Ocurre con Sergio Chejfec (Buenos Aires,1956 — Nueva York, 2022) que en los últimos tiempos, como algunos habían ya presagiado, la percepción de la excelencia de su escritura aumenta. Le está sucediendo lo que, con relación al Boom latinoamericano, le ha ido pasando a Julio Ramón Ribeyro, que de escritor marginal (culpa en parte por su propio “fracasismo”) está llegando a una posición central, primero por las sucesivas reediciones de su imprescindible diario La tentación del fracaso y, en las últimas semanas, por la reedición de su narrativa breve, donde despliega una visión del mundo próxima a ciertas sensibilidades contemporáneas.
Volvamos a Chejfec. Le interesaba más la literatura que se interroga por la incertidumbre de vivir en este mundo donde casi todo lo desconocemos que aquella que tiende a conciliar la relación entre sujeto y entorno. Le conocí en la Mérida venezolana, al pie de los Andes, en el 93, y me dio su tercer libro, El aire, cuya primera frase, releída hoy, parece decirlo ya todo sobre lo que después escribiría: “Y así, el valor de su carácter radicó en combinar desidia con impaciencia, esto puede parecer contradictorio, pero fue la circunstancia que le permitiría soportar la agotadora tensión de su época…”.
Neige Sinno, la celebrada autora de Triste tigre (Anagrama), publicó el viernes una emocionante reseña en Le Monde sobre la reedición en Francia (la primera fue en 2012) de Mis dos mundos. Asombro es lo que le ha provocado la experiencia de leer ese libro de Chejfec en el que un doble del autor relata un paseo en el que deambula por un parque abandonado, gris y uniforme, siendo consciente de la dificultad de acceder al lenguaje, a la realidad tan móvil de la conciencia, que sin embargo es tan intuitivamente accesible para cada uno de nosotros.
“Lo que quiero decir ahora, como casi siempre, está impregnado de imprecisión”, se disculpa el doble del autor. Sin embargo, es la asunción de esa ignorancia, comenta Neige Sinno, donde reside la belleza del texto, porque nos permite sorprendernos ante la densidad de lo desconocido que contiene cada momento de nuestra vida, incluso el más prosaico, pues ignoramos casi todo de los mundos en los que vivimos.
A Chejfec la condición flotante de la escritura sobre la pantalla le llevó a pensar en la escritura como poseedora de una entidad más distintiva y ajustada que la física: “Como si la presencia electrónica, al ser inmaterial, se hermanara mejor a la insustancialidad de las palabras y a la habitual ambigüedad que muchas veces evocan”. Y esa impresión es la que parece cruzar por Mis dos mundos —que aquí publicara Candaya en 2008—, donde el doble del autor, el paseante por el parque abandonado, no para de transmitirnos la idea de que se ha escrito tan poco de lo que realmente experimentamos que esto nos da incluso una inesperada confianza en el futuro, porque lo desconocido es un parque abandonado. Confianza en el futuro pues (de la literatura). Pero sobre todo de la vida, quién lo hubiera dicho. Pero es que no hay como escribir una frase en la que creamos.
Ocurre con Sergio Chejfec (Buenos Aires,1956 — Nueva York, 2022) que en los últimos tiempos, como algunos habían ya presagiado, la percepción de la excelencia de su escritura aumenta. Le está sucediendo lo que, con relación al Boom latinoamericano, le ha ido pasando a Julio Ramón Ribeyro, que de escritor marginal (culpa en parte por su propio “fracasismo”) está llegando a una posición central, primero por las sucesivas reediciones de su imprescindible diario La tentación del fracaso y, en las últimas semanas, por la reedición de su narrativa breve, donde despliega una visión del mundo próxima a ciertas sensibilidades contemporáneas.Volvamos a Chejfec. Le interesaba más la literatura que se interroga por la incertidumbre de vivir en este mundo donde casi todo lo desconocemos que aquella que tiende a conciliar la relación entre sujeto y entorno. Le conocí en la Mérida venezolana, al pie de los Andes, en el 93, y me dio su tercer libro, El aire, cuya primera frase, releída hoy, parece decirlo ya todo sobre lo que después escribiría: “Y así, el valor de su carácter radicó en combinar desidia con impaciencia, esto puede parecer contradictorio, pero fue la circunstancia que le permitiría soportar la agotadora tensión de su época…”.Neige Sinno, la celebrada autora de Triste tigre (Anagrama), publicó el viernes una emocionante reseña en Le Monde sobre la reedición en Francia (la primera fue en 2012) de Mis dos mundos. Asombro es lo que le ha provocado la experiencia de leer ese libro de Chejfec en el que un doble del autor relata un paseo en el que deambula por un parque abandonado, gris y uniforme, siendo consciente de la dificultad de acceder al lenguaje, a la realidad tan móvil de la conciencia, que sin embargo es tan intuitivamente accesible para cada uno de nosotros.“Lo que quiero decir ahora, como casi siempre, está impregnado de imprecisión”, se disculpa el doble del autor. Sin embargo, es la asunción de esa ignorancia, comenta Neige Sinno, donde reside la belleza del texto, porque nos permite sorprendernos ante la densidad de lo desconocido que contiene cada momento de nuestra vida, incluso el más prosaico, pues ignoramos casi todo de los mundos en los que vivimos.A Chejfec la condición flotante de la escritura sobre la pantalla le llevó a pensar en la escritura como poseedora de una entidad más distintiva y ajustada que la física: “Como si la presencia electrónica, al ser inmaterial, se hermanara mejor a la insustancialidad de las palabras y a la habitual ambigüedad que muchas veces evocan”. Y esa impresión es la que parece cruzar por Mis dos mundos —que aquí publicara Candaya en 2008—, donde el doble del autor, el paseante por el parque abandonado, no para de transmitirnos la idea de que se ha escrito tan poco de lo que realmente experimentamos que esto nos da incluso una inesperada confianza en el futuro, porque lo desconocido es un parque abandonado. Confianza en el futuro pues (de la literatura). Pero sobre todo de la vida, quién lo hubiera dicho. Pero es que no hay como escribir una frase en la que creamos. Seguir leyendo
Ocurre con Sergio Chejfec (Buenos Aires,1956 — Nueva York, 2022) que en los últimos tiempos, como algunos habían ya presagiado, la percepción de la excelencia de su escritura aumenta. Le está sucediendo lo que, con relación al Boom latinoamericano, le ha ido pasando a Julio Ramón Ribeyro, que de escritor marginal (culpa en parte por su propio “fracasismo”) está llegando a una posición central, primero por las sucesivas reediciones de su imprescindible diario La tentación del fracaso y, en las últimas semanas, por la reedición de su narrativa breve, donde despliega una visión del mundo próxima a ciertas sensibilidades contemporáneas.
Volvamos a Chejfec. Le interesaba más la literatura que se interroga por la incertidumbre de vivir en este mundo donde casi todo lo desconocemos que aquella que tiende a conciliar la relación entre sujeto y entorno. Le conocí en la Mérida venezolana, al pie de los Andes, en el 93, y me dio su tercer libro, El aire, cuya primera frase, releída hoy, parece decirlo ya todo sobre lo que después escribiría: “Y así, el valor de su carácter radicó en combinar desidia con impaciencia, esto puede parecer contradictorio, pero fue la circunstancia que le permitiría soportar la agotadora tensión de su época…”.
Neige Sinno, la celebrada autora de Triste tigre (Anagrama), publicó el viernes una emocionante reseña en Le Monde sobre la reedición en Francia (la primera fue en 2012) de Mis dos mundos. Asombro es lo que le ha provocado la experiencia de leer ese libro de Chejfec en el que un doble del autor relata un paseo en el que deambula por un parque abandonado, gris y uniforme, siendo consciente de la dificultad de acceder al lenguaje, a la realidad tan móvil de la conciencia, que sin embargo es tan intuitivamente accesible para cada uno de nosotros.
“Lo que quiero decir ahora, como casi siempre, está impregnado de imprecisión”, se disculpa el doble del autor. Sin embargo, es la asunción de esa ignorancia, comenta Neige Sinno, donde reside la belleza del texto, porque nos permite sorprendernos ante la densidad de lo desconocido que contiene cada momento de nuestra vida, incluso el más prosaico, pues ignoramos casi todo de los mundos en los que vivimos.
A Chejfec la condición flotante de la escritura sobre la pantalla le llevó a pensar en la escritura como poseedora de una entidad más distintiva y ajustada que la física: “Como si la presencia electrónica, al ser inmaterial, se hermanara mejor a la insustancialidad de las palabras y a la habitual ambigüedad que muchas veces evocan”. Y esa impresión es la que parece cruzar por Mis dos mundos —que aquí publicara Candaya en 2008—, donde el doble del autor, el paseante por el parque abandonado, no para de transmitirnos la idea de que se ha escrito tan poco de lo que realmente experimentamos que esto nos da incluso una inesperada confianza en el futuro, porque lo desconocido es un parque abandonado. Confianza en el futuro pues (de la literatura). Pero sobre todo de la vida, quién lo hubiera dicho. Pero es que no hay como escribir una frase en la que creamos.
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