“El apagón confirmó nuestra filosofía de vida, llevamos años preparados”: notas de una impostora entre ‘preppers’

Mi mayor miedo es presenciar el fin del mundo. Desde cría, el apocalipsis me produce tanta atracción como parálisis. Quien me conoce sabe de mis sueños recurrentes: contemplar inmóvil una ola de tsunami descomunal a punto de engullirme en la orilla, quedar aislada por una grieta de terremoto que muestra el núcleo de Tierra o avistar un cielo invadido por misiles mientras escucho los pitidos de una cuenta atrás son solo algunas de mis tramas oníricas desde que tengo conciencia.

Como buena yonqui del desastre, llevo años alimentando mis terrores con dedicación calvinista. He consumido toda ficción posible sobre qué pasaría en otro escenario habitual en mis pesadillas: abrir el grifo de la cocina y comprobar que no sale agua corriente —para Haneke, que exploró precisamente eso en El tiempo del lobo, nada bueno estará por llegar cuando eso suceda—. En mi cajón apocalíptico cabe de todo y para todos: los taquillazos autodestructivos de Roland Emmerich, los zombis de The Walking Dead, fábulas depresivas como La carretera o el erotismo pandémico de Inventario, el cuento de Carmen Maria Machado sobre encuentros sexuales durante una epidemia global. Películas, series o libros que estudio como si me sacara un máster y de las que absorbo todo dato absurdo por si pasa.

Rebecca Ferguson, protagonista de la serie 'Silo'.

De la serie Colapso aprendí que no conviene, para nada, acercarse a una gasolinera cuando todo falla. De Silo, sobre un búnker subterráneo para 10.000 habitantes con 140 plantas, que se plantarán manzanos allí donde se entierra a la gente. De Paradise, con otro refugio bajo tierra en clave VIP para 25.000 personas, que el ser humano necesita el sonido de pájaros e insectos a su alrededor para no volverse loco. Desde que leí Clima, de Jenny Offill (Libros del asteroide, 2020), he asumido que nunca seré lo suficientemente rica como para salvarme en Nueva Zelanda en 2047. Un runrún que se reactivó cuando leí a Douglas Rushkoff confirmar que sí, que los ultrarricos ya construyen acorazados en esa isla porque es el mejor escenario de supervivencia global.

No solo acudo buscando respuestas en ficciones o ensayos. Llevo años ejerciendo de mirona ocasional en las comunidades virtuales de preppers, los preparacionistas para el desastre. Me acerco a esos rincones con interés genuino, sin ironía ni superioridad moral. Lejos de espiarlos con la condescendencia con la que trataban al personaje de Michael Shannon en Take Shelter, en esos grupos tan organizados como sus despensas he aprendido muchísimo. Uno de los que más me fascina es TwoXPreppers, el foro de mujeres transinclusivo de Reddit donde se ha tratado prácticamente todo: desde cómo afrontar abortos espontáneos a dónde comprar buenas sierras para maños pequeñas —las marcas japonesas, las mejores—.

Michael Shannon, en un fotograma de la película de catástrofes <i>Take Shelter,</i> dirigida por Jeff Nichols.

Estos días sentí conveniente volver a Preppers España, el chat de Telegram con más de 3.000 miembros que se define como “un grupo de individuos preparacionista al que nos preocupa el bienestar de los nuestros y todas las emergencias que nos puedan suceder” y que ha vivido su semana más grande desde que la Unión Europea recomendó tener listo un kit personal para el desastre. Las historias del canal general, en el que no se tratan temas específicos como en suministros, comunicaciones, armería, mercadillo ‘prepper’, despensa, botiquín o mochilas, era un filón de relatos de supervivencia al apagón.

“Hoy es un día para reconfirmar nuestra filosofía de vida. Llevamos años preparándonos para varios escenarios, y uno de ellos (el gran apagón) se produjo ayer”, contaba el martes Pedro, uno de sus integrantes, que no necesitó ir a por agua o comida al súper y tenía de todo: camping gas, radio, cargador solar y hasta un sistema de autodefensa en el bolsillo. “He ganado una admiradora y prepper en mi vida… mi mujer, años escuchándome y ayer terminé siendo su héroe. Ayer se dejaba llevar, hoy vamos juntos”, añadía. El grupo ganó 113 usuarios solo el martes y la reacción más habitual en los mensajes de esta semana ha sido el emoji de aplausos. Rosa estaba pletórica: “Mi marido siempre se ríe de mí por ser alarmista. Quién tenía pilas, radio, velas, comida y un kit para hacer cerámica y matar el aburrimiento 😂 Vivo en un 7 piso, bajar las escaleras era como entrar en Mordor. Quien bajaba con su frontal de luz cuál diva era yo”, escribió.

Una imagen de la película <i>El día de mañana,</i> de Roland Emmerich.

En Preppers España saben que es mucho mejor un frontal que una linterna —te permite tener las manos libres en todo momento—, que las lámparas con sensor de movimiento autoadhesivas sin necesidad de electricidad funcionan hasta tres horas y son idóneas para pasillos y habitaciones y que el butano para cocinas es mucho más apañado y barato que una estación de energía portátil. Desde esa comunidad también se ha redactado un documento en el que se propone que el 28 de abril se declare como ‘Día Nacional del Preparacionista’ en España. “En un mundo caracterizado por la creciente incertidumbre, una cultura de previsión, resiliencia y autonomía se vuelve más urgente que nunca”, enuncia el texto, donde se pide implantar ese día en el calendario para “reconocer la importancia en preparación personal, familiar y comunitaria” y “fomentar actividades educativas y de concienciación en colegios, empresas y organismos públicos” así como la organización de “ferias de preparación y resiliencia en todas las comunidades autónomas”.

Dice Rebecca Solnit, que ha investigado cómo se organizaron las comunidades frente a los grandes desastres de las últimas décadas (11-S, huracán Katrina, Fukushima o coronavirus), que es en los momentos de grandes cambios cuando observamos con lucidez los sistemas políticos, económicos y sociales en los que estamos inmersos. “Es ahí cuando vemos lo que es fuerte, lo que es débil, los elementos corruptos. Lo que importa y lo que no”.

Viggo Mortensen, en el filme ‘La carretera’.

Estos días, cada vez que alguien me contaba sorprendido lo unida y colaborativa que había visto a la gente el día del apagón, recordaba lo que Solnit escribió en Un paraíso en el infierno (Capitán Swing, 2020): “Es la misma observación que he encontrado en todos los escenarios del desastre compartido, una y otra vez: cuando se produce una catástrofe, la proximidad de la muerte genera nueva vida, una vida más urgente, menos preocupada por las pequeñas cosas y más comprometida con las grandes, más implicada, por ejemplo, en la organización social y la contribución al bien común”. La fantasía aislacionista del búnker dará para muchas series y películas seducidas por la idea del hombre como lobo para el resto, pero en momentos como los que hemos vivido, lo habitual será ver a personas ayudándose entre sí.

A pesar de mi obsesión por las catástrofes, quiero pensar que esa esperanza en el bien común -y no el vivir arrollada por la vida y sin casi capacidad de hacer una compra decente- es la que me llevó a vivir el apagón sin kit de emergencia ni dinero en efectivo ni garrafas ni radio a pilas. No es algo de lo que me sienta orgullosa, especialmente cuando se volvió a ir la luz en mi zona mientras escribía este texto ayer por la mañana. El susto solo duró media hora, pero, en ese rato más bien largo, no dejé de pensar que, al menos, esta vez el apocalipsis me pillaba con un transistor y pilas en el armario.

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 Mi mayor miedo es presenciar el fin del mundo. Desde cría, el apocalipsis me produce tanta atracción como parálisis. Quien me conoce sabe de mis sueños recurrentes: contemplar inmóvil una ola de tsunami descomunal a punto de engullirme en la orilla, quedar aislada por una grieta de terremoto que muestra el núcleo de Tierra o avistar un cielo invadido por misiles mientras escucho los pitidos de una cuenta atrás son solo algunas de mis tramas oníricas desde que tengo conciencia. Como buena yonqui del desastre, llevo años alimentando mis terrores con dedicación calvinista. He consumido toda ficción posible sobre qué pasaría en otro escenario habitual en mis pesadillas: abrir el grifo de la cocina y comprobar que no sale agua corriente —para Haneke, que exploró precisamente eso en El tiempo del lobo, nada bueno estará por llegar cuando eso suceda—. En mi cajón apocalíptico cabe de todo y para todos: los taquillazos autodestructivos de Roland Emmerich, los zombis de The Walking Dead, fábulas depresivas como La carretera o el erotismo pandémico de Inventario, el cuento de Carmen Maria Machado sobre encuentros sexuales durante una epidemia global. Películas, series o libros que estudio como si me sacara un máster y de las que absorbo todo dato absurdo por si pasa. De la serie Colapso aprendí que no conviene, para nada, acercarse a una gasolinera cuando todo falla. De Silo, sobre un búnker subterráneo para 10.000 habitantes con 140 plantas, que se plantarán manzanos allí donde se entierra a la gente. De Paradise, con otro refugio bajo tierra en clave VIP para 25.000 personas, que el ser humano necesita el sonido de pájaros e insectos a su alrededor para no volverse loco. Desde que leí Clima, de Jenny Offill (Libros del asteroide, 2020), he asumido que nunca seré lo suficientemente rica como para salvarme en Nueva Zelanda en 2047. Un runrún que se reactivó cuando leí a Douglas Rushkoff confirmar que sí, que los ultrarricos ya construyen acorazados en esa isla porque es el mejor escenario de supervivencia global. No solo acudo buscando respuestas en ficciones o ensayos. Llevo años ejerciendo de mirona ocasional en las comunidades virtuales de preppers, los preparacionistas para el desastre. Me acerco a esos rincones con interés genuino, sin ironía ni superioridad moral. Lejos de espiarlos con la condescendencia con la que trataban al personaje de Michael Shannon en Take Shelter, en esos grupos tan organizados como sus despensas he aprendido muchísimo. Uno de los que más me fascina es TwoXPreppers, el foro de mujeres transinclusivo de Reddit donde se ha tratado prácticamente todo: desde cómo afrontar abortos espontáneos a dónde comprar buenas sierras para maños pequeñas —las marcas japonesas, las mejores—.Estos días sentí conveniente volver a Preppers España, el chat de Telegram con más de 3.000 miembros que se define como “un grupo de individuos preparacionista al que nos preocupa el bienestar de los nuestros y todas las emergencias que nos puedan suceder” y que ha vivido su semana más grande desde que la Unión Europea recomendó tener listo un kit personal para el desastre. Las historias del canal general, en el que no se tratan temas específicos como en suministros, comunicaciones, armería, mercadillo ‘prepper’, despensa, botiquín o mochilas, era un filón de relatos de supervivencia al apagón. “Hoy es un día para reconfirmar nuestra filosofía de vida. Llevamos años preparándonos para varios escenarios, y uno de ellos (el gran apagón) se produjo ayer”, contaba el martes Pedro, uno de sus integrantes, que no necesitó ir a por agua o comida al súper y tenía de todo: camping gas, radio, cargador solar y hasta un sistema de autodefensa en el bolsillo. “He ganado una admiradora y prepper en mi vida… mi mujer, años escuchándome y ayer terminé siendo su héroe. Ayer se dejaba llevar, hoy vamos juntos”, añadía. El grupo ganó 113 usuarios solo el martes y la reacción más habitual en los mensajes de esta semana ha sido el emoji de aplausos. Rosa estaba pletórica: “Mi marido siempre se ríe de mí por ser alarmista. Quién tenía pilas, radio, velas, comida y un kit para hacer cerámica y matar el aburrimiento 😂 Vivo en un 7 piso, bajar las escaleras era como entrar en Mordor. Quien bajaba con su frontal de luz cuál diva era yo”, escribió. En Preppers España saben que es mucho mejor un frontal que una linterna —te permite tener las manos libres en todo momento—, que las lámparas con sensor de movimiento autoadhesivas sin necesidad de electricidad funcionan hasta tres horas y son idóneas para pasillos y habitaciones y que el butano para cocinas es mucho más apañado y barato que una estación de energía portátil. Desde esa comunidad también se ha redactado un documento en el que se propone que el 28 de abril se declare como ‘Día Nacional del Preparacionista’ en España. “En un mundo caracterizado por la creciente incertidumbre, una cultura de previsión, resiliencia y autonomía se vuelve más urgente que nunca”, enuncia el texto, donde se pide implantar ese día en el calendario para “reconocer la importancia en preparación personal, familiar y comunitaria” y “fomentar actividades educativas y de concienciación en colegios, empresas y organismos públicos” así como la organización de “ferias de preparación y resiliencia en todas las comunidades autónomas”.Dice Rebecca Solnit, que ha investigado cómo se organizaron las comunidades frente a los grandes desastres de las últimas décadas (11-S, huracán Katrina, Fukushima o coronavirus), que es en los momentos de grandes cambios cuando observamos con lucidez los sistemas políticos, económicos y sociales en los que estamos inmersos. “Es ahí cuando vemos lo que es fuerte, lo que es débil, los elementos corruptos. Lo que importa y lo que no”. Estos días, cada vez que alguien me contaba sorprendido lo unida y colaborativa que había visto a la gente el día del apagón, recordaba lo que Solnit escribió en Un paraíso en el infierno (Capitán Swing, 2020): “Es la misma observación que he encontrado en todos los escenarios del desastre compartido, una y otra vez: cuando se produce una catástrofe, la proximidad de la muerte genera nueva vida, una vida más urgente, menos preocupada por las pequeñas cosas y más comprometida con las grandes, más implicada, por ejemplo, en la organización social y la contribución al bien común”. La fantasía aislacionista del búnker dará para muchas series y películas seducidas por la idea del hombre como lobo para el resto, pero en momentos como los que hemos vivido, lo habitual será ver a personas ayudándose entre sí.A pesar de mi obsesión por las catástrofes, quiero pensar que esa esperanza en el bien común -y no el vivir arrollada por la vida y sin casi capacidad de hacer una compra decente- es la que me llevó a vivir el apagón sin kit de emergencia ni dinero en efectivo ni garrafas ni radio a pilas. No es algo de lo que me sienta orgullosa, especialmente cuando se volvió a ir la luz en mi zona mientras escribía este texto ayer por la mañana. El susto solo duró media hora, pero, en ese rato más bien largo, no dejé de pensar que, al menos, esta vez el apocalipsis me pillaba con un transistor y pilas en el armario. Seguir leyendo  

Mi mayor miedo es presenciar el fin del mundo. Desde cría, el apocalipsis me produce tanta atracción como parálisis. Quien me conoce sabe de mis sueños recurrentes: contemplar inmóvil una ola de tsunami descomunal a punto de engullirme en la orilla, quedar aislada por una grieta de terremoto que muestra el núcleo de Tierra o avistar un cielo invadido por misiles mientras escucho los pitidos de una cuenta atrás son solo algunas de mis tramas oníricas desde que tengo conciencia.

Como buena yonqui del desastre, llevo años alimentando mis terrores con dedicación calvinista. He consumido toda ficción posible sobre qué pasaría en otro escenario habitual en mis pesadillas: abrir el grifo de la cocina y comprobar que no sale agua corriente —para Haneke, que exploró precisamente eso en El tiempo del lobo, nada bueno estará por llegar cuando eso suceda—. En mi cajón apocalíptico cabe de todo y para todos: los taquillazos autodestructivos de Roland Emmerich, los zombis de The Walking Dead, fábulas depresivas como La carreterao el erotismo pandémico de Inventario, el cuento de Carmen Maria Machado sobre encuentros sexuales durante una epidemia global. Películas, series o libros que estudio como si me sacara un máster y de las que absorbo todo dato absurdo por si pasa.

Rebecca Ferguson, protagonista de la serie 'Silo'.

De la serie Colapso aprendí que no conviene, para nada, acercarse a una gasolinera cuando todo falla. De Silo, sobre un búnker subterráneo para 10.000 habitantes con 140 plantas, que se plantarán manzanos allí donde se entierra a la gente. De Paradise, con otro refugio bajo tierra en clave VIP para 25.000 personas, que el ser humano necesita el sonido de pájaros e insectos a su alrededor para no volverse loco. Desde que leí Clima, de Jenny Offill (Libros del asteroide, 2020), he asumido que nunca seré lo suficientemente rica como para salvarme en Nueva Zelanda en 2047. Un runrún que se reactivó cuando leí a Douglas Rushkoff confirmar que sí, que los ultrarricos ya construyen acorazados en esa isla porque es el mejor escenario de supervivencia global.

No solo acudo buscando respuestas en ficciones o ensayos. Llevo años ejerciendo de mirona ocasional en las comunidades virtuales de preppers, los preparacionistas para el desastre. Me acerco a esos rincones con interés genuino, sin ironía ni superioridad moral. Lejos de espiarlos con la condescendencia con la que trataban al personaje de Michael Shannon en Take Shelter, en esos grupos tan organizados como sus despensas he aprendido muchísimo. Uno de los que más me fascina es TwoXPreppers, el foro de mujeres transinclusivo de Reddit donde se ha tratado prácticamente todo: desde cómo afrontar abortos espontáneos a dónde comprar buenas sierras para maños pequeñas —las marcas japonesas, las mejores—.

Michael Shannon, en un fotograma de la película de catástrofes <i>Take Shelter,</i> dirigida por Jeff Nichols.

Estos días sentí conveniente volver a Preppers España, el chat de Telegram con más de 3.000 miembros que se define como “un grupo de individuos preparacionista al que nos preocupa el bienestar de los nuestros y todas las emergencias que nos puedan suceder” y que ha vivido su semana más grande desde que la Unión Europea recomendó tener listo un kit personal para el desastre. Las historias del canal general, en el que no se tratan temas específicos como en suministros, comunicaciones, armería, mercadillo ‘prepper’, despensa, botiquín o mochilas, era un filón de relatos de supervivencia al apagón.

“Hoy es un día para reconfirmar nuestra filosofía de vida. Llevamos años preparándonos para varios escenarios, y uno de ellos (el gran apagón) se produjo ayer”, contaba el martes Pedro, uno de sus integrantes, que no necesitó ir a por agua o comida al súper y tenía de todo: camping gas, radio, cargador solar y hasta un sistema de autodefensa en el bolsillo. “He ganado una admiradora y prepper en mi vida… mi mujer, años escuchándome y ayer terminé siendo su héroe. Ayer se dejaba llevar, hoy vamos juntos”, añadía. El grupo ganó 113 usuarios solo el martes y la reacción más habitual en los mensajes de esta semana ha sido el emoji de aplausos. Rosa estaba pletórica: “Mi marido siempre se ríe de mí por ser alarmista. Quién tenía pilas, radio, velas, comida y un kit para hacer cerámica y matar el aburrimiento 😂 Vivo en un 7 piso, bajar las escaleras era como entrar en Mordor. Quien bajaba con su frontal de luz cuál diva era yo”, escribió.

Una imagen de la película <i>El día de mañana,</i> de Roland Emmerich.

En Preppers España saben que es mucho mejor un frontal que una linterna —te permite tener las manos libres en todo momento—, que las lámparas con sensor de movimiento autoadhesivas sin necesidad de electricidad funcionan hasta tres horas y son idóneas para pasillos y habitaciones y que el butano para cocinas es mucho más apañado y barato que una estación de energía portátil. Desde esa comunidad también se ha redactado un documento en el que se propone que el 28 de abril se declare como ‘Día Nacional del Preparacionista’ en España. “En un mundo caracterizado por la creciente incertidumbre, una cultura de previsión, resiliencia y autonomía se vuelve más urgente que nunca”, enuncia el texto, donde se pide implantar ese día en el calendario para “reconocer la importancia en preparación personal, familiar y comunitaria” y “fomentar actividades educativas y de concienciación en colegios, empresas y organismos públicos” así como la organización de “ferias de preparación y resiliencia en todas las comunidades autónomas”.

Dice Rebecca Solnit, que ha investigado cómo se organizaron las comunidades frente a los grandes desastres de las últimas décadas (11-S, huracán Katrina, Fukushima o coronavirus), que es en los momentos de grandes cambios cuando observamos con lucidez los sistemas políticos, económicos y sociales en los que estamos inmersos. “Es ahí cuando vemos lo que es fuerte, lo que es débil, los elementos corruptos. Lo que importa y lo que no”.

Viggo Mortensen La carretera

Estos días, cada vez que alguien me contaba sorprendido lo unida y colaborativa que había visto a la gente el día del apagón, recordaba lo que Solnit escribió en Un paraíso en el infierno (Capitán Swing, 2020): “Es la misma observación que he encontrado en todos los escenarios del desastre compartido, una y otra vez: cuando se produce una catástrofe, la proximidad de la muerte genera nueva vida, una vida más urgente, menos preocupada por las pequeñas cosas y más comprometida con las grandes, más implicada, por ejemplo, en la organización social y la contribución al bien común”. La fantasía aislacionista del búnker dará para muchas series y películas seducidas por la idea del hombre como lobo para el resto, pero en momentos como los que hemos vivido, lo habitual será ver a personas ayudándose entre sí.

A pesar de mi obsesión por las catástrofes, quiero pensar que esa esperanza en el bien común -y no el vivir arrollada por la vida y sin casi capacidad de hacer una compra decente- es la que me llevó a vivir el apagón sin kit de emergencia ni dinero en efectivo ni garrafas ni radio a pilas. No es algo de lo que me sienta orgullosa, especialmente cuando se volvió a ir la luz en mi zona mientras escribía este texto ayer por la mañana. El susto solo duró media hora, pero, en ese rato más bien largo, no dejé de pensar que, al menos, esta vez el apocalipsis me pillaba con un transistor y pilas en el armario.

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