La actriz y cineasta, catapultada por ‘La que se avecina’, se planta ante los excesos del hombre cis y heterosexual en su mediometraje ‘Domingo de gramos’
Cuando la cineasta Alex de la Croix (Cádiz, 31 años), conocida como actriz por Te estoy amando locamente (2023) y catapultada por dos temporadas de La que se avecina, así como personaje de saludable credibilidad underground, culminó su transición a mujer, notó que no solo cambiaba ella. “Desde que se me percibe como un sujeto femenino, se me exige que cumpla el mismo rol que la mujer normativa: ser sumisa, complaciente, no tener voluntad, el hombre manda y está por encima de ti económicamente y socialmente”, protesta ahora. En este paradigma, de repente tenía más en común con, por ejemplo, su amiga actriz cis Sara Ruiz Ferrer: “Ella siempre se ha sentido un poquito fuera de la normatividad, catalogada dentro del ‘no soy ni guapa ni fea, ni alta ni baja, ni delgada ni gorda”. A las dos, al final, les definía el heteropatricardo. Ahora, protagonizan Domingo de gramos, mediometraje dirigido por De la Croix en el que interrogan (que no aleccionan) a esos hombres.
Pregunta. ¿Qué tal descubrir ahora a los hombres heteros?
Respuesta. No me interesan nada, yo siempre he pertenecido a lo queer. ¿Por qué ahora la vida me ha puesto a lidiar con esa gente?
No me interesan los hombres heterosexuales nada, yo siempre he pertenecido a lo ‘queer»
P. Dígamelo usted.
R. Me encantaría ser lesbiana; no soy lesbiana. Me gustan los maricones; los maricones no quieren conmigo, quieren con tíos. Entonces me veo que debo pasar por el aro de quedar con tíos cisheteros. Al menos me genera mucha vivencia.
P. ¿Por ejemplo?
R. El personaje que hace Jorge Suquet [un hombre heterosexual atraído por la protagonista] está inspirado en una persona real, un niñato con el que yo he estado quedando años, abiertamente de Vox. Una cosa así de, venga, quedo un día y jajaja y ya está. Pero de jajaja nada, he ido conociéndolo y al final llega un punto que me he enfadado. Tiene tantísimos privilegios que ni es consciente de ellos, va por la vida ocupando todo el espacio, porque todo el espacio se lo regalan y encima abiertamente intenta defender discursos de Vox, como que eso es lo que va a salvar a la misma España. ¿Salvar de qué?
P. De usted, supongo.
R. ¡Pero luego esas personas quieren pasar tiempo con nosotras! Un día cogí y le dije: ¿tú esto que haces de quedar con tías trans en secreto se lo cuentas a algún amigo? “No”. ¿Cómo vives luego tu vida sabiendo que parte de cosas que tú haces tiene que ser un megasecreto? “No es que si yo se lo contara se cachondearían de mí”. Le dije, pues vaya mierda de amigos que tienes a los que no le puedes contar esto. Y hazme un Bizum, que esto ya es terapia.
P. ¿Qué salió de ahí?
R. Una conversación interesante. Él dice que no puede defraudar el peso de la masculinidad en su familia, que tiene que casarse por la iglesia, y tener hijos y todo ese mundo. Al final, ellos viven más atrapados que nosotros. Porque, le digo, tú no te vas a levantar un día y se te van a quitar las ganas de comerte una polla por mucho que tú les reces a Dios.

P. ¿Entonces los hombres cisheteros son el enemigo?
R. No todos los hombres lo son, pero al final siempre es un hombre.
P. Ha llegado hasta aquí siendo fiel a su voz. Su tono no es ni el de la trans chabacana estilo La Veneno ni el de la criatura celestial y sabia como…
R. …Elizabeth Duval.
P. Pues en el eje Elizabeth Duval-La Veneno, ¿dónde la situamos?
R. En medio. Samantha Hudson está más en el lado Elizabeth Duval. Entre medias estamos las que sabemos cosas, pero que también a veces somos un poquito chabacanas.
P. Algo se debe aprender en un viaje como el suyo, viniendo además de una familia que no es, digamos, rica.
R. Soy de un entorno muy humilde. Muy humilde. Extremamente humilde.
P. ¿Ve el mérito?
R. Es difícil valorarlo. Sí, a veces lo pienso y digo que es fuerte, dónde he llegado y en qué sitios estoy aceptada. Pero no es algo que haya buscado.
P. ¿Qué sí ha buscado?
R. Hacer cine para estar dentro de las películas en las que yo soñaría estar. De hecho, la fama la estoy llevando muy mal.
P. ¿Por qué?
R. La gente que me conoce por La que se avecina no sabe ni cómo me llamo, ni qué hago, a veces no saben ni mi nombre. Eres la de la tele, un objeto de uso público, “como te veo en la tele gratuitamente, si te veo en la calle voy a hablarte porque eres una cosa consumible”. Eres el tóner de una impresora.

P. ¿Pero no es mejor tener la fama que no tenerla?
R. A mí esa fama tampoco es que me aporte nada. Ese no es mi público objetivo. Son fans de la serie, no de lo que yo haga.
P. ¿Se arrepiente de haber participado en La que se avecina?
R. No. Es lo que genera a posteriori, esa fama. Como no soy una persona normativa, quienes sí lo son no me respetan, soy un personaje del que se me pueden reír. La travesti graciosa de la tele. A Pablo Chiapella [el testosterónico Amador Rivas en la serie] se le respeta un montón. “Campeón”, “Que eres el mejor”. A mí: “Te voy a pedir una foto porque sales ahí”. Y si yo no saliese ahí, a lo mejor me mirarían mal.
P. ¿Esto le irrita de siempre?
R. En mi pueblo [Puerto Real] me gusta estar en la calle, soy una persona social. Hay gente que me ha mirado mal toda la vida, porque yo destaco, entre comillas, para mal, con comentarios tipo “¿eres un tío o una tía?”… Ahora esa gente hace cola de pronto en un bar para entrar para darme por culo, porque quiere una foto.
Siempre he estado en los márgenes. No porque me insultaran, aunque siempre hay insultos residuales, sino porque me hacían sentir que no encajo en los sitios»
P. ¿Por casualidad no habrá tenido una infancia no muy cómoda?
R. Siempre he estado en los márgenes. No porque me insultaran, aunque siempre hay insultos residuales, sino porque me hacían sentir que no encajo en los sitios. Si no estás cómoda en la terraza de un bar, pues decides no ir.
P. Y de ahí a ahora.
R. En mi pueblo hago una cosa: nunca me hago fotos con nadie. Además se lo digo: “Mira, yo soy paisana tuya, mi madre y mi tía son las de las imprentas Cruz, sabéis perfectamente quiénes somos, he sido invisible para ti toda la vida. ¿Por qué ahora me hablas? ¿Quién eres?”. Yo quiero seguir desayunando con mi madre en el bar de Arca tranquila. No quiero que me hable nadie. Luego quedo de antipática aunque, ¿por qué tengo ser simpática si toda la vida he sufrido rechazo? ¿Por qué tengo que darle las gracias a la gente por mirarme? No me mires.
P. ¿Qué es lo siguiente?
R. Ahora estoy ahora mirando conventos, que me quiero meter en uno en Soria.
P. ¡Sor de la Croix!
R. No sé rezar, pero voy a estar un mes ahí metida. Voto de silencio, fregando loza. Ni lo voy a grabar. Sin embargo, de ahí saldrá una película, seguro.
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Cuando la cineasta Alex de la Croix (Cádiz, 31 años), conocida como actriz por Te estoy amando locamente (2023) y catapultada por dos temporadas de La que se avecina, así como personaje de saludable credibilidad underground, culminó su transición a mujer, notó que no solo cambiaba ella. “Desde que se me percibe como un sujeto femenino, se me exige que cumpla el mismo rol que la mujer normativa: ser sumisa, complaciente, no tener voluntad, el hombre manda y está por encima de ti económicamente y socialmente”, protesta ahora. En este paradigma, de repente tenía más en común con, por ejemplo, su amiga actriz cis Sara Ruiz Ferrer: “Ella siempre se ha sentido un poquito fuera de la normatividad, catalogada dentro del ‘no soy ni guapa ni fea, ni alta ni baja, ni delgada ni gorda”. A las dos, al final, les definía el heteropatricardo. Ahora, protagonizan Domingo de gramos, mediometraje dirigido por De la Croix en el que interrogan (que no aleccionan) a esos hombres.