“¿A qué diablos se debe este idilio con Barcelona?”, preguntó Vargas Llosa

El 11 de abril de 1970 faltaban pocos días para que Mario Vargas Llosa (fallecido el 13 de abril en Lima a los 89 años) y su familia se instalasen en Barcelona. El escritor, que por entonces vivía en Londres, recibió una carta de José María Valverde escrita en Canadá. Valverde tenía 44 años y hacía un cuarto de siglo que había empezado a brillar en la vida intelectual española.

Poeta católico promocionado por las elites del franquismo desde su precoz Hombre de Dios, la primera madurez de Valverde fue como catedrático de estética, ensayista, traductor y pluriempleado en todos los trabajos humanísticos posibles. Hasta que en 1965, con un gesto de integridad excepcional, rompió con el régimen: dejó la cátedra de estética para solidarizarse con los colegas expulsados de la Universidad Complutense. Eran José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo. Poco después tuvo que marchar a Estados Unidos para ganarse la vida como profesor de literatura. Y en Canadá, tras leer Conversación en La Catedral, retomó por carta el contacto con Vargas Llosa. “No he olvidado todo lo que te debe La ciudad y los perros”, respondió Vargas.

Esta carta y tres más de Vargas Llosa a José María Valverde, fechadas entre 1965 y 1970, se conservan en el Pavelló de la República de la Universitat de Barcelona. La relación que los dos escritores establecieron durante la década de los sesenta permite descubrir la conexión de Vargas Llosa con el universo de la editorial Seix Barral y los mecanismos que se activaron para situar al Nobel peruano en el centro de la narrativa en español de la segunda mitad del siglo XX. Al parecer de Valverde era el lugar que le correspondía desde que en 1962 leyó fascinado el manuscrito de La ciudad y los perros. En su Historia de la literatura universal, actualizada a mediados de los setenta con su coautor Martín de Riquer, lo esculpió con estas palabras: “A nuestro juicio”, decía de Vargas Llosa, es “el más dotado narrador actual en lengua española”.

Prólogo original a La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, escrito por José María ValverdePrólogo original a La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, escrito por José María ValverdePrólogo original a La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, escrito por José María ValverdePrólogo original a La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, escrito por José María ValverdePrólogo original a La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, escrito por José María Valverde

Que ese manuscrito se convirtiese en libro no fue ni rápido ni fácil. Mayo de 1962, París, carta de Vargas Llosa a un amigo cubano. “Por desgracia, la novela —se llama, provisionalmente, Los impostores— no está publicada aún, ni tengo muchas posibilidades de editarla en español. En el Perú casi no hay editoriales; en España, la censura la mutilaría o la rechazaría de plano por el lenguaje y el tema”. Como documenta Carlos Aguirre en el minucioso Biografía de una novela, la red del autor peruano —desde Julio Cortázar a sus amigos de Lima— se había activado para que Los impostores lograse publicarse. Los impostores es La ciudad y los perros.

El crítico que había recomendado el original a la editorial francesa Julliard, que la descartó, planteó como alternativa Seix Barral. Cuando el poeta y editor Carlos Barral recibió el manuscrito, respondió de oficio: “Puede Vd. mandarme el manuscrito de su novela que gustosamente someteré a mi Comité de Lectura y que yo mismo leeré”. Fechado el 28 de mayo en Barcelona. De entrada “Carlos no la leyó”, recordaría Valverde mucho después. Pero un informe de lectura —probablemente de Luis Goytisolo— advirtió de su calidad. Barral se entusiasmó. En septiembre viajó a París para conocer a Vargas Llosa y contratar la novela.

Aunque el plazo de admisiones de originales para el Premio Biblioteca Breve se había cerrado, Barral quería que Los impostores entrase en la convocatoria. Antes de la deliberación, Barral ya vendió la novela en la Feria de Fráncfort como una obra maestra. Ni el clásico de Carmen Martín Gaite Ritmo lento, que quedó finalista en esa convocatoria, pudo competir con Vargas Llosa. El jurado reunido el 1 de diciembre de 1962 en Madrid le dio el premio por unanimidad. Valverde debió leerlo entonces. El 7 de diciembre de 1962 Seix Barral ofreció un cóctel con Vargas Llosa para festejar el premio y con Luis Martín Santos, que daba unas conferencias en Barcelona y acaba de publicar Tiempo de silencio. Aquella noche Vargas Llosa conoció a Jaime Gil de Biedma y a Jaime Salinas y habló con Martín Santos de la novela de caballerías Tirant lo Blanc, del valenciano Joanot Martorell.

El escritor y filósofo José María Valverde en 1994.

No consta que ese día Vargas Llosa y Valverde se conociesen, pero Valverde ya había sido rotundo con la prensa al comentar la novela que había ganado el Biblioteca Breve. “Es la mejor novela de lengua española desde Don Segundo Sombra”. Él sí podía hacer una afirmación tan categórica. Nadie en España tenía un conocimiento tan exhaustivo como Valverde de la literatura latinoamericana. En sus años de furor nacionalcatólico, mientras leía fascinado a Neruda y a César Vallejo, Valverde se había integrado en la red de la cultura de la hispanidad de la dictadura y allí conoció a jóvenes poetas latinoamericanos que ampliaban estudios en Madrid. Su entusiasmo por la novela de Ricardo Güiraldes era patente en el párrafo preciso que dedicó a esa novela argentina de 1926 en la Historia de la literatura.

Aquella apuesta de Seix Barral por Vargas Llosa abrió una nueva época en la editorial. Si Tiempo de silencio había sido el ejemplo paradigmático de su afán de modernización, la nueva narrativa latinoamericana lo fue inmediatamente después. Como afirma Pablo Sánchez —profesor de la Universidad de Sevilla—, Seix Barral se convirtió en “agente determinante de los cambios sin precedentes que vivió el sistema latinoamericano”. Barcelona se convirtió entonces en cocapital del bum, junto a México, La Habana castrista y el París de siempre. Pero había algo pendiente, que dependía de la suerte de la novela de Vargas Llosa en esa revolución cultural: la censura.

Como documenta la mina inagotable que es el libro de Carlos Aguirre, Seix Barral envió el manuscrito a Censura el 16 de febrero de 1963. El primer informe denegó la publicación. Tras la protesta de Barral y de los integrantes del jurado, un segundo informe exigía decenas de cambios. Y Barral, que no había logrado que el original ganase el internacional Premio Formentor (se lo llevó otra obra maestra, Le grand voyage, de Jorge Semprún), recurrió a José María Valverde. Desde aquellos años de juventud como paradigma del sistema cultural franquista, Valverde tenía hilo directo con el jefe de la censura: su compañero de universidad Carlos Robles Piquer, director general de Información con su cuñado Manuel Fraga como ministro de Información.

La carta de Valverde a Robles Piquer desactivó los problemas con la censura. Explicó el valor moral de la novela en relación con su tratamiento de la adolescencia, astutamente advirtió del error político que representaría en España e Hispanoamérica no publicarla y reiteró el elogio absoluto. “Se trata de la mejor novela de lengua española escrita en mucho tiempo: más exactamente, yo no he leído nada mejor, como relato en lengua española, publicado en los últimos veinticinco o treinta años”. “Es en este momento el mejor narrador de nuestra lengua —al menos, de Azorín para abajo—”. Después de leer la carta, Robles Piquer pidió a Barral el manuscrito, lo leyó y en una reunión con Vargas y Barral acordaron los mínimos cambios que debía introducir para publicar. Y otra condición: la edición debía incluir una versión de la carta de Valverde como prólogo. Así fue.

Con la edición de La ciudad y los perros en Seix Barral, un Mario Vargas Llosa de 27 insultantes años se integró en la célula transnacional y de modernización cultural que construía Carlos Barral con sus colaboradores. A finales de 1964 fue miembro del jurado del Premio Biblioteca Breve con Barral, José María Castellet, Gabriel Ferrater y Valverde. Ganó Vista en el amanecer en el trópico, de Guillermo Cabrera Infante (tardó dos años en aparecer, encallada en la censura y con cambio de título: Tres tristes tigres). Deliberaron durante las Navidades y Vargas Llosa estuvo en casa de los Valverde en Sant Cugat cantando villancicos. Aquel día le pidió que leyese el manuscrito de su nueva novela: La casa verde.

A principios de mayo de 1965, tras una estancia de activismo revolucionario en Cuba, Vargas Llosa viajó a Valescure (cerca de Saint Tropez) como miembro de la delegación de Seix Barral que participaba en los Premios Formentor. Su apuesta por el brasileño Guimaraes Rosa le enfrentó a otro miembro de la delegación de la editorial: Gabriel Ferrater, cuyo candidato era Witold Gombrowicz. De regreso a Barcelona, Ferrater le contó lo sucedido a Gombrowicz como un caso de nacionalismo sudamericano, escribió una carta dimitiendo de la delegación y le retiró la palabra durante un año a Vargas Llosa. Para restablecer la relación Ferrater le envió un libro de poesía de Carles Riba. Pero probablemente no le contó que usaría un juego de galeradas de La casa verde para montar uno de los mejores libros de la literatura catalana de la segunda mitad del siglo XX: Les dones i els dies, que, por cierto, en parte tradujo Valverde al castellano.

Galeradas de 'La casa verde' con los poemas de Gabriel Ferrater.

La relación de Vargas Llosa y Valverde no se interrumpió. El 12 de mayo le envió sus comentarios sobre La casa verde, en una carta que Xavi Ayén cita en el excelente Aquellos años del boom. “Es tremendo pensar que ya eres —en realidad, lo has sido desde el arranque— una de las rarísimas Grandes Bestias de la Literatura Universal”. A Vargas Llosa esa carta le tranquilizó, como queda claro en la de respuesta. “Fue un gran alivio para mí que la novela te pareciera más o menos lograda. La tuya fue la primera impresión que recibí (nadie había leído aún el manuscrito) y yo tenía dudas terribles, un vago presentimiento de que tanta lucha contra la máquina de escribir había sido en vano”.

Retomaron el contacto por carta cinco años después. El 1 de abril de 1970, Valverde, autoexiliado, leyó Conversación en La Catedral. Como en las otras dos que constituyen esa trilogía milagrosa, no pudo evitar trasladarle de nuevo su entusiasmo. Y, de paso, señalar sus diferencias con la falta de criterio de la crítica entregada a la moda de la literatura latinoamericana: “¡Qué tienes que ver tú con Cortázar, que es un Borges de segunda mano, o sea, un Kafka de tercera! Y García Márquez descarriló enseguida”. En su respuesta Vargas Llosa, desde Londres, salió en defensa de la novela del que pronto iba a ser su vecino: “¿No eres injusto con Cien años de soledad? Es una señora novela, hombre”. En esa carta, en la que habló de la crisis de Seix Barral, Vargas Llosa le anunció que se trasladaba a Barcelona. “¿A qué diablos se debe este idilio de los latinoamericanos con la ciudad condal?”, se preguntaba el escritor en la misiva.

Aquel verano de 1970, ya instalado en Barcelona, Vargas Llosa recibió el libro de versos Años inciertos de Valverde. Le escribió la última carta que se cruzaron. Vargas había empezado a romper con el castrismo, Valverde avanzaba en su convicción revolucionaria en sintonía con la Teología de la Liberación. A Vargas Llosa los poemas de Valverde le gustaron. Y sobre todo por el contraste con la nueva poesía española: “Me ha sorprendido al llegar a España ver que los más jóvenes, hartos de tanta poesía demagógica, que se hacía pasar por social, ahora no quieren ni tocar casualmente, en sus poemas, los temas históricos, los problemas comunes, y se dedican a escribir textos de humor negro, o a parodiar (sin saberlo, a veces) a los poetas pops”. Aquel año se publicaría la antología Nueve novísimos poetas españoles. Un año después Vargas leía su tesis doctoral dedicada a García Márquez. La publicó Carlos Barral en su nueva editorial tras la ruptura con Seix Barral.

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 La relación de Mario Vargas Llosa con José María Valverde permite reconstruir la conexión del Nobel peruano con el proyecto de modernización literaria de la editorial Seix Barral  

El 11 de abril de 1970 faltaban pocos días para que Mario Vargas Llosa (fallecido el 13 de abril en Lima a los 89 años) y su familia se instalasen en Barcelona. El escritor, que por entonces vivía en Londres, recibió una carta de José María Valverde escrita en Canadá. Valverde tenía 44 años y hacía un cuarto de siglo que había empezado a brillar en la vida intelectual española.

Poeta católico promocionado por las elites del franquismo desde su precoz Hombre de Dios, la primera madurez de Valverde fue como catedrático de estética, ensayista, traductor y pluriempleado en todos los trabajos humanísticos posibles. Hasta que en 1965, con un gesto de integridad excepcional, rompió con el régimen: dejó la cátedra de estética para solidarizarse con los colegas expulsados de la Universidad Complutense. Eran José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo. Poco después tuvo que marchar a Estados Unidos para ganarse la vida como profesor de literatura. Y en Canadá, tras leer Conversación en La Catedral, retomó por carta el contacto con Vargas Llosa. “No he olvidado todo lo que te debe La ciudad y los perros”, respondió Vargas.

Esta carta y tres más de Vargas Llosa a José María Valverde, fechadas entre 1965 y 1970, se conservan en el Pavelló de la República de la Universitat de Barcelona. La relación que los dos escritores establecieron durante la década de los sesenta permite descubrir la conexión de Vargas Llosa con el universo de la editorial Seix Barral y los mecanismos que se activaron para situar al Nobel peruano en el centro de la narrativa en español de la segunda mitad del siglo XX. Al parecer de Valverde era el lugar que le correspondía desde que en 1962 leyó fascinado el manuscrito de La ciudad y los perros. En su Historia de la literatura universal, actualizada a mediados de los setenta con su coautor Martín de Riquer, lo esculpió con estas palabras: “A nuestro juicio”, decía de Vargas Llosa, es “el más dotado narrador actual en lengua española”.

Que ese manuscrito se convirtiese en libro no fue ni rápido ni fácil. Mayo de 1962, París, carta de Vargas Llosa a un amigo cubano. “Por desgracia, la novela —se llama, provisionalmente, Los impostores— no está publicada aún, ni tengo muchas posibilidades de editarla en español. En el Perú casi no hay editoriales; en España, la censura la mutilaría o la rechazaría de plano por el lenguaje y el tema”. Como documenta Carlos Aguirre en el minucioso Biografía de una novela, la red del autor peruano —desde Julio Cortázar a sus amigos de Lima— se había activado para que Los impostores lograse publicarse. Los impostores es La ciudad y los perros.

El crítico que había recomendado el original a la editorial francesa Julliard, que la descartó, planteó como alternativa Seix Barral. Cuando el poeta y editor Carlos Barral recibió el manuscrito, respondió de oficio: “Puede Vd. mandarme el manuscrito de su novela que gustosamente someteré a mi Comité de Lectura y que yo mismo leeré”. Fechado el 28 de mayo en Barcelona. De entrada “Carlos no la leyó”, recordaría Valverde mucho después. Pero un informe de lectura —probablemente de Luis Goytisolo— advirtió de su calidad. Barral se entusiasmó. En septiembre viajó a París para conocer a Vargas Llosa y contratar la novela.

Aunque el plazo de admisiones de originales para el Premio Biblioteca Breve se había cerrado, Barral quería que Los impostores entrase en la convocatoria. Antes de la deliberación, Barral ya vendió la novela en la Feria de Fráncfort como una obra maestra. Ni el clásico de Carmen Martín Gaite Ritmo lento, que quedó finalista en esa convocatoria, pudo competir con Vargas Llosa. El jurado reunido el 1 de diciembre de 1962 en Madrid le dio el premio por unanimidad. Valverde debió leerlo entonces. El 7 de diciembre de 1962 Seix Barral ofreció un cóctel con Vargas Llosa para festejar el premio y con Luis Martín Santos, que daba unas conferencias en Barcelona y acaba de publicar Tiempo de silencio. Aquella noche Vargas Llosa conoció a Jaime Gil de Biedma y a Jaime Salinas y habló con Martín Santos de la novela de caballerías Tirant lo Blanc, del valenciano Joanot Martorell.

Valverde

No consta que ese día Vargas Llosa y Valverde se conociesen, pero Valverde ya había sido rotundo con la prensa al comentar la novela que había ganado el Biblioteca Breve. “Es la mejor novela de lengua española desde Don Segundo Sombra”. Él sí podía hacer una afirmación tan categórica. Nadie en España tenía un conocimiento tan exhaustivo como Valverde de la literatura latinoamericana. En sus años de furor nacionalcatólico, mientras leía fascinado a Neruda y a César Vallejo, Valverde se había integrado en la red de la cultura de la hispanidad de la dictadura y allí conoció a jóvenes poetas latinoamericanos que ampliaban estudios en Madrid. Su entusiasmo por la novela de Ricardo Güiraldes era patente en el párrafo preciso que dedicó a esa novela argentina de 1926 en la Historia de la literatura.

Aquella apuesta de Seix Barral por Vargas Llosa abrió una nueva época en la editorial. Si Tiempo de silencio había sido el ejemplo paradigmático de su afán de modernización, la nueva narrativa latinoamericana lo fue inmediatamente después. Como afirma Pablo Sánchez —profesor de la Universidad de Sevilla—, Seix Barral se convirtió en “agente determinante de los cambios sin precedentes que vivió el sistema latinoamericano”. Barcelona se convirtió entonces en cocapital del bum, junto a México, La Habana castrista y el París de siempre. Pero había algo pendiente, que dependía de la suerte de la novela de Vargas Llosa en esa revolución cultural: la censura.

Como documenta la mina inagotable que es el libro de Carlos Aguirre, Seix Barral envió el manuscrito a Censura el 16 de febrero de 1963. El primer informe denegó la publicación. Tras la protesta de Barral y de los integrantes del jurado, un segundo informe exigía decenas de cambios. Y Barral, que no había logrado que el original ganase el internacional Premio Formentor (se lo llevó otra obra maestra, Le grand voyage, de Jorge Semprún), recurrió a José María Valverde. Desde aquellos años de juventud como paradigma del sistema cultural franquista, Valverde tenía hilo directo con el jefe de la censura: su compañero de universidad Carlos Robles Piquer, director general de Información con su cuñado Manuel Fraga como ministro de Información.

La carta de Valverde a Robles Piquer desactivó los problemas con la censura. Explicó el valor moral de la novela en relación con su tratamiento de la adolescencia, astutamente advirtió del error político que representaría en España e Hispanoamérica no publicarla y reiteró el elogio absoluto. “Se trata de la mejor novela de lengua española escrita en mucho tiempo: más exactamente, yo no he leído nada mejor, como relato en lengua española, publicado en los últimos veinticinco o treinta años”. “Es en este momento el mejor narrador de nuestra lengua —al menos, de Azorín para abajo—”. Después de leer la carta, Robles Piquer pidió a Barral el manuscrito, lo leyó y en una reunión con Vargas y Barral acordaron los mínimos cambios que debía introducir para publicar. Y otra condición: la edición debía incluir una versión de la carta de Valverde como prólogo. Así fue.

Con la edición de La ciudad y los perros en Seix Barral, un Mario Vargas Llosa de 27 insultantes años se integró en la célula transnacional y de modernización cultural que construía Carlos Barral con sus colaboradores. A finales de 1964 fue miembro del jurado del Premio Biblioteca Breve con Barral, José María Castellet, Gabriel Ferrater y Valverde. Ganó Vista en el amanecer en el trópico, de Guillermo Cabrera Infante (tardó dos años en aparecer, encallada en la censura y con cambio de título: Tres tristes tigres). Deliberaron durante las Navidades y Vargas Llosa estuvo en casa de los Valverde en Sant Cugat cantando villancicos. Aquel día le pidió que leyese el manuscrito de su nueva novela: La casa verde.

A principios de mayo de 1965, tras una estancia de activismo revolucionario en Cuba, Vargas Llosa viajó a Valescure (cerca de Saint Tropez) como miembro de la delegación de Seix Barral que participaba en los Premios Formentor. Su apuesta por el brasileño Guimaraes Rosa le enfrentó a otro miembro de la delegación de la editorial: Gabriel Ferrater, cuyo candidato era Witold Gombrowicz. De regreso a Barcelona, Ferrater le contó lo sucedido a Gombrowicz como un caso de nacionalismo sudamericano, escribió una carta dimitiendo de la delegación y le retiró la palabra durante un año a Vargas Llosa. Para restablecer la relación Ferrater le envió un libro de poesía de Carles Riba. Pero probablemente no le contó que usaría un juego de galeradas de La casa verde para montar uno de los mejores libros de la literatura catalana de la segunda mitad del siglo XX: Les dones i els dies, que, por cierto, en parte tradujo Valverde al castellano.

Galeradas de 'La casa verde' con los poemas de Gabriel Ferrater.

La relación de Vargas Llosa y Valverde no se interrumpió. El 12 de mayo le envió sus comentarios sobre La casa verde, en una carta que Xavi Ayén cita en el excelente Aquellos años del boom. “Es tremendo pensar que ya eres —en realidad, lo has sido desde el arranque— una de las rarísimas Grandes Bestias de la Literatura Universal”. A Vargas Llosa esa carta le tranquilizó, como queda claro en la de respuesta. “Fue un gran alivio para mí que la novela te pareciera más o menos lograda. La tuya fue la primera impresión que recibí (nadie había leído aún el manuscrito) y yo tenía dudas terribles, un vago presentimiento de que tanta lucha contra la máquina de escribir había sido en vano”.

Retomaron el contacto por carta cinco años después. El 1 de abril de 1970, Valverde, autoexiliado, leyó Conversación en La Catedral. Como en las otras dos que constituyen esa trilogía milagrosa, no pudo evitar trasladarle de nuevo su entusiasmo. Y, de paso, señalar sus diferencias con la falta de criterio de la crítica entregada a la moda de la literatura latinoamericana: “¡Qué tienes que ver tú con Cortázar, que es un Borges de segunda mano, o sea, un Kafka de tercera! Y García Márquez descarriló enseguida”. En su respuesta Vargas Llosa, desde Londres, salió en defensa de la novela del que pronto iba a ser su vecino: “¿No eres injusto con Cien años de soledad? Es una señora novela, hombre”. En esa carta, en la que habló de la crisis de Seix Barral, Vargas Llosa le anunció que se trasladaba a Barcelona. “¿A qué diablos se debe este idilio de los latinoamericanos con la ciudad condal?”, se preguntaba el escritor en la misiva.

Aquel verano de 1970, ya instalado en Barcelona, Vargas Llosa recibió el libro de versos Años inciertos de Valverde. Le escribió la última carta que se cruzaron. Vargas había empezado a romper con el castrismo, Valverde avanzaba en su convicción revolucionaria en sintonía con la Teología de la Liberación. A Vargas Llosa los poemas de Valverde le gustaron. Y sobre todo por el contraste con la nueva poesía española: “Me ha sorprendido al llegar a España ver que los más jóvenes, hartos de tanta poesía demagógica, que se hacía pasar por social, ahora no quieren ni tocar casualmente, en sus poemas, los temas históricos, los problemas comunes, y se dedican a escribir textos de humor negro, o a parodiar (sin saberlo, a veces) a los poetas pops”. Aquel año se publicaría la antología Nueve novísimos poetas españoles. Un año después Vargas leía su tesis doctoral dedicada a García Márquez. La publicó Carlos Barral en su nueva editorial tras la ruptura con Seix Barral.

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