La artista portuguesa, que actúa este domingo en el Festival de Fado de Madrid, acogió a refugiados ucranianos al revivir la historia de su propia familia
La artista portuguesa, que actúa este domingo en el Festival de Fado de Madrid, acogió a refugiados ucranianos al revivir la historia de su propia familia


Cuando comenzó la guerra en Ucrania, Katia Guerreiro (Sudáfrica, 49 años) vio el dolor de los suyos. En 1975, tras la independencia, sus padres huyeron de Angola, su país, y pasaron por tres campos de refugiados. Ella nació en Sudáfrica y llegó a las islas Azores con 11 meses. Tras la invasión rusa, la cantante acogió en su casa refugiados ucranianos. Otro impulso solidario como la medicina. La cantante, que este domingo actúa en el Festival de Fado de Madrid, trabajó como oftalmóloga 12 años hasta que la vida, con muchas exigencias a la vez, le obligó a renunciar.
Pregunta. ¿Se siente más fadista o más médica?
Respuesta. Es difícil responder. Diría que me siento siempre médica porque estoy al servicio de los demás, me formé para eso. La música surgió en mi vida de forma inesperada, pero intensa. Mientras logré combinar las dos cosas, era la persona más feliz del mundo. Luego fui madre y me vi obligada a escoger. Pensé que en la música ofrecería algo único porque no hay dos artistas iguales, mientras que hay muchos médicos en el mundo.
P. ¿Ambas actividades comparten el servicio a los otros?
R. Sí, de formas diferentes. Una es para curar el alma y otra para curar el cuerpo.
P. ¿Y qué la empujó a la música?
R. Tuve pequeñas señales siempre. Lo que ocurrió es que me escucharon y me convencieron para actuar en público.
P. ¿Y cómo llegó al fado? Empezó en una banda de rock.
R. Primero estuve en un grupo folclórico en Azores y luego en Lisboa en una banda de rock y una tuna. El fado entró poco a poco.
P. ¿Deja una huella especial crecer en Azores?
R. Las islas provocan cierto aislamiento, ocurren menos cosas, llega menos cultura. Y eso hace que los isleños tengan una gran necesidad de crear para alimentarse culturalmente. Hay una inspiración, profundidad y contemplación que llevan a una forma de ver el mundo diferente. Todo aquello que soy tiene mucho que ver con haber nacido allí, que además es uno de los lugares más bonitos. Siempre digo que cuando Dios creó el mundo, se detuvo allí más de tiempo.
P. ¿Por qué aterrizó su familia en Azores?
R. Mi familia era de Angola. Después de la independencia mis padres tuvieron que huir. Yo nací en Sudáfrica en 1976 y después nos fuimos a Azores. Fue una buena elección. Mis padres trajeron la libertad con la que vivían en un África gigantesca a un espacio pequeñito. Yo soy una mezcla de todo eso.

P. Cumple 25 años de carrera, con una decena de discos. ¿Qué perdura de la persona que comenzó?
R. Con la edad todos ganamos confianza en lo que hacemos, pero la persona permanece. Mis amigos de infancia siguen reconociéndome. Cambió la artista. He aprendido mucho. Cuando empecé no sabía nada de fado.
P. Su primer disco triunfó en Corea del Sur y Japón. ¿Por qué el fado conecta con culturas tan distantes?
R. Tiene una magia difícil de explicar y una intensidad emocional que supera la barrera lingüística. No es posible fingir emociones. El verdadero fadista encarna profundamente aquello que está interpretando.
P. Buenos actores.
R. Son buenos actores en el sentido de que viven la verdad de lo que están cantando. Yo no logro cantar cosas que no tengan algo que ver conmigo o no cuenten mi historia. La poesía que cantamos puede tener significados distintos para cada persona, pero cuando vivimos la historia que contamos resuena en el que nos escucha, y esa persona siente su historia y sus emociones. No es la lengua lo que importa, es la verdad.
P. ¿Es necesario conocer el dolor para ser buen cantante de fado?
R. Cada uno tiene su historia, pero no es necesario tener una historia dramática. Yo no tengo una historia dramática, tengo un trauma familiar de la huida de África y de rehacer la vida tres veces. Ese trauma es mío hasta cierto momento de mi vida. Basta con que hayas vivido las cosas. Yo puedo sentir un amor como el más grande del mundo y parecerle ridículo a los demás. Pessoa decía que las cartas de amor son ridículas. Nosotros, cuando amamos, somos un poco ridículos porque todo es maravilloso. Necesitamos sentir. El fado también canta felicidad.
P. Acaba de regresar de EE UU. ¿Qué cambios observó?
R. Vi mucha preocupación. Hay profesores universitarios a la espera de ser despedidos, hay tensión ante la llegada de cortes que llevan a la gente a momentos decisivos entre quedarse e irse. Muchos están preparando su salida.
P. Como le ocurrió a su familia. ¿Trump es una fábrica de traumas?
R. Creo que sí. Y no es bonito ver a las personas dejar de identificarse con su país. Es no tener suelo y yo sé que no tener suelo puede ser dramático. Por ser hija de retornados, yo viví sin suelo hasta que un día en un festival fui presentada como una azoriana más. Sé lo que es vivir 37 años sin tener un sitio al que llamarle mío y también puedo imaginar lo que es tener un suelo y dejar de tenerlo como le ocurrió a mis padres. La salida de refugiados de Ucrania por la guerra hizo revivir en mi familia toda su historia. Yo acogí una familia ucraniana en casa porque sé las condiciones en que vivieron mis padres, que pasaron por tres campos de refugiados. No es justo ni digno para nadie.

P. ¿Tiene menos esperanza la generación de sus hijos que la suya?
R. Creo que van a vivir peor. Nosotros tuvimos la oportunidad de crecer y construir cosas. Yo desconozco que podrán construir ellos con todo lo que estamos viviendo, con una transición digital terrible y muy invasiva a la que no hemos puestos límites. Creo que van a estar algo perdidos y sin saber bien qué construir ni cómo.
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Sobre la firma

Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de ‘Cuaderno de urgencias’, un libro de amor y duelo, y ‘Abril es un país’, sobre la Revolución de los Claveles.
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