Cosas que decían aquellos personajes

Desde la distancia, después de tantos años, aquellos entrevistados suenan como una forma muy personal de hablar. Lo hacían con la propia voz. Sin imitar a nadie  

las horas paganas
Columna

Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desde la distancia, después de tantos años, aquellos entrevistados suenan como una forma muy personal de hablar. Lo hacían con la propia voz. Sin imitar a nadie

image
Manuel Vicent

Allá por los inicios de los años ochenta del siglo pasado realicé una serie de entrevistas a ciertos personajes, políticos, escritores, artistas, que ya lo habían dado todo en la vida y se hallaban medio olvidados fuera del circuito debido a una edad que ya era provecta. Como no tenían que dar cuentas a nadie hablaban con la lengua muy suelta de hechos que habían conocido de primera mano. Uno de ellos era el periodista Luis Calvo, exdirector de Abc, que me contaba: “Una tarde llevaba de paseo en mi Rover descapotable a la cantante La Argentinita, amiga de García Lorca, y me decía que eso de los hombres ya había terminado para ella porque cuando veía a alguno, por muy guapo y joven que fuera, siempre se acordaba del sudor de la calva de su amante, el torero Ignacio Sánchez Mejías, aquella vez que estaba acatarrado y se le quitaban las ganas”.

Pedro Sainz Rodríguez, catedrático especialista en la literatura de los místicos españoles y ministro de Franco durante la guerra, decía: “No sé si sabe usted que yo en los años de la República dirigí la CIAP, una editora que implantó por primera vez el sistema de abrir una cuenta de crédito a los escritores. En aquel tiempo, si se quería ayudar indirectamente a un escritor se le daba un cargo, aunque fuera ficticio. Por ejemplo, el periodista Manuel Bueno fue nombrado nodriza de la inclusa y así afanaba un dinero extra. En mi editorial el escritor cobraba solo por escribir con la modalidad de unas cantidades entregadas a cuenta. Allí conocí a Alberti y le publiqué Sobre los ángeles. Alberti era muy pedigüeño, siempre estaba pidiendo anticipos. Cuando lo veía entrar por la puerta ya sabía que venía a pedir. Yo le llamaba Villasandino, el poeta menesteroso del cancionero de Baena que elogiaba a los poderosos para recibir sus dádivas. “Señores, para el camino dad a Villasandino”.

image

Dolores Ibárruri, Pasionaria, me contaba una vez mientras en aquel jardín derruido de la sierra unos amigos le guisábamos una paella: “A mí de joven me gastaba bailar el pasodoble España cañí o lo que fuera. En la plaza de mi pueblo había un kiosco de música y a su alrededor se montaba un baile los domingos por la tarde. Allí danzaba yo con todos los muchachos. Tuve un primer novio que se llamaba Miguel Echevarría, lo recuerdo perfectamente, un chico de Matamoros, ajustador metalúrgico, muy tímido, que venía atravesando los montes desde su pueblo los domingos a sacarme de paseo. Duró poco porque no hablaba nada. Si yo me callaba, él no hablaba. Un día le dije: ‘Ya no vengas más’. Yo entonces pertenecía al Apostolado de la Oración y llevaba un escapulario con el Corazón de Jesús aquí en el pecho”.

image

Ernesto Giménez Caballero, moviendo mucho las aspas de sus brazos como uno de los molinos del Quijote, me decía. “En la Nochebuena del año 1941 fui invitado a casa de Goebbels, allí en Berlín. Antes de cenar yo le había regalado a Goebbels un capote de luces para que toreara a Churchill y en esto Goebbels tuvo que salir porque le había llamado Hitler. Me quedé solo con Magda, su mujer, en un saloncito donde ardía una chimenea. Allí le propuse la fórmula para llegar a un armisticio reanudando al mismo tiempo la dinastía hispanoaustriaca. Se trataba de casar a Hitler con una princesa española, que no era otra que Pilar Primo de Rivera. Con los ojos humedecidos por la emoción, Magda tomó mis manos y me dijo: ‘No es posible, porque a Hitler durante la Gran Guerra en que era sargento le pegaron un balazo en los testículos y es impotente. Lo de Eva Braun no es más que un tapadillo para disimular”.

El gran poeta y director de la Real Academia Española Dámaso Alonso hablaba de los recuerdos de juventud. “Yo no hice amistad con ningún escritor famoso de entonces. Tenía mucha prevención. Al que traté más fue a Juan Ramón Jiménez. Le tenía mucha admiración, aunque era un hombre muy raro. Primero te recibía con simpatía, pero cuando uno destacaba un poco y empezaba a tomar fama enseguida lo apartaba de su amistad. Era muy mordaz. Por ejemplo, decía que al ir a sentarse un día en casa de Antonio Machado se encontró con que había un huevo frito en la silla.”

image

Eran personajes que decían cosas sorprendentes con una libertad y solvencia que, desde la distancia, después de tantos años, suenan como una forma muy personal de hablar. Lo hacían con la propia voz. Sin imitar a nadie. Cada uno con su personalidad. No como hoy en que todo lo que oyes parece intercambiable. El historiador Ramón Carande tenía 95 años cuando le entrevisté. Ante unas famosas judías con chorizo en Casa Portal, que a él le sentaron bien y a mí me destrozaron el estómago, me dijo: “No he tomado una aspirina en toda mi vida y mire usted si soy viejo que he conocido a una persona que le dio la mano a Napoleón”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Añadir usuarioContinuar leyendo aquí

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Vicent

Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario ‘Madrid’ y las revistas ‘Hermano Lobo’ y ‘Triunfo’. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Mis comentariosNormas

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Please enable JavaScript to view the <a href=»https://disqus.com/?ref_noscript» rel=»nofollow»> comments powered by Disqus.</a>

Más información

image
image

Archivado En

 Feed MRSS-S Noticias

Allá por los inicios de los años ochenta del siglo pasado realicé una serie de entrevistas a ciertos personajes, políticos, escritores, artistas, que ya lo habían dado todo en la vida y se hallaban medio olvidados fuera del circuito debido a una edad que ya era provecta. Como no tenían que dar cuentas a nadie hablaban con la lengua muy suelta de hechos que habían conocido de primera mano. Uno de ellos era el periodista Luis Calvo, exdirector de Abc, que me contaba: “Una tarde llevaba de paseo en mi Rover descapotable a la cantante La Argentinita, amiga de García Lorca, y me decía que eso de los hombres ya había terminado para ella porque cuando veía a alguno, por muy guapo y joven que fuera, siempre se acordaba del sudor de la calva de su amante, el torero Ignacio Sánchez Mejías, aquella vez que estaba acatarrado y se le quitaban las ganas”.

Seguir leyendo

 

Noticias de Interés