“Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el colegio de La Salle, en Cochabamba, Bolivia. Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”. Estas palabras, con las que Mario Vargas Llosa, fallecido el pasado 13 de abril en Lima, comienza su discurso de recepción del premio Nobel de Literatura, reciben al visitante que llega a la sala de antiguos estudiantes del colegio La Salle, una de las instituciones educativas más tradicionales de la ciudad boliviana donde el escritor peruano-español pasó casi nueve de sus primeros 10 años de vida, de 1937 a 1945.
Elogio de la lectura y la ficción, así se titula el texto pronunciado por Vargas Llosa el 7 de diciembre de 2010 en Estocolmo, cuyo primer párrafo aparece plenamente reproducido sobre una placa dorada clavada al lado izquierdo de la puerta de acceso a la sala de exalumnos y debajo de una fotografía ampliada con el autor de La casa verde flanqueado por alumnos y exalumnos de la Salle. Data de mayo de 1986, fecha en la que, ya siendo un novelista consagrado, volvió a Cochabamba. “La hicieron ahí”, dice Alison Peredo, directora del colegio, señalando el lugar exacto de la toma, en el interior de un salón mortecino y tapizado con mosaicos de las promociones del establecimiento educativo fundado en 1925. “No vamos a encontrar el de su promoción, porque él [Vargas Llosa] solo estuvo hasta cuarto de primaria”, aclara.
De la foto tomada en 1986 se acuerda Marco Antonio Macías, arquitecto y exalumno de La Salle, que entonces tenía 19 años y tuvo la fortuna de posar junto a Vargas Llosa. Él, su esposa Patricia y uno de sus hijos llegaron hasta el colegio, donde “fueron recibidos afectuosamente y homenajeados por la comunidad educativa de los hermanos de la Salle”, relata Macías en un artículo publicado días después de la muerte del escritor.
En esa misma visita a Cochabamba lo conoció personalmente el escritor boliviano Gonzalo Lema, confeso admirador del autor de La guerra del fin del mundo. El recuerdo de ese primer encuentro es tan vívido para Lema que aún hoy puede precisar que se dio en medio de un almuerzo de carne a la parrilla, el día en que Brasil le ganó 1-0 a España en el Mundial de México 86. No fue la última vez que tuvo contacto directo con el peruano, al que considera el hombre más célebre que vivió en suelo cochabambino: en 1998, en una siguiente visita a Bolivia, lo acompañó mientras recorría La Paz y Cochabamba, ocasión en la que compartió testera con el invitado y lo presentó a toda su familia.
El ’huérfano’ de la Ladislao Cabrera
“La familia Llosa se trasladó a Cochabamba, entonces una ciudad más visible que el pueblecito minúsculo y aislado que era Santa Cruz, y se instaló en una enorme casa de la calle Ladislao Cabrera, en la que transcurrió toda mi infancia. La recuerdo como un Edén”, cuenta Vargas Llosa en las primeras páginas de El pez en el agua, su libro de memorias. A ese Edén llegaron porque su abuelo materno fue contratado para administrar una hacienda algodonera en el pueblo de Saipina (Santa Cruz) y porque su madre necesitaba huir de las habladurías provincianas de la Arequipa de finales de los años treinta, donde se había casado con un hombre que la abandonó poco antes de que naciera Mario.
Sin embargo, mientras vivió en Cochabamba, el futuro escritor se creyó la mentira de que era huérfano de padre. “De esta época era una fotografía de él, muy apuesto, en uniforme marino, que adornó mi velador toda mi infancia cochabambina y que, al parecer, yo besaba al meterme a la cama, dando las buenas noches a mi ‘papacito que está en el cielo”, relata en sus memorias. Su única familia era la materna, compuesta por su mamá, sus abuelos, algunos tíos y unas primas con quienes vivió hasta finales de 1945 en la casa de tres patios de la Ladislao Cabrera, donde “reproducíamos las películas de Tarzán y las seriales que veíamos los domingos” y donde “había siempre gallinas y, en una época, una cabrita que trajeron de Saipina” y “una lorita parlanchina, que […] chillaba como yo”.
En esa casona del centro histórico de Cochabamba, residió décadas más tarde Liz Tapia, una comunicadora cochabambina hoy radicada en La Paz. Hija de un matrimonio que compró el inmueble ya en la segunda mitad del siglo XX, Tapia vivió ahí desde 1978 a 2002, un periodo en el que recuerda haber registrado la visita de Vargas Llosa al menos tres veces. La más memorable ocurrió en 1998, cuando le dedicó un libro a su madre, “Carmen viuda de Tapia, con mucha nostalgia de la casa de la Ladislao Cabrera donde fui un niño feliz”.
La familia Tapia vendió el inmueble en 2021 y, aunque Liz se marchó de ahí incluso antes, aún extraña volver a ese lugar donde, al igual que el autor de Conversación en La Catedral, también fue feliz. Su afecto por el caserón la llevó a proponer a la municipalidad cochabambina declararlo patrimonio histórico. Una propuesta que ha vuelto a cobrar fuerza tras el deceso del narrador peruano. Ronald MacLean, exministro de Bolivia, planteó a la Alcaldía cochabambina declarar patrimonio municipal la casa de la Ladislao Cabrera, con miras a crear un museo dedicado al autor que “consideraba que haber vivido en Cochabamba fue la época más bella de su vida, su memoria más hermosa de la infancia […], su idea de paraíso”. Hoy, la casa de medias aguas pintada de azul es ocupada por una tienda de licores y una empresa de serigrafía.
Una biblioteca como herencia
“Nada me alegraría tanto como saber que los cochabambinos, una querencia que guardo siempre en mi memoria, están leyendo muchos libros de mi biblioteca personal”, escribe Vargas Llosa en una carta del 2 de mayo de 2023 remitida a los representantes de la Fundación Patiño de Cochabamba. La misiva habla de la vigencia de su cariño por la ciudad en la que pasó su niñez, en la que nacieron sus dos esposas (Julia Urquidi y Patricia Llosa), a la que volvió ya convertido en una figura esencial de la literatura en español y a la que donó 4.600 libros de su biblioteca poco antes de su muerte.
La Fundación Patiño gestionó y recibió las publicaciones de Vargas Llosa entre 2023 y 2024, dice Angélica Gumucio, coordinadora del Laboratorio Pedagógico de la institución receptora de la donación. Aunque los títulos aún siguen siendo catalogados, con una pequeña parte de ellos ya se armó una exposición en la Feria del Libro de Cochabamba, en octubre pasado. Los clasificaron en tres grupos: ediciones especiales de libros de Vargas Llosa, publicaciones dedicadas a su vida y obra, y títulos de otros autores. Entre estos últimos figuran algunos de escritores que reverenciaba, como Jorge Luis Borges y William Faulkner, en cuyas páginas dejó anotaciones de su puño y letra y breves ensayos.
Los apuntes a mano en los libros revelan el rigor con el que el autor de La casa verde asumía la lectura. No en vano lo afirmó al recibir el Nobel: leer fue la cosa más importante que le pasó en la vida. Y pasó en Cochabamba, la ciudad a la que, en sus últimos años de vida, heredó 4.600 libros y, con ellos, la esperanza de compartir la dicha que le concedió la palabra escrita. Así lo dice en la carta de 2023, al reconocer que “nada me podría hacer tan feliz como que hubiera allí (en Cochabamba) una biblioteca, abierta a todos los públicos, y con mis libros al servicio de esa sociedad”.
El escritor peruano fallecido en abril creció en la ciudad boliviana, en la que pasó casi nueve años. Estudió en el colegio de La Salle y vivió en una casona del centro histórico
“Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el colegio de La Salle, en Cochabamba, Bolivia. Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”. Estas palabras, con las que Mario Vargas Llosa, fallecido el pasado 13 de abril en Lima, comienza su discurso de recepción del premio Nobel de Literatura, reciben al visitante que llega a la sala de antiguos estudiantes del colegio La Salle, una de las instituciones educativas más tradicionales de la ciudad boliviana donde el escritor peruano-español pasó casi nueve de sus primeros 10 años de vida, de 1937 a 1945.
Elogio de la lectura y la ficción, así setitula el texto pronunciado por Vargas Llosa el 7 de diciembre de 2010 en Estocolmo, cuyo primer párrafo aparece plenamente reproducido sobre una placa dorada clavada al lado izquierdo de la puerta de acceso a la sala de exalumnos y debajo de una fotografía ampliada con el autor de La casa verde flanqueado por alumnos y exalumnos de la Salle. Data de mayo de 1986, fecha en la que, ya siendo un novelista consagrado, volvió a Cochabamba. “La hicieron ahí”, dice Alison Peredo, directora del colegio, señalando el lugar exacto de la toma, en el interior de un salón mortecino y tapizado con mosaicos de las promociones del establecimiento educativo fundado en 1925. “No vamos a encontrar el de su promoción, porque él [Vargas Llosa] solo estuvo hasta cuarto de primaria”, aclara.
De la foto tomada en 1986 se acuerda Marco Antonio Macías, arquitecto y exalumno de La Salle, que entonces tenía 19 años y tuvo la fortuna de posar junto a Vargas Llosa. Él, su esposa Patricia y uno de sus hijos llegaron hasta el colegio, donde “fueron recibidos afectuosamente y homenajeados por la comunidad educativa de los hermanos de la Salle”, relata Macías en un artículo publicado días después de la muerte del escritor.
En esa misma visita a Cochabamba lo conoció personalmente el escritor boliviano Gonzalo Lema, confeso admirador del autor de La guerra del fin del mundo.El recuerdo de ese primer encuentro es tan vívido para Lema que aún hoy puede precisar que se dio en medio de un almuerzo de carne a la parrilla, el día en que Brasil le ganó 1-0 a España en el Mundial de México 86. No fue la última vez que tuvo contacto directo con el peruano, al que considera el hombre más célebre que vivió en suelo cochabambino: en 1998, en una siguiente visita a Bolivia, lo acompañó mientras recorría La Paz y Cochabamba, ocasión en la que compartió testera con el invitado y lo presentó a toda su familia.
El ’huérfano’ de la Ladislao Cabrera
“La familia Llosa se trasladó a Cochabamba, entonces una ciudad más visible que el pueblecito minúsculo y aislado que era Santa Cruz, y se instaló en una enorme casa de la calle Ladislao Cabrera, en la que transcurrió toda mi infancia. La recuerdo como un Edén”, cuenta Vargas Llosa en las primeras páginas de El pez en el agua, su libro de memorias. A ese Edén llegaron porque su abuelo materno fue contratado para administrar una hacienda algodonera en el pueblo de Saipina (Santa Cruz) y porque su madre necesitaba huir de las habladurías provincianas de la Arequipa de finales de los años treinta, donde se había casado con un hombre que la abandonó poco antes de que naciera Mario.
Sin embargo, mientras vivió en Cochabamba, el futuro escritor se creyó la mentira de que era huérfano de padre. “De esta época era una fotografía de él, muy apuesto, en uniforme marino, que adornó mi velador toda mi infancia cochabambina y que, al parecer, yo besaba al meterme a la cama, dando las buenas noches a mi ‘papacito que está en el cielo”, relata en sus memorias. Su única familia era la materna, compuesta por su mamá, sus abuelos, algunos tíos y unas primas con quienes vivió hasta finales de 1945 en la casa de tres patios de la Ladislao Cabrera, donde “reproducíamos las películas de Tarzán y las seriales que veíamos los domingos” y donde “había siempre gallinas y, en una época, una cabrita que trajeron de Saipina” y “una lorita parlanchina, que […] chillaba como yo”.
En esa casona del centro histórico de Cochabamba, residió décadas más tarde Liz Tapia, una comunicadora cochabambina hoy radicada en La Paz. Hija de un matrimonio que compró el inmueble ya en la segunda mitad del siglo XX, Tapia vivió ahí desde 1978 a 2002, un periodo en el que recuerda haber registrado la visita de Vargas Llosa al menos tres veces. La más memorable ocurrió en 1998, cuando le dedicó un libro a su madre, “Carmen viuda de Tapia, con mucha nostalgia de la casa de la Ladislao Cabrera donde fui un niño feliz”.
La familia Tapia vendió el inmueble en 2021 y, aunque Liz se marchó de ahí incluso antes, aún extraña volver a ese lugar donde, al igual que el autor de Conversación en La Catedral, también fue feliz. Su afecto por el caserón la llevó a proponer a la municipalidad cochabambina declararlo patrimonio histórico. Una propuesta que ha vuelto a cobrar fuerza tras el deceso del narrador peruano. Ronald MacLean, exministro de Bolivia, planteó a la Alcaldía cochabambina declarar patrimonio municipal la casa de la Ladislao Cabrera, con miras a crear un museo dedicado al autor que “consideraba que haber vivido en Cochabamba fue la época más bella de su vida, su memoria más hermosa de la infancia […], su idea de paraíso”. Hoy, la casa de medias aguas pintada de azul es ocupada por una tienda de licores y una empresa de serigrafía.
Una biblioteca como herencia
“Nada me alegraría tanto como saber que los cochabambinos, una querencia que guardo siempre en mi memoria, están leyendo muchos libros de mi biblioteca personal”, escribe Vargas Llosa en una carta del 2 de mayo de 2023 remitida a los representantes de la Fundación Patiño de Cochabamba. La misiva habla de la vigencia de su cariño por la ciudad en la que pasó su niñez, en la que nacieron sus dos esposas (Julia Urquidi y Patricia Llosa), a la que volvió ya convertido en una figura esencial de la literatura en español y a la que donó 4.600 libros de su biblioteca poco antes de su muerte.
La Fundación Patiño gestionó y recibió las publicaciones de Vargas Llosa entre 2023 y 2024, dice Angélica Gumucio, coordinadora del Laboratorio Pedagógico de la institución receptora de la donación. Aunque los títulos aún siguen siendo catalogados, con una pequeña parte de ellos ya se armó una exposición en la Feria del Libro de Cochabamba, en octubre pasado. Los clasificaron en tres grupos: ediciones especiales de libros de Vargas Llosa, publicaciones dedicadas a su vida y obra, y títulos de otros autores. Entre estos últimos figuran algunos de escritores que reverenciaba, como Jorge Luis Borges y William Faulkner, en cuyas páginas dejó anotaciones de su puño y letra y breves ensayos.
Los apuntes a mano en los libros revelan el rigor con el que el autor de La casa verde asumía la lectura. No en vano lo afirmó al recibir el Nobel: leer fue la cosa más importante que le pasó en la vida. Y pasó en Cochabamba, la ciudad a la que, en sus últimos años de vida, heredó 4.600 libros y, con ellos, la esperanza de compartir la dicha que le concedió la palabra escrita. Así lo dice en la carta de 2023, al reconocer que “nada me podría hacer tan feliz como que hubiera allí (en Cochabamba) una biblioteca, abierta a todos los públicos, y con mis libros al servicio de esa sociedad”.
EL PAÍS