse uno, dos o tres libros con buenos crímenes. He buceado en las novedades de los últimos meses y esta es la selección. Leído y analizado cada libro, soy consciente de todos los que se quedan fuera, pero aquí no entra nada por el resumen de la contraportada. Pasen y lean.
Misterios al estilo clásico
Obras donde se reúnen las esencias del género, sin exageraciones ni vísceras, sino con amor por la investigación, el procedimental y alguna sorpresa. Empezamos por uno que no es novela, enseguida van a entender por qué.
Una buena pieza, Alicia Giménez Bartlett (Destino). Petra Delicado es la heroína por excelencia de la novela negra española y uno de los principales personajes del género en Europa. Su pervivencia se debe a la inteligencia que atesora, que es la de su artífice y madre literaria. Un personaje, ojo, con sus propias memorias literarias. Es protagonista de 12 novelas y ya tuvo otros escarceos con el relato corto (Crímenes que no olvidaré). Pero es, sobre todo, un personaje único (sí, parece tópico, pero las fotocopias proliferan en el género), ruda cuando hay que serlo, sagaz, independiente, mandona, inteligente, genial. Decir que es feminista sería subrayar una obviedad. Trabaja para la Policía Nacional en Barcelona y, cuando empezó, todavía se pagaba en pesetas. Su pareja inseparable es el subinspector Fermín Garzón y merece la pena ir al inicio de la serie (Ritos de muerte, estupenda) solo para ver cómo se encuentran. Se han ido entendiendo a base de disgustos y éxitos, de cañas al final o en medio de jornadas maratonianas en la Jarra de Oro. Protagonizan los mejores diálogos que hay en el género en español. Y no hay utilización igual del humor, se lo garantizo. ¿Y qué nos encontramos en esta tanda de relatos? Seis casos reunidos por primera vez. Empieza con Mala mujer, una investigación de manual en la que asistimos a las mañas creativas de la inspectora Delicado: una mujer que ejercía la prostitución y de la que nadie tiene la más mínima referencia es hallada muerta en una cuneta. “Tú sabes bien que no pretendo jugar a ser una santa, pero es verdad que los débiles son mi debilidad, y esa vieja prostituta… Nadie ha reclamado su cadáver, nadie la conoce, ni siquiera tenía amigas de profesión”, resume Petra ante Marcos, su pareja actual después de varios divorcios.
Y termina con Todos quieren ser hermosos, un relato de un caso “sórdido”, en palabras de nuestra propia heroína, un crimen de familia no exento de los ingredientes clásicos y de los métodos, a veces no muy éticos, de Petra. En medio, la calidad y el buen hacer de la jefa de todo esto. Un deleite para los aficionados y una forma estupenda de empezar para quienes no hayan disfrutado todavía de esta inspectora y sus andanzas.
Los viejos amores, Rosa Ribas (Tusquets). Quienes hayan estado antes con los Fernández, familia de detectives, van a detectar ya en las primeras páginas un aroma, unos recuerdos. Quienes sean neófitos se sentirán como en casa y sabrán lo necesario para navegar con esta peculiar familia por la cuarta entrega de la saga. Como decía Leonardo Padura en su crítica, se encuentra poblada esta historia de gente como nosotros, con un detective que no cumplirá ya los 70, dos hermanas que se llevan según el momento o una matriarca poderosa y oscura. Todos personajes de varias capas, que no están completos si no es con el resto de la familia. Como los Fernández son cuatro detectives (el padre, Mateo; las hijas: Nora y Amalia y Ayala, el novio de esta) siempre hay más de un caso abierto, si bien en esta ocasión el central, por decirlo de alguna manera, es el de un tipo escurridizo que ha engañado a una señora del barrio para quedarse con todo su dinero. La escena del inicio, en el entierro de la víctima, fallecida de un paro cardiaco por el disgusto, marca el tono de la novela, ágil e irónico con sus toques de negrura. Investigan, también, a 10 antiguos compañeros de colegio de un tipo que les ha contratado para ver si sus pares han progresado más o menos que él. Casos nada escabrosos y divertidos de seguir. Pero quizás el mayor mérito de la serie es que se trate siempre y en esencia del devenir de estos personajes tan queridos y a veces tan oscuros (Amalia, preguntando a su hermana si le pasa algo, que está rara, que la ve “bien”). No hay ese exceso de vísceras y violencia tan propio del género hoy, pero los casos llevan a este clan a enfrentarse a gente dura y mala y a sufrir las consecuencias propias de su oficio. La vida de barrio es parte sustancial de las novelas: me gusta Barcelona y el barrio de Sant Andreu que habitan los protagonistas y que visité en su día con la autora para un reportaje.
No es la más potente (en otra entrega de la serie, la familia se mete de lleno en la venganza por la muerte de uno de sus miembros) o la más oscura, pero sí la más redonda. Rosa Ribas aseguró que iba a escribir una trilogía y aquí estamos, en la cuarta. Nadie se lo va a reprochar.
El examinador, Janice Hallett (traducción de Claudia Casanova). La Agatha Christie del siglo XXI (leanla antes de acusarme de exagerado, pero no soy yo quien lo dice) nos trae otra aventura con sus elementos ya clásicos: un reto al lector, un pulso a los resortes del género, personajes muy bien construidos y todo un alarde a la hora de utilizar un estilo que igual incluye una conversación por mensajería que un informe escolar. En este caso, nos encontramos con un profesor que investiga a un grupo de seis estudiantes de un máster porque sospecha que algo extraño ha ocurrido entre ellos. La novela está tan bien armada que hay un giro esencial para la interpretación de todo en el último tercio y, lejos de romper con la narración, es un disfrute total. Les podría contar más, pero les dejo que la devoren.
- Si quieren conocer mejor a la autora, aquí va la entrevista que publiqué en EL PAÍS
A la vista de todos, Teresa Cardona (Siruela). Me gusta la paciencia con la que la autora se plantea la novela, el primer capítulo en el que se ve la vida de los protagonistas en San Lorenzo, en el que el lector adquiere aparejos para caminar por la historia sin necesidad de haber leído las anteriores de la serie (esta es la cuarta). Hay oficio ahí. Como lo hay a la hora de describir determinados vicios de las clases sociales pudientes, que normalmente se retratan con brocha gorda en el género. ¿Qué nos depara esta nueva investigación de la teniente de la Guardia Civil Karen Blecker y su brigada José Luis Cano? Una mujer a la que encuentran muerta en su chalet. Parece un robo, pero ya saben. Ella estaba obsesionada con su hijo, era sobreprotectora y eso da para que Cardona tire del hilo de un drama familiar. Me gusta cómo Blecker se empeña en mirar las cosas desde la perspectiva correcta. Me gustan menos, pero es marca de la casa, los capítulos intercalados en tiempo pasado para mostrar partes esenciales de los protagonistas y dar sentido a la trama en su conjunto. Me siguen atrayendo varios secundarios ya habituales en la serie, sobre todo el agente Suárez (la conexión de todo el cuartel con la autenticidad del pueblo) y el forense Benavides (serio y lejos de los peores clichés que el género guarda para estos médicos). Ningún personaje es de un solo plano. La ambientación, la vida en San Lorenzo, los montes y las gentes de la zona están muy bien. El final igual se lo esperaban, igual no, pero aquí lo interesante es el camino.
Noches blancas, Ann Cleeves (Principal Noir, traducción de Claudia Casanova). Este es el libro de toda la selección que no me he leído, el que ha quedado en mi lista de pendientes, en esa cuesta arriba que he escalado en las últimas semanas, la cota final. Pero puedo recomendarlo sin problema: Cleeves es una maestra del género, como ya demostró en Cuervo negro, primera entrega del curioso Jimmy Pérez. Crímenes de los clásicos, procedimental cuidado, los parajes extremos de Shetland… La serie ha tardado en llegar a España, y lo ha hecho de la mano de la incansable Claudia Casanova (aquí editora y traductora) pero confiamos en que se quede entre nosotros. En esta segunda novela nos encontramos con los ingredientes habituales, sobre todo ese gusto por esconder en las miserias de los habitantes de la zona parte del misterio de la trama. Argumento: un hombre irrumpe en la inauguración de una galería y rompe a llorar, diciendo que no sabe quién es ni qué hace ahí. Al día siguiente lo encuentran ahorcado. Pérez (los que hayan visto la serie en Filmin, recomendable, alucinarán con lo poco latino que es el protagonista en la pantalla) tendrá que indagar lo que, a todas luces, no es un suicidio. Yo me la he dejado para las vacaciones, pueden hacer lo mismo.
Joya japonesa
Un libro al que, por mucho que nos guste en este blog hablar de lo japonés, en este caso tenemos que dejar que vaya solo.
El asesinato de los Osawa, Riku Onda (Salamandra, traducción de Ana Alcaina). Uno de los libros más importantes del género negro japonés, tan prolífico como en cierta medida desconocido fuera del país, en lo que va de siglo. Dicho así parece muy fuerte, pero premios internacionales y críticas lo avalan. Una masacre en una fiesta: 17 personas, seis de ellas niños, mueren envenenadas. Hay un sospechoso, un hombre de gorra negra y chubasquero amarillo (a mí, todos los crímenes sin resolver de Japón me llevan al de los Miyazawa, pero no me digan que no tiene resonancias magníficas) y una niña superviviente. Pero nunca se resuelve.
La autora de un best seller sobre el caso cuenta muchos años después en una entrevista las claves de un libro que escribió sobre el asunto, una obra fuente de polémicas y éxitos a partes iguales. Las repercusiones fueron tales que desapareció y rehizo su vida. Ahora, alguien vuelve a preguntar por todo aquello y la mujer tendrá que poner a prueba sus recuerdos. Los suyos y los de la única superviviente, Isako, que habló con ella para el libro y que, al ser ciega, había guardado todo en su memoria de forma muy especial. Ella es, en parte, otro gran misterio. Todo esto, contado en una voz hipnótica que crea un relato envolvente. A esto le sigue la reconstrucción del crimen, del libro, de la memoria, de todo, a partir de diferentes testimonios. Sí, se ha hecho más veces, pero inténtenlo. A cada declaración, más dudas sobre lo que pasó. La gran pregunta que subyace en todo el relato es: ¿se puede llegar a la verdad de un crimen sin resolver tantos años después?, ¿hay una sola verdad?, ¿o solo puede acceder a ella un dios omnisciente con todos los hechos delante?, ¿convierte la escritora al lector en ese dios? En esa narración multiperspectiva y en todo policial que se precie no puede faltar un inspector, y este es original y potente. Su visión es la llave para que la trama avance, para que lleguemos a entender al resto. O no. Las perspectivas y los tonos parecen inacabables en manos de Riku Onda. A mí me fascinó particularmente la parte del editor, pero hay tantas… El final, nada reparador, se permite cierta cadencia poética para cerrar una historia magnífica. Una lección de cómo se escribe una novela adictiva sin trucos ni malabarismos.
Connelly y Connolly
Ni es un juego de palabras ni me he vuelto loco. Pasen y lean.
Los mensajeros de la oscuridad, John Connolly (Tusquets, traducción de Vicente Campos). Los habituales al blog estarían pensando dónde estaba el bueno de Charlie Parker, el héroe imposible de la novela negra contemporánea. Connolly es tan fijo en esta sección como Connelly (no confundir, aunque tampoco le iba a pasar nada al lector que cayera en manos de uno en vez de otro). No se preocupen, que aquí vuelve con su aventura número 22, después de haber ¿muerto? y resucitado y con la misma oscuridad y la misma ironía de siempre. No es fácil llegar vivo (literariamente) a estas alturas de una serie, sobre todo si es una que empezó con Todo lo que muere y siguió con El poder de las tinieblas (segunda entrega) o El camino blanco (cuarta). Pero aquí estamos. Nos encontramos con un nuevo caso para Parker: un niño que ha desaparecido y todas las pruebas apuntan a la madre. Nuestro héroe trabajará para el abogado que defiende a la señora mientras intuimos que algo más oscuro (sí, más oscuro que una madre sospechosa de haber matado a su hijo) se está cociendo en los bosques de Maine. Es un libro largo pero Connolly, entre sus muchas virtudes, tiene una que hace todo más sencillo: sus diálogos son buenos, inteligentes, sus personajes no dicen nada en vano, no hay relleno.
En la primera parte no se intuye nada del mundo de tinieblas de Parker, nunca del todo vivo, nunca del todo muerto, y ni siquiera repite su costumbre de hablar con su hija (fallecida hace muchos años): solo vemos el caso, y es de los buenos. En el catálogo al parecer inagotable de personajes que Connolly tiene para enriquecer el mundo de Parker nos encontramos en esta ocasión (en la que echamos de menos a los míticos asesinos y amigos del alma del protagonista Ángel y Louis, que se reservan para el final) con Sabine Drew (una mujer que puede comunicarse con los muertos y que será clave en la trama) y Moxie Castin (el abogado para el que trabaja Parker, al que ya vimos en otras novelas, y protagonista junto al héroe de algunos de los mejores diálogos). Todas las puertas abiertas (la desaparición del niño, conspiraciones ultraderechistas, una casa con un aura maligno) van confluyendo en un punto en el que lo fantástico juega su papel, o no: siempre queda un resquicio no del todo irracional para explicarlo. Las historias de Parker son así y si han llegado hasta aquí es por algo. El final nunca es del todo feliz, los buenos ganan, pero a un coste demasiado elevado y el mal permanece al acecho. Como ven, sean aficionados o no a esta serie, hay elementos para interesarse. No se arrepentirán.
El inocente, Michael Connelly (AdN, traducción de Javier Guerrero). Nunca está de más traer a Connelly a cualquier lista. Su editorial en España celebra con una reedición el vigésimo aniversario de la publicación de El inocente, la primera novela protagonizada por Mickey Haller, El abogado del Lincoln, que tanto juego ha dado con la extraordinaria serie de televisión (Netflix). Ahora bien, hayan visto o no la serie (que disfruta de un gran Manuel García-Rulfo en el papel de Haller) tienen que pasar por el libro: es una de juicios muy entretenida, a la vez que una exhibición de cómo dar vida a un personaje. Sí, Haller es conocido con ese apodo porque trabaja, básicamente, desde su enorme coche. También se está recuperando de un trauma, recurso clásico, pero no se despisten: si entran en su historia se quedarán. ¿Y a quién no le apetece una de juicios para leer en la playa, en el campo o en la piscina? Es la primera novela de la serie, pero cuando se publicó Connelly ya llevaba un buen rodaje con Bosch de quien, por cierto, Haller es hermanastro. Bienvenidos al universo Connelly, la mejor manera de conocer Los Ángeles, EE UU y el mundo contemporáneo.
Emociones oscuras
Un thriller psicológico y asfixiante, otro coreano inquietante y un descenso a los infiernos. ¿En qué se parecen? Los devorarán en dos ratos.
La mujer de Judas, Aro Sáinz de la Maza (Destino). Primera novela del creador de la serie de Milo Malart, una de las más intensas del panorama de la ficción criminal española. Sáinz de la Maza publicó esta novela antes de la tetralogía y ahora Destino la recupera. Es un thriller psicológico contado en una primera persona perturbada, de narrador nada confiable. Jabo Ciendones parece un tipo normal para su entorno, pero el lector lo ve en las primeras páginas espiando a sus vecinos por la mira telescópica de un fusil y ya sabe que algo no funciona. No tarda en ver que no es lo único. Bebe mucho, elabora un complejo método de maltrato sobre su mujer, Mara, es una mente perversa, narcisista y mediocre. Está pasando una temporada a todo trapo mientras cuida la casa de su amigo Julián, un triunfador sin escrúpulos a quien admira sobremanera, de forma un tanto patética. Sin hablar ni aparecer, es un personaje fuerte, que tira de parte de la intriga de la trama.
Atención: no es una novela para todo el mundo, no hay un gran misterio ni investigación, va más en el perfil de los thrillers psicológicos obsesivos, de cocción lenta. Lo he escuchado en un audiolibro narrado por Diego Rousselon. Quizás es uno de los libros más idóneos para disfrutar en este formato: en primera persona, oscuro, inquietante, sin muchos personajes… y el actor sabe sacarle jugo a la intensa narrativa de Sáinz de la Maza.
La mujer en el agua, Robyn Harding (RBA, traducción de Jorge Rizzo). Empieza esta novela con la caída en desgracia de Lee, una mujer que hace no tanto tenía la vida perfecta y ahora duerme en el coche, a expensas de un futuro incierto, en aparcamientos y descampados y con un cuchillo de caza en el regazo. Engancha ese descenso a los infiernos, a la espera del giro que lo cambie todo. Y llega: una mujer rica, Hazel, se intenta suicidar y nuestra protagonista, que duerme en el coche cerca del mar, se da cuenta y la salva. Hay novelas que se plantean casi en exclusiva en torno a la dosificación de información. Sabemos que Lee hizo cosas muy malas; sabemos algo de lo que cuenta la mujer a la que ha rescatado, que es maltratada por un marido poderoso y sádico. Pero es una sensación extraña, porque hay un velo de sospecha en todo lo que hace. Es un planteamiento arriesgado, pero las miguitas que va poniendo Harding trazan un camino sólido y, a la altura de la página 100, sigo sospechando de todo el mundo, aunque entiendo que aún no ha pasado nada realmente criminal, lo que me empuja a seguir leyendo con avidez. Poco después, llega el segundo giro, y menudo giro y a partir de ahí, cuando vemos la historia desde la perspectiva de Hazel, todo se acelera. ¡Y de qué forma! El ritmo se mantiene hasta el final, y algunas dudas no se resuelven hasta el último momento. Puro entretenimiento.
El consultor, Im Seong-sun (Destino, traducción de Adrián Chávez). “Si no teme a la Compañía, es porque no la conoce”. Así habla el narrador y protagonista de esta extraña novela que lleva el arte de la provocación a máximos. El protagonista es un hombre que se dedica a una peculiar forma de reorganización de la realidad. “La muerte es la mejor manera de llevar a cabo una reestructuración”, llega a decir. Trabaja para la citada Compañía y carece de moral. Confiesa su relación con decenas de muertes de esas que él llama “naturales” (siempre parece un accidente) mientras cuenta cómo se convirtió en un sicario discreto y peculiar, uno que en la vida ha matado realmente a nadie. Pronto entendemos dónde nos quiere llevar el autor: una nueva entrega de la crítica al capitalismo por medio del espectáculo que ya vimos en El juego del calamar, por ejemplo. Y sin que esto suene negativo: funcionaba en la serie y funciona en la novela. El libro se transforma en una guía del asesinato perfecto (el que no descubren nunca) narrado por este cínico planificador de muertes ‘accidentales’ que se encarga de trabajar para una oscura corporación. El análisis que hace del asesinato es rico y lleno de referencias pero aquí nos falta el conflicto, que aparece cuando el protagonista tiene que matar para la Compañía a la mujer con la que estuvo saliendo. Él tiene poco más de 30 años y más asesinatos que años en sus manos, pero este le va a hacer cuestionarse todo. No es una novela larga y, sin embargo, tiene una parte en la que cuenta historias de asesinos y leyendas que no sé si termina de funcionar (quien no las conozca y esté interesado, puede encontrar una fuente de conocimiento, pero por mucho que sea una novela sobre un sicario no le termino de encontrar el encaje). El final es muy extraño. Una novela diferente, sin duda. Por cierto, está en el interminable catálogo de Audible, por si le quieren dar una primera oportunidad si tienen suscripción.
Dos juegos con la Historia
El híbrido entre novela negra e histórica vuelve a funcionar. Ahí van dos ejemplos.
Los crímenes del Retiro, Pedro Herrasti (Salamandra). Entra esta novela en la moda de poner a personajes históricos a dirigir investigaciones (y donde tenemos a Luis García Jambrina con dos series, una para Fernando de Rojas y otra para Unamuno) pero también trasciende esa corriente. Y lo hace porque da protagonismo a Pío Baroja, médico en el Madrid de 1900, aspirante a escritor, asiduo a las tertulias, ya con cierto mal carácter, pero también a Miguel Herranz, un veterano de la guerra de Filipinas que se gana la vida como agente de la policía mientras trata de sobrevivir a su pasado. Suyas son las páginas más interesantes del libro, con un excelente complemento en Baroja, aquí en labores de Sancho ilustrado, escritor en ciernes, médico asqueado con la profesión y panadero circunstancial. La pareja funciona francamente bien y Baroja guarda alguna sorpresa muy agradable como personaje de ficción. El ágil encuentro entre los dos en el Anatómico forense en las primeras páginas de esta novela es una buena prueba de lo que pueden dar de sí en manos del autor. Hablando de escuderos: aunque muy secundario, no está nada mal Pepe, también veterano de la guerra y compañero de Miguel, hombre duro y honesto que compensa las debilidades, sobre todo físicas, del protagonista y le sirve de acicate. Hasta cierto punto que supone uno de los grandes momentos de la parte final. Herrasti, que se maneja muy bien en la novela histórica, llena de matices el Madrid de la época, su paisaje y su paisanaje. Pero no hay que olvidar el caso: una joven asesinada en un barrio desfavorecido, mísero, con un poema de Rubén Darío entre las manos.
Un punto de partida clásico, podríamos decir, que el autor aprovecha para desarrollar una investigación muy sólida, con el enfrentamiento entre la nueva ciencia deductiva representada en Miguel y Pío Baroja y los métodos tradicionales propios de la policía de toda la vida como ingrediente destacado. También hay algunos personajes históricos a los que es muy divertido ver. Tenemos aquí un narrador estupendo que, además, sabe acelerar en la parte final hasta un remate duro y lleno de fuerza. Bienvenido al género.
El espía, Jorge Díaz (Planeta). Jorge Díaz es uno de los tres miembros de Carmen Mola, que no es poco, pero también un guionista de amplia experiencia y un novelista en solitario sólido, como prueba esta novela entre la aventura de espías, el género histórico y la investigación policial. Un hombre corre despavorido por una playa en Almería. Estamos en 1952. Lo persiguen otros hombres con perros. Sabe que va a morir, y de forma cruel, y con él los secretos de una vida de película. Así empieza esta novela híbrida que tiene dos protagonistas: el muerto, el espía del título, y Javier Bermejo, un guardia civil destinado al pueblo de Mojácar para intentar descubrir quién lo ha matado. Esta es la mejor parte, porque Díaz teje aquí una novela policial pura, en la que el lector sabe más que el investigador y lo sigue con mucho interés en sus pesquisas y enredos. Bermejo es un personaje bien construido y al que completa con habilidad a través de las cartas que envía a su novia en Madrid. La vida del pueblo y sus poderes y cómo trabajan para ocultar las verdaderas razones del crimen también está muy bien reflejado. La parte histórica, la mirada atrás para ver quién era este señor, un judío que trabajó para los nazis, un traidor a todos, un hombre de mundo con una vida de mil mentiras, completa el panorama, aunque no me resulta tan interesante. Eso sí, está elaborada con oficio y es necesaria. El final es coherente con todo lo anterior. Todos pagan por sus mentiras y traiciones, cada uno de una forma, y eso se agradece. Este lo he escuchado en audiolibro, narrado por el extraordinario actor Luis Pinazo (a quien ya disfruté, por ejemplo, en la trilogía de Trajano de Santiago Posteguillo). Ahora que la IA amenaza a estos estupendos actores, creo que es el momento de reivindicarlos con fuerza.
Un clásico revisitado
El misterio de la cripta embrujada, Eduardo Mendoza (Seix Barral). El premio Princesa de Asturias concedido al autor de La verdad sobre el caso Savolta nos sirve de excusa perfecta para traer esta novela a la selección. Se trata de una historia surgida de un bloqueo del autor, que decide aparcar lo que luego sería La ciudad de los prodigios y escribir “lo primero” que se le viniera a la cabeza. Es un homenaje al género, del que Mendoza es gran lector, más que una parodia, en palabras del propio autor. “Nunca más he vuelto a escribir con tanta despreocupación ni con tanto placer ni con tanto aprovechamiento de las horas”. No es para menos: escribió la novela en una semana. ¿Y qué nos encontramos aquí?
Como lector de toda la vida del género y como autor reciente no dejo de admirarme con la inteligencia, la ironía y el conocimiento de la novela negra con los que está escrita El misterio de la cripta embrujada. También diré que el autor confesó que la remató en una semana y que se nota en una estructura un poco loca, la única que podría aguantar ese ritmo. El humor no es la parte que más me atrae de Mendoza (sí, ya sé, resulta estupendo para la mayoría, pero mi libro preferido de su extensa carrera no deja de ser el citado La verdad sobre el caso Savolta) y aquí lo tienen desplegado a raudales. Sí me atrae, en cambio, el uso irónico y casi perverso que hace del narrador no confiable en manos de este protagonista loco y alocado que nos lleva por una investigación disparatada. Solo un pero que si no digo reviento: la novela es de 1979, el protagonista es un salido, y esa parte, aunque sea parodia, ha envejecido mal.
La rareza excelsa
Esta novela podría no estar en esta lista. También podría encabezarla. Es enorme. Ya verán.
Posesión, A.S.Byatt (Anagrama, traducción de María Luisa Balseiro). Un aviso antes de empezar con este libro: es un premio Booker de más de 500 páginas de letra pequeña. La apuesta es literaria en todos los sentidos: en el abordaje de A.S. Byatt al misterio, que lo hay, y en el objeto mismo del misterio: un escritor y su obra, una posesión, la del título. Ella misma cuenta en una introducción incluida en esta edición (la primera en español es de esta misma editorial, en 1992, también en Anagrama) que los editores se la tiraban a la cabeza y que el único que la aceptó en EE UU aseguró que era “una buena intriga echada a perder por esas excrecencias”. Con esta delicada frase el editor se refería al empeño de Byatt por mantenerla en un campo muy literario. Dicho esto para que a ningún fan del género le pille desprevenido, al lío.
Veamos por qué está una rareza de este calibre aquí y qué se van a encontrar los lectores. Todo empieza cuando el anodino estudioso Roland Michell se topa durante una investigación académica con unas cartas de su admiradísimo Randolph Henry Ash y las roba. Eso le pone tras la pista de un personaje misterioso, Christabel LaMotte, a quien iban dirigidas las misivas, una poeta olvidada, mítica para feministas y lesbianas contemporáneas, que la reivindican con fuerza. Empieza así una carrera alocada para intentar desentrañar la relación entre los dos. A Michell lo acompaña Maud Bailey, especialista en la obra de la poeta maldita. Cuando aparece la señora Bailey todo crece en una novela que ya de por sí está a un nivel increíble. Piensen, además, en la parte metaliteraria: los autores objeto de la investigación, sus influencias, tradiciones, estudios, misivas, biografías… todo está inventado. La autora reconoce que en la época de la escritura estaba fascinada con ciertos aspectos de El nombre de la rosa y se nota, pero la emoción por el fan de lo metaliterario (como quien esto escribe) es comparable al descubrimiento de mundos como los que encierran Historia universal de la infamia o La literatura nazi de América Latina. El misterio está contado y llevado de maravilla. Lean esta novela si quieren gozar de un buen rato de inmersión literaria aderezada con la mejor ironía británica.
Blanca y ajena: dos muertes
Dos novelas que no tienen absolutamente nada que ver aparte de la palabra del título. Ya saben, me gustan los titulares con “muerte”.
La muerte blanca, Toni Hill (Grijalbo). Es notable la capacidad de Hill para generar imágenes del mal en estado puro, tal y como son las que inician este libro con el que cierra una trilogía que se ha publicado al ritmo infernal, sobre todo para el autor, de novela al año. Esto no quiere decir nada ni a favor ni en contra del libro; conviene subrayarlo ahora que parece que tardar mucho en escribir una obra le aporta calidad de forma inevitable. AVISO: a partir de aquí habrá destripes de las dos primeras entregas de la serie. Es inevitable. La novela comienza con el subinspector Jarque investigando la desaparición de una niña. Vive con Lena Mayoral, la “criminóloga más famosa del país”, una mujer de pasado turbio, un personaje complejo y verdadero motor de los anteriores capítulos. Quien no las haya leído, puede abordar esta sin problema o ir a la primera y zamparse todas en orden. Por otro lado, tenemos a Charlie Bodman, el Mal, que vuelve a las andadas desde Irlanda. Él es la sombra, el horror, el verdugo de esta serie y va a mandar un mensaje, un recordatorio, a Lena. La forma que ha tenido Hill de aproximarse a la figura del psicópata (a este lo conocemos desde los crímenes de su adolescencia) no deja de tener un punto original y arriesgado. “Los monstruos no pueden decir la verdad”, reconoce la voz interior de este. Los dos planos, con sus conflictos, se unirán en algún punto mientras el lector descubre que la desaparición de la niña esconde otros secretos: como buen narrador conocedor de los resortes, el autor dosifica la información con ritmo. La desaparición desatará otros horrores, sacará a la luz otros monstruos. Hay, además, una secta, Los hijos de Judas, cuyo enemigo público número uno es Lena, una trama que parece algo más secundaria hasta que…bueno, que me he ido ya por encima de la página 300 y no vamos a destripar el libro. Todos los caminos abiertos por el autor se mantienen bien hasta el final. La parte policial (no hay que olvidar que ya triunfó en 2011 con la trilogía del inspector Salgado) está muy bien a lo largo de las 560 páginas y todo lo demás aguanta en consecuencia. De regalo, para fans: una escena muy emocionante en BCNegra y con cameo de Carlos Zanón. Hay dos tipos de thrillers de este estilo: los que se la juegan (y sacrifican piezas por el camino) y los que no. Les aconsejo no encariñarse con nadie. Un cierre de trilogía bien llevado, un excelente divertimento para el verano.
La muerte ajena, Claudia Piñeiro (Alfaguara). Ningún libro de Piñeiro se parece al anterior. Entiéndanme: todos son buenos y valientes, pero en cada uno apuesta por un estilo, una perspectiva, darle esa esencia de autora. Aquí tenemos a Verónica Balda, una periodista, como antes teníamos a la Inés de Tuya y El tiempo de las moscas (qué les voy a decir de esta mujer, quienes hayan leído las novelas entenderán a qué me refiero) o la Nurit Iscar de Betibú: personajes complejos, no siempre amables, llenos de matices; heroínas de carne y hueso, con errores y miedos, atractivas en su falibilidad. Vamos al asunto: la citada Verónica Balda es una periodista argentina de radio que se da cuenta, mientras lo cubre, de que el caso de una mujer que cae desde un quinto piso está relacionado con ella, su vida, su pasado. A partir de aquí, Piñeiro vuelve a desplegar ese tapiz sociopolítico que acompaña sus novelas, que no se olvidan sin embargo del misterio que llevan siempre dentro. En este caso, además, nos encontramos con una descripción cruda y precisa de los tiempos que vive el periodismo (que, al parecer, comparten males allá donde miremos). Y con un juego metaliterario que avanza con solidez. Y con una Argentina oscura. Y con personajes tratados con respeto, el mismo que tiene al lector. Y con un misterio que crece a medida que sabemos más sin que por ello sea una novela típica de género. Y literatura, al fin y al cabo.
Y para terminar, un debut
Ana que fue pop, Rafael Luján (AdN). Esta primera novela tiene algo más que un buen título y una portada diferente. Veamos: la historia se parte en dos tiempos (1989 y 2019). En el primero, la protagonista es Ana, la del título, una mujer que trabaja en un videoclub (la novela es muy noventera); en la segunda, Uri: un fotógrafo que se fascina con una foto que saca de Rosa, una mujer que lleva años apartada del mundo en un paraje perdido de la costa de Murcia. La foto gana un concurso internacional y eso dispara la acción porque alguien que no debería encuentra a Rosa. No les cuento la relación entre los dos periodos de la narración, pero no tardarán en descurbrirla. La primera parte se sostiene muy bien, hay pulso y llega al final (página 100) con la tensión en alto y el cebo perfecto para seguir. A partir de aquí, el autor mantiene la narración de los vaivenes de Uri para saber qué ha pasado con Rosa. Apetece seguirla. Las miserias del entorno rural asfixiante o del machismo están bien insertadas y la explosión pop de la época, también. El siguiente punto álgido llega unas 100 páginas después en el encuentro de Uri con el maltratador que destruyó la vida de Ana. Aquí el autor se la juega, pero en el capítulo siguiente, con la vuelta a 1989 y un nuevo elemento para el misterio, pasa la prueba. Como decíamos con Cardona más arriba, no es la estructura que más me gusta para el género (es más cómoda para el autor, pero hurta al lector la posibilidad de construir e interpretar) pero sirve a sus propósitos. Y a partir de ahí, podemos decir que va cerrando cada camino abierto con solvencia. En algunos momentos se pierde con demasiadas citas de nombres, procesos descritos con detalle y referencias (bien las pop, eso es el libro, los títulos de los capítulos con nombres de canciones y otros detalles; no tanto las fotográficas, por mucho que Uri sea fotógrafo) pero nada que estropee este soplo de frescura y respeto al género.
Coda
Me he echado a la maleta No tengas miedo, del maestro Stephen King (Plaza&Janés). Lo podría recomendar con los ojos cerrados, pero ya saben que aquí las novelas se leen antes de hablar de ellas y ya hemos roto ese precepto una vez con Cleeves. La protagoniza Holly Gibney, uno de sus mejores personajes y al que ya homenajeé en Babelia hace un par de años.
No es novedad, pero vuelve Dolores Reyes con una nueva edición de Cometierra, una novela única que removió el panorama del género en español en 2019 y que ahora reedita Alfaguara. Les dejo la crítica que hizo en su día Carlos Zanón en Babelia.
Y de remate final: a lo largo del año han ido apareciendo otras novedades de calado. Se pueden dar una vuelta por el blog o por la etiqueta que agrupa la novela negra en EL PAÍS si estas 18 novelas y más de 6.000 palabras de análisis no han sido suficientes. Feliz lectura.
Sea el tipo de lector que sea, este es su lugar para encontrar el libro de estas vacaciones. ‘Thrillers’, míticos personajes, novelas más clásicas y alguna rareza se unen en esta selección de novedades
En este espacio publicamos recomendaciones todo el año, ya sea para Semana Santa o para Navidad, con frío o con lluvia. Pero no podemos negar que el verano es perfecto para zamparse uno, dos o tres libros con buenos crímenes. He buceado en las novedades de los últimos meses y esta es la selección. Leído y analizado cada libro, soy consciente de todos los que se quedan fuera, pero aquí no entra nada por el resumen de la contraportada. Pasen y lean.
Misterios al estilo clásico
Obras donde se reúnen las esencias del género, sin exageraciones ni vísceras, sino con amor por la investigación, el procedimental y alguna sorpresa. Empezamos por uno que no es novela, enseguida van a entender por qué.

Una buena pieza, Alicia Giménez Bartlett (Destino). Petra Delicado es la heroína por excelencia de la novela negra española y uno de los principales personajes del género en Europa. Su pervivencia se debe a la inteligencia que atesora, que es la de su artífice y madre literaria. Un personaje, ojo, con sus propias memorias literarias. Es protagonista de 12 novelas y ya tuvo otros escarceos con el relato corto (Crímenes que no olvidaré). Pero es, sobre todo, un personaje único (sí, parece tópico, pero las fotocopias proliferan en el género), ruda cuando hay que serlo, sagaz, independiente, mandona, inteligente, genial. Decir que es feminista sería subrayar una obviedad. Trabaja para la Policía Nacional en Barcelona y, cuando empezó, todavía se pagaba en pesetas. Su pareja inseparable es el subinspector Fermín Garzón y merece la pena ir al inicio de la serie (Ritos de muerte, estupenda) solo para ver cómo se encuentran. Se han ido entendiendo a base de disgustos y éxitos, de cañas al final o en medio de jornadas maratonianas en la Jarra de Oro. Protagonizan los mejores diálogos que hay en el género en español. Y no hay utilización igual del humor, se lo garantizo. ¿Y qué nos encontramos en esta tanda de relatos? Seis casos reunidos por primera vez. Empieza con Mala mujer, una investigación de manual en la que asistimos a las mañas creativas de la inspectora Delicado: una mujer que ejercía la prostitución y de la que nadie tiene la más mínima referencia es hallada muerta en una cuneta. “Tú sabes bien que no pretendo jugar a ser una santa, pero es verdad que los débiles son mi debilidad, y esa vieja prostituta… Nadie ha reclamado su cadáver, nadie la conoce, ni siquiera tenía amigas de profesión”, resume Petra ante Marcos, su pareja actual después de varios divorcios.
Y termina con Todos quieren ser hermosos, un relato de un caso “sórdido”, en palabras de nuestra propia heroína, un crimen de familia no exento de los ingredientes clásicos y de los métodos, a veces no muy éticos, de Petra. En medio, la calidad y el buen hacer de la jefa de todo esto. Un deleite para los aficionados y una forma estupenda de empezar para quienes no hayan disfrutado todavía de esta inspectora y sus andanzas.
Los viejos amores, Rosa Ribas (Tusquets). Quienes hayan estado antes con los Fernández, familia de detectives, van a detectar ya en las primeras páginas un aroma, unos recuerdos. Quienes sean neófitos se sentirán como en casa y sabrán lo necesario para navegar con esta peculiar familia por la cuarta entrega de la saga. Como decía Leonardo Padura en su crítica, se encuentra poblada esta historia de gente como nosotros, con un detective que no cumplirá ya los 70, dos hermanas que se llevan según el momento o una matriarca poderosa y oscura. Todos personajes de varias capas, que no están completos si no es con el resto de la familia. Como los Fernández son cuatro detectives (el padre, Mateo; las hijas: Nora y Amalia y Ayala, el novio de esta) siempre hay más de un caso abierto, si bien en esta ocasión el central, por decirlo de alguna manera, es el de un tipo escurridizo que ha engañado a una señora del barrio para quedarse con todo su dinero. La escena del inicio, en el entierro de la víctima, fallecida de un paro cardiaco por el disgusto, marca el tono de la novela, ágil e irónico con sus toques de negrura. Investigan, también, a 10 antiguos compañeros de colegio de un tipo que les ha contratado para ver si sus pares han progresado más o menos que él. Casos nada escabrosos y divertidos de seguir. Pero quizás el mayor mérito de la serie es que se trate siempre y en esencia del devenir de estos personajes tan queridos y a veces tan oscuros (Amalia, preguntando a su hermana si le pasa algo, que está rara, que la ve “bien”). No hay ese exceso de vísceras y violencia tan propio del género hoy, pero los casos llevan a este clan a enfrentarse a gente dura y mala y a sufrir las consecuencias propias de su oficio. La vida de barrio es parte sustancial de las novelas: me gusta Barcelona y el barrio de Sant Andreu que habitan los protagonistas y que visité en su día con la autora para un reportaje.
No es la más potente (en otra entrega de la serie, la familia se mete de lleno en la venganza por la muerte de uno de sus miembros) o la más oscura, pero sí la más redonda. Rosa Ribas aseguró que iba a escribir una trilogía y aquí estamos, en la cuarta. Nadie se lo va a reprochar.
El examinador, Janice Hallett (traducción de Claudia Casanova). La Agatha Christie del siglo XXI (leanla antes de acusarme de exagerado, pero no soy yo quien lo dice) nos trae otra aventura con sus elementos ya clásicos: un reto al lector, un pulso a los resortes del género, personajes muy bien construidos y todo un alarde a la hora de utilizar un estilo que igual incluye una conversación por mensajería que un informe escolar. En este caso, nos encontramos con un profesor que investiga a un grupo de seis estudiantes de un máster porque sospecha que algo extraño ha ocurrido entre ellos. La novela está tan bien armada que hay un giro esencial para la interpretación de todo en el último tercio y, lejos de romper con la narración, es un disfrute total. Les podría contar más, pero les dejo que la devoren.
A la vista de todos, Teresa Cardona (Siruela). Me gusta la paciencia con la que la autora se plantea la novela, el primer capítulo en el que se ve la vida de los protagonistas en San Lorenzo, en el que el lector adquiere aparejos para caminar por la historia sin necesidad de haber leído las anteriores de la serie (esta es la cuarta). Hay oficio ahí. Como lo hay a la hora de describir determinados vicios de las clases sociales pudientes, que normalmente se retratan con brocha gorda en el género. ¿Qué nos depara esta nueva investigación de la teniente de la Guardia Civil Karen Blecker y su brigada José Luis Cano? Una mujer a la que encuentran muerta en su chalet. Parece un robo, pero ya saben. Ella estaba obsesionada con su hijo, era sobreprotectora y eso da para que Cardona tire del hilo de un drama familiar. Me gusta cómo Blecker se empeña en mirar las cosas desde la perspectiva correcta. Me gustan menos, pero es marca de la casa, los capítulos intercalados en tiempo pasado para mostrar partes esenciales de los protagonistas y dar sentido a la trama en su conjunto. Me siguen atrayendo varios secundarios ya habituales en la serie, sobre todo el agente Suárez (la conexión de todo el cuartel con la autenticidad del pueblo) y el forense Benavides (serio y lejos de los peores clichés que el género guarda para estos médicos). Ningún personaje es de un solo plano. La ambientación, la vida en San Lorenzo, los montes y las gentes de la zona están muy bien. El final igual se lo esperaban, igual no, pero aquí lo interesante es el camino.

Noches blancas, Ann Cleeves (Principal Noir, traducción de Claudia Casanova). Este es el libro de toda la selección que no me he leído, el que ha quedado en mi lista de pendientes, en esa cuesta arriba que he escalado en las últimas semanas, la cota final. Pero puedo recomendarlo sin problema: Cleeves es una maestra del género, como ya demostró en Cuervo negro, primera entrega del curioso Jimmy Pérez. Crímenes de los clásicos, procedimental cuidado, los parajes extremos de Shetland… La serie ha tardado en llegar a España, y lo ha hecho de la mano de la incansable Claudia Casanova (aquí editora y traductora) pero confiamos en que se quede entre nosotros. En esta segunda novela nos encontramos con los ingredientes habituales, sobre todo ese gusto por esconder en las miserias de los habitantes de la zona parte del misterio de la trama. Argumento: un hombre irrumpe en la inauguración de una galería y rompe a llorar, diciendo que no sabe quién es ni qué hace ahí. Al día siguiente lo encuentran ahorcado. Pérez (los que hayan visto la serie en Filmin, recomendable, alucinarán con lo poco latino que es el protagonista en la pantalla) tendrá que indagar lo que, a todas luces, no es un suicidio. Yo me la he dejado para las vacaciones, pueden hacer lo mismo.
Joya japonesa
Un libro al que, por mucho que nos guste en este blog hablar de lo japonés, en este caso tenemos que dejar que vaya solo.
El asesinato de los Osawa, Riku Onda (Salamandra, traducción de Ana Alcaina). Uno de los libros más importantes del género negro japonés, tan prolífico como en cierta medida desconocido fuera del país, en lo que va de siglo. Dicho así parece muy fuerte, pero premios internacionales y críticas lo avalan. Una masacre en una fiesta: 17 personas, seis de ellas niños, mueren envenenadas. Hay un sospechoso, un hombre de gorra negra y chubasquero amarillo (a mí, todos los crímenes sin resolver de Japón me llevan al de los Miyazawa, pero no me digan que no tiene resonancias magníficas) y una niña superviviente. Pero nunca se resuelve.
La autora de un best seller sobre el caso cuenta muchos años después en una entrevista las claves de un libro que escribió sobre el asunto, una obra fuente de polémicas y éxitos a partes iguales. Las repercusiones fueron tales que desapareció y rehizo su vida. Ahora, alguien vuelve a preguntar por todo aquello y la mujer tendrá que poner a prueba sus recuerdos. Los suyos y los de la única superviviente, Isako, que habló con ella para el libro y que, al ser ciega, había guardado todo en su memoria de forma muy especial. Ella es, en parte, otro gran misterio. Todo esto, contado en una voz hipnótica que crea un relato envolvente. A esto le sigue la reconstrucción del crimen, del libro, de la memoria, de todo, a partir de diferentes testimonios. Sí, se ha hecho más veces, pero inténtenlo. A cada declaración, más dudas sobre lo que pasó. La gran pregunta que subyace en todo el relato es: ¿se puede llegar a la verdad de un crimen sin resolver tantos años después?, ¿hay una sola verdad?, ¿o solo puede acceder a ella un dios omnisciente con todos los hechos delante?, ¿convierte la escritora al lector en ese dios? En esa narración multiperspectiva y en todo policial que se precie no puede faltar un inspector, y este es original y potente. Su visión es la llave para que la trama avance, para que lleguemos a entender al resto. O no. Las perspectivas y los tonos parecen inacabables en manos de Riku Onda. A mí me fascinó particularmente la parte del editor, pero hay tantas… El final, nada reparador, se permite cierta cadencia poética para cerrar una historia magnífica. Una lección de cómo se escribe una novela adictiva sin trucos ni malabarismos.
Connelly y Connolly
Ni es un juego de palabras ni me he vuelto loco. Pasen y lean.
Los mensajeros de la oscuridad, John Connolly (Tusquets, traducción de Vicente Campos). Los habituales al blog estarían pensando dónde estaba el bueno de Charlie Parker, el héroe imposible de la novela negra contemporánea. Connolly es tan fijo en esta sección como Connelly (no confundir, aunque tampoco le iba a pasar nada al lector que cayera en manos de uno en vez de otro). No se preocupen, que aquí vuelve con su aventura número 22, después de haber ¿muerto? y resucitado y con la misma oscuridad y la misma ironía de siempre. No es fácil llegar vivo (literariamente) a estas alturas de una serie, sobre todo si es una que empezó con Todo lo que muere y siguió con El poder de las tinieblas (segunda entrega) o El camino blanco (cuarta). Pero aquí estamos. Nos encontramos con un nuevo caso para Parker: un niño que ha desaparecido y todas las pruebas apuntan a la madre. Nuestro héroe trabajará para el abogado que defiende a la señora mientras intuimos que algo más oscuro (sí, más oscuro que una madre sospechosa de haber matado a su hijo) se está cociendo en los bosques de Maine. Es un libro largo pero Connolly, entre sus muchas virtudes, tiene una que hace todo más sencillo: sus diálogos son buenos, inteligentes, sus personajes no dicen nada en vano, no hay relleno.
En la primera parte no se intuye nada del mundo de tinieblas de Parker, nunca del todo vivo, nunca del todo muerto, y ni siquiera repite su costumbre de hablar con su hija (fallecida hace muchos años): solo vemos el caso, y es de los buenos. En el catálogo al parecer inagotable de personajes que Connolly tiene para enriquecer el mundo de Parker nos encontramos en esta ocasión (en la que echamos de menos a los míticos asesinos y amigos del alma del protagonista Ángel y Louis, que se reservan para el final) con Sabine Drew (una mujer que puede comunicarse con los muertos y que será clave en la trama) y Moxie Castin (el abogado para el que trabaja Parker, al que ya vimos en otras novelas, y protagonista junto al héroe de algunos de los mejores diálogos). Todas las puertas abiertas (la desaparición del niño, conspiraciones ultraderechistas, una casa con un aura maligno) van confluyendo en un punto en el que lo fantástico juega su papel, o no: siempre queda un resquicio no del todo irracional para explicarlo. Las historias de Parker son así y si han llegado hasta aquí es por algo. El final nunca es del todo feliz, los buenos ganan, pero a un coste demasiado elevado y el mal permanece al acecho. Como ven, sean aficionados o no a esta serie, hay elementos para interesarse. No se arrepentirán.

El inocente, Michael Connelly (AdN, traducción de Javier Guerrero). Nunca está de más traer a Connelly a cualquier lista. Su editorial en España celebra con una reedición el vigésimo aniversario de la publicación de El inocente, la primera novela protagonizada por Mickey Haller, El abogado del Lincoln, que tanto juego ha dado con la extraordinaria serie de televisión (Netflix). Ahora bien, hayan visto o no la serie (que disfruta de un gran Manuel García-Rulfo en el papel de Haller) tienen que pasar por el libro: es una de juicios muy entretenida, a la vez que una exhibición de cómo dar vida a un personaje. Sí, Haller es conocido con ese apodo porque trabaja, básicamente, desde su enorme coche. También se está recuperando de un trauma, recurso clásico, pero no se despisten: si entran en su historia se quedarán. ¿Y a quién no le apetece una de juicios para leer en la playa, en el campo o en la piscina? Es la primera novela de la serie, pero cuando se publicó Connelly ya llevaba un buen rodaje con Bosch de quien, por cierto, Haller es hermanastro. Bienvenidos al universo Connelly, la mejor manera de conocer Los Ángeles, EE UU y el mundo contemporáneo.
Emociones oscuras
Un thriller psicológico y asfixiante, otro coreano inquietante y un descenso a los infiernos. ¿En qué se parecen? Los devorarán en dos ratos.
La mujer de Judas, Aro Sáinz de la Maza (Destino). Primera novela del creador de la serie de Milo Malart, una de las más intensas del panorama de la ficción criminal española. Sáinz de la Maza publicó esta novela antes de la tetralogía y ahora Destino la recupera. Es un thriller psicológico contado en una primera persona perturbada, de narrador nada confiable. Jabo Ciendones parece un tipo normal para su entorno, pero el lector lo ve en las primeras páginas espiando a sus vecinos por la mira telescópica de un fusil y ya sabe que algo no funciona. No tarda en ver que no es lo único. Bebe mucho, elabora un complejo método de maltrato sobre su mujer, Mara, es una mente perversa, narcisista y mediocre. Está pasando una temporada a todo trapo mientras cuida la casa de su amigo Julián, un triunfador sin escrúpulos a quien admira sobremanera, de forma un tanto patética. Sin hablar ni aparecer, es un personaje fuerte, que tira de parte de la intriga de la trama.
Atención: no es una novela para todo el mundo, no hay un gran misterio ni investigación, va más en el perfil de los thrillers psicológicos obsesivos, de cocción lenta. Lo he escuchado en un audiolibro narrado por Diego Rousselon. Quizás es uno de los libros más idóneos para disfrutar en este formato: en primera persona, oscuro, inquietante, sin muchos personajes… y el actor sabe sacarle jugo a la intensa narrativa de Sáinz de la Maza.

La mujer en el agua, Robyn Harding (RBA, traducción de Jorge Rizzo). Empieza esta novela con la caída en desgracia de Lee, una mujer que hace no tanto tenía la vida perfecta y ahora duerme en el coche, a expensas de un futuro incierto, en aparcamientos y descampados y con un cuchillo de caza en el regazo. Engancha ese descenso a los infiernos, a la espera del giro que lo cambie todo. Y llega: una mujer rica, Hazel, se intenta suicidar y nuestra protagonista, que duerme en el coche cerca del mar, se da cuenta y la salva. Hay novelas que se plantean casi en exclusiva en torno a la dosificación de información. Sabemos que Lee hizo cosas muy malas; sabemos algo de lo que cuenta la mujer a la que ha rescatado, que es maltratada por un marido poderoso y sádico. Pero es una sensación extraña, porque hay un velo de sospecha en todo lo que hace. Es un planteamiento arriesgado, pero las miguitas que va poniendo Harding trazan un camino sólido y, a la altura de la página 100, sigo sospechando de todo el mundo, aunque entiendo que aún no ha pasado nada realmente criminal, lo que me empuja a seguir leyendo con avidez. Poco después, llega el segundo giro, y menudo giro y a partir de ahí, cuando vemos la historia desde la perspectiva de Hazel, todo se acelera. ¡Y de qué forma! El ritmo se mantiene hasta el final, y algunas dudas no se resuelven hasta el último momento. Puro entretenimiento.
El consultor, Im Seong-sun (Destino, traducción de Adrián Chávez). “Si no teme a la Compañía, es porque no la conoce”. Así habla el narrador y protagonista de esta extraña novela que lleva el arte de la provocación a máximos. El protagonista es un hombre que se dedica a una peculiar forma de reorganización de la realidad. “La muerte es la mejor manera de llevar a cabo una reestructuración”, llega a decir. Trabaja para la citada Compañía y carece de moral. Confiesa su relación con decenas de muertes de esas que él llama “naturales” (siempre parece un accidente) mientras cuenta cómo se convirtió en un sicario discreto y peculiar, uno que en la vida ha matado realmente a nadie. Pronto entendemos dónde nos quiere llevar el autor: una nueva entrega de la crítica al capitalismo por medio del espectáculo que ya vimos en El juego del calamar, por ejemplo. Y sin que esto suene negativo: funcionaba en la serie y funciona en la novela. El libro se transforma en una guía del asesinato perfecto (el que no descubren nunca) narrado por este cínico planificador de muertes ‘accidentales’ que se encarga de trabajar para una oscura corporación. El análisis que hace del asesinato es rico y lleno de referencias pero aquí nos falta el conflicto, que aparece cuando el protagonista tiene que matar para la Compañía a la mujer con la que estuvo saliendo. Él tiene poco más de 30 años y más asesinatos que años en sus manos, pero este le va a hacer cuestionarse todo. No es una novela larga y, sin embargo, tiene una parte en la que cuenta historias de asesinos y leyendas que no sé si termina de funcionar (quien no las conozca y esté interesado, puede encontrar una fuente de conocimiento, pero por mucho que sea una novela sobre un sicario no le termino de encontrar el encaje). El final es muy extraño. Una novela diferente, sin duda. Por cierto, está en el interminable catálogo de Audible, por si le quieren dar una primera oportunidad si tienen suscripción.
Dos juegos con la Historia
El híbrido entre novela negra e histórica vuelve a funcionar. Ahí van dos ejemplos.
Los crímenes del Retiro, Pedro Herrasti (Salamandra). Entra esta novela en la moda de poner a personajes históricos a dirigir investigaciones (y donde tenemos a Luis García Jambrina con dos series, una para Fernando de Rojas y otra para Unamuno) pero también trasciende esa corriente. Y lo hace porque da protagonismo a Pío Baroja, médico en el Madrid de 1900, aspirante a escritor, asiduo a las tertulias, ya con cierto mal carácter, pero también a Miguel Herranz, un veterano de la guerra de Filipinas que se gana la vida como agente de la policía mientras trata de sobrevivir a su pasado. Suyas son las páginas más interesantes del libro, con un excelente complemento en Baroja, aquí en labores de Sancho ilustrado, escritor en ciernes, médico asqueado con la profesión y panadero circunstancial. La pareja funciona francamente bien y Baroja guarda alguna sorpresa muy agradable como personaje de ficción. El ágil encuentro entre los dos en el Anatómico forense en las primeras páginas de esta novela es una buena prueba de lo que pueden dar de sí en manos del autor. Hablando de escuderos: aunque muy secundario, no está nada mal Pepe, también veterano de la guerra y compañero de Miguel, hombre duro y honesto que compensa las debilidades, sobre todo físicas, del protagonista y le sirve de acicate. Hasta cierto punto que supone uno de los grandes momentos de la parte final. Herrasti, que se maneja muy bien en la novela histórica, llena de matices el Madrid de la época, su paisaje y su paisanaje. Pero no hay que olvidar el caso: una joven asesinada en un barrio desfavorecido, mísero, con un poema de Rubén Darío entre las manos.

Un punto de partida clásico, podríamos decir, que el autor aprovecha para desarrollar una investigación muy sólida, con el enfrentamiento entre la nueva ciencia deductiva representada en Miguel y Pío Baroja y los métodos tradicionales propios de la policía de toda la vida como ingrediente destacado. También hay algunos personajes históricos a los que es muy divertido ver. Tenemos aquí un narrador estupendo que, además, sabe acelerar en la parte final hasta un remate duro y lleno de fuerza. Bienvenido al género.
El espía, Jorge Díaz (Planeta). Jorge Díaz es uno de los tres miembros de Carmen Mola, que no es poco, pero también un guionista de amplia experiencia y un novelista en solitario sólido, como prueba esta novela entre la aventura de espías, el género histórico y la investigación policial. Un hombre corre despavorido por una playa en Almería. Estamos en 1952. Lo persiguen otros hombres con perros. Sabe que va a morir, y de forma cruel, y con él los secretos de una vida de película. Así empieza esta novela híbrida que tiene dos protagonistas: el muerto, el espía del título, y Javier Bermejo, un guardia civil destinado al pueblo de Mojácar para intentar descubrir quién lo ha matado. Esta es la mejor parte, porque Díaz teje aquí una novela policial pura, en la que el lector sabe más que el investigador y lo sigue con mucho interés en sus pesquisas y enredos. Bermejo es un personaje bien construido y al que completa con habilidad a través de las cartas que envía a su novia en Madrid. La vida del pueblo y sus poderes y cómo trabajan para ocultar las verdaderas razones del crimen también está muy bien reflejado. La parte histórica, la mirada atrás para ver quién era este señor, un judío que trabajó para los nazis, un traidor a todos, un hombre de mundo con una vida de mil mentiras, completa el panorama, aunque no me resulta tan interesante. Eso sí, está elaborada con oficio y es necesaria. El final es coherente con todo lo anterior. Todos pagan por sus mentiras y traiciones, cada uno de una forma, y eso se agradece. Este lo he escuchado en audiolibro, narrado por el extraordinario actor Luis Pinazo (a quien ya disfruté, por ejemplo, en la trilogía de Trajano de Santiago Posteguillo). Ahora que la IA amenaza a estos estupendos actores, creo que es el momento de reivindicarlos con fuerza.
Un clásico revisitado
El misterio de la cripta embrujada, Eduardo Mendoza (Seix Barral). El premio Princesa de Asturias concedido al autor de La verdad sobre el caso Savolta nos sirve de excusa perfecta para traer esta novela a la selección. Se trata de una historia surgida de un bloqueo del autor, que decide aparcar lo que luego sería La ciudad de los prodigios y escribir “lo primero” que se le viniera a la cabeza. Es un homenaje al género, del que Mendoza es gran lector, más que una parodia, en palabras del propio autor. “Nunca más he vuelto a escribir con tanta despreocupación ni con tanto placer ni con tanto aprovechamiento de las horas”. No es para menos: escribió la novela en una semana. ¿Y qué nos encontramos aquí?
Como lector de toda la vida del género y como autor reciente no dejo de admirarme con la inteligencia, la ironía y el conocimiento de la novela negra con los que está escrita El misterio de la cripta embrujada. También diré que el autor confesó que la remató en una semana y que se nota en una estructura un poco loca, la única que podría aguantar ese ritmo. El humor no es la parte que más me atrae de Mendoza (sí, ya sé, resulta estupendo para la mayoría, pero mi libro preferido de su extensa carrera no deja de ser el citado La verdad sobre el caso Savolta) y aquí lo tienen desplegado a raudales. Sí me atrae, en cambio, el uso irónico y casi perverso que hace del narrador no confiable en manos de este protagonista loco y alocado que nos lleva por una investigación disparatada. Solo un pero que si no digo reviento: la novela es de 1979, el protagonista es un salido, y esa parte, aunque sea parodia, ha envejecido mal.
La rareza excelsa
Esta novela podría no estar en esta lista. También podría encabezarla. Es enorme. Ya verán.
Posesión, A.S.Byatt (Anagrama, traducción de María Luisa Balseiro). Un aviso antes de empezar con este libro: es un premio Booker de más de 500 páginas de letra pequeña. La apuesta es literaria en todos los sentidos: en el abordaje de A.S. Byatt al misterio, que lo hay, y en el objeto mismo del misterio: un escritor y su obra, una posesión, la del título. Ella misma cuenta en una introducción incluida en esta edición (la primera en español es de esta misma editorial, en 1992, también en Anagrama) que los editores se la tiraban a la cabeza y que el único que la aceptó en EE UU aseguró que era “una buena intriga echada a perder por esas excrecencias”. Con esta delicada frase el editor se refería al empeño de Byatt por mantenerla en un campo muy literario. Dicho esto para que a ningún fan del género le pille desprevenido, al lío.
Veamos por qué está una rareza de este calibre aquí y qué se van a encontrar los lectores. Todo empieza cuando el anodino estudioso Roland Michell se topa durante una investigación académica con unas cartas de su admiradísimo Randolph Henry Ash y las roba. Eso le pone tras la pista de un personaje misterioso, Christabel LaMotte, a quien iban dirigidas las misivas, una poeta olvidada, mítica para feministas y lesbianas contemporáneas, que la reivindican con fuerza. Empieza así una carrera alocada para intentar desentrañar la relación entre los dos. A Michell lo acompaña Maud Bailey, especialista en la obra de la poeta maldita. Cuando aparece la señora Bailey todo crece en una novela que ya de por sí está a un nivel increíble. Piensen, además, en la parte metaliteraria: los autores objeto de la investigación, sus influencias, tradiciones, estudios, misivas, biografías… todo está inventado. La autora reconoce que en la época de la escritura estaba fascinada con ciertos aspectos de El nombre de la rosa y se nota, pero la emoción por el fan de lo metaliterario (como quien esto escribe) es comparable al descubrimiento de mundos como los que encierran Historia universal de la infamia o La literatura nazi de América Latina. El misterio está contado y llevado de maravilla. Lean esta novela si quieren gozar de un buen rato de inmersión literaria aderezada con la mejor ironía británica.
Blanca y ajena: dos muertes
Dos novelas que no tienen absolutamente nada que ver aparte de la palabra del título. Ya saben, me gustan los titulares con “muerte”.

La muerte blanca, Toni Hill (Grijalbo). Es notable la capacidad de Hill para generar imágenes del mal en estado puro, tal y como son las que inician este libro con el que cierra una trilogía que se ha publicado al ritmo infernal, sobre todo para el autor, de novela al año. Esto no quiere decir nada ni a favor ni en contra del libro; conviene subrayarlo ahora que parece que tardar mucho en escribir una obra le aporta calidad de forma inevitable. AVISO: a partir de aquí habrá destripes de las dos primeras entregas de la serie. Es inevitable. La novela comienza con el subinspector Jarque investigando la desaparición de una niña. Vive con Lena Mayoral, la “criminóloga más famosa del país”, una mujer de pasado turbio, un personaje complejo y verdadero motor de los anteriores capítulos. Quien no las haya leído, puede abordar esta sin problema o ir a la primera y zamparse todas en orden. Por otro lado, tenemos a Charlie Bodman, el Mal, que vuelve a las andadas desde Irlanda. Él es la sombra, el horror, el verdugo de esta serie y va a mandar un mensaje, un recordatorio, a Lena. La forma que ha tenido Hill de aproximarse a la figura del psicópata (a este lo conocemos desde los crímenes de su adolescencia) no deja de tener un punto original y arriesgado. “Los monstruos no pueden decir la verdad”, reconoce la voz interior de este. Los dos planos, con sus conflictos, se unirán en algún punto mientras el lector descubre que la desaparición de la niña esconde otros secretos: como buen narrador conocedor de los resortes, el autor dosifica la información con ritmo. La desaparición desatará otros horrores, sacará a la luz otros monstruos. Hay, además, una secta, Los hijos de Judas, cuyo enemigo público número uno es Lena, una trama que parece algo más secundaria hasta que…bueno, que me he ido ya por encima de la página 300 y no vamos a destripar el libro. Todos los caminos abiertos por el autor se mantienen bien hasta el final. La parte policial (no hay que olvidar que ya triunfó en 2011 con la trilogía del inspector Salgado) está muy bien a lo largo de las 560 páginas y todo lo demás aguanta en consecuencia. De regalo, para fans: una escena muy emocionante en BCNegra y con cameo de Carlos Zanón. Hay dos tipos de thrillers de este estilo: los que se la juegan (y sacrifican piezas por el camino) y los que no. Les aconsejo no encariñarse con nadie. Un cierre de trilogía bien llevado, un excelente divertimento para el verano.
La muerte ajena, Claudia Piñeiro (Alfaguara). Ningún libro de Piñeiro se parece al anterior. Entiéndanme: todos son buenos y valientes, pero en cada uno apuesta por un estilo, una perspectiva, darle esa esencia de autora. Aquí tenemos a Verónica Balda, una periodista, como antes teníamos a la Inés de Tuya y El tiempo de las moscas (qué les voy a decir de esta mujer, quienes hayan leído las novelas entenderán a qué me refiero) o la Nurit Iscar de Betibú: personajes complejos, no siempre amables, llenos de matices; heroínas de carne y hueso, con errores y miedos, atractivas en su falibilidad. Vamos al asunto: la citada Verónica Balda es una periodista argentina de radio que se da cuenta, mientras lo cubre, de que el caso de una mujer que cae desde un quinto piso está relacionado con ella, su vida, su pasado. A partir de aquí, Piñeiro vuelve a desplegar ese tapiz sociopolítico que acompaña sus novelas, que no se olvidan sin embargo del misterio que llevan siempre dentro. En este caso, además, nos encontramos con una descripción cruda y precisa de los tiempos que vive el periodismo (que, al parecer, comparten males allá donde miremos). Y con un juego metaliterario que avanza con solidez. Y con una Argentina oscura. Y con personajes tratados con respeto, el mismo que tiene al lector. Y con un misterio que crece a medida que sabemos más sin que por ello sea una novela típica de género. Y literatura, al fin y al cabo.
Y para terminar, un debut
Ana que fue pop, Rafael Luján (AdN). Esta primera novela tiene algo más que un buen título y una portada diferente. Veamos: la historia se parte en dos tiempos (1989 y 2019). En el primero, la protagonista es Ana, la del título, una mujer que trabaja en un videoclub (la novela es muy noventera); en la segunda, Uri: un fotógrafo que se fascina con una foto que saca de Rosa, una mujer que lleva años apartada del mundo en un paraje perdido de la costa de Murcia. La foto gana un concurso internacional y eso dispara la acción porque alguien que no debería encuentra a Rosa. No les cuento la relación entre los dos periodos de la narración, pero no tardarán en descurbrirla. La primera parte se sostiene muy bien, hay pulso y llega al final (página 100) con la tensión en alto y el cebo perfecto para seguir. A partir de aquí, el autor mantiene la narración de los vaivenes de Uri para saber qué ha pasado con Rosa. Apetece seguirla. Las miserias del entorno rural asfixiante o del machismo están bien insertadas y la explosión pop de la época, también. El siguiente punto álgido llega unas 100 páginas después en el encuentro de Uri con el maltratador que destruyó la vida de Ana. Aquí el autor se la juega, pero en el capítulo siguiente, con la vuelta a 1989 y un nuevo elemento para el misterio, pasa la prueba. Como decíamos con Cardona más arriba, no es la estructura que más me gusta para el género (es más cómoda para el autor, pero hurta al lector la posibilidad de construir e interpretar) pero sirve a sus propósitos. Y a partir de ahí, podemos decir que va cerrando cada camino abierto con solvencia. En algunos momentos se pierde con demasiadas citas de nombres, procesos descritos con detalle y referencias (bien las pop, eso es el libro, los títulos de los capítulos con nombres de canciones y otros detalles; no tanto las fotográficas, por mucho que Uri sea fotógrafo) pero nada que estropee este soplo de frescura y respeto al género.
Coda
Me he echado a la maleta No tengas miedo, del maestro Stephen King (Plaza&Janés). Lo podría recomendar con los ojos cerrados, pero ya saben que aquí las novelas se leen antes de hablar de ellas y ya hemos roto ese precepto una vez con Cleeves. La protagoniza Holly Gibney, uno de sus mejores personajes y al que ya homenajeé en Babelia hace un par de años.
No es novedad, pero vuelve Dolores Reyes con una nueva edición de Cometierra, una novela única que removió el panorama del género en español en 2019 y que ahora reedita Alfaguara. Les dejo la crítica que hizo en su día Carlos Zanón en Babelia.
Y de remate final: a lo largo del año han ido apareciendo otras novedades de calado. Se pueden dar una vuelta por el blog o por la etiqueta que agrupa la novela negra en EL PAÍS si estas 18 novelas y más de 6.000 palabras de análisis no han sido suficientes. Feliz lectura.
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