Opositar para ser libre

Tengo un viejo documento donde, desde hace años, voy apuntando notas sobre el mundo del trabajo. Comienza así: “Cuando un empleado se incorpora a una estructura laboral, su verdadero objetivo pasa a ser conservar su trabajo, no realizar el trabajo. La forma de conseguir este objetivo suele consistir en lograr que tu inmediato superior también conserve su trabajo (por eso, de alguna forma, tu verdadero jefe es el jefe de tu jefe). Los dos aforismos anteriores son tácitos”. Me acordé del texto al leer Oposición, el último libro de Sara Mesa. Su protagonista, también llamada Sara, es una veinteañera que entra como interina en la Administración sin comprender las normas no escritas del trabajo, y toda la novela, que es una maravilla, va sobre qué ocurre cuando ejerces tu libertad donde nadie te lo ha pedido. En su caso, como trabajadora pública, es difícil que pierda su empleo, pero puede ser defenestrada y aislada; unos mecanismos de castigo social más dolorosos a veces que un despido, y a través de los cuales sus compañeros demuestran que ellos sí entienden el juego. Sara, como Bartleby el escribiente, se rebela, aunque para ella el libre albedrío consiste en hacer. Desea ser útil, sin comprender que a veces el trabajo consiste en hacer que trabajas… y que nadie va a decírselo claramente.

Este problema kafkiano de alineación con los verdaderos objetivos ocurre tanto en la empresa pública como en la privada. El cambio en las organizaciones es complejo, porque la “transformación” suele ser un intento del sistema por conservarse, y no una decisión sincera y, por tanto, capaz de arriesgar su estabilidad. Por eso a veces, como le ocurre a nuestra heroína, una persona es contratada para una tarea que después no se le permite realizar. “Más de seis meses desde mi llegada y nada había cambiado lo más mínimo. ¿Nada? Bueno, sí. Yo. Yo sí estaba cambiando”, dice Sara. También se parece a la heroína de Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, porque solo sabemos de ella dentro de la oficina, y porque llega a encontrar placer en regodearse en el abismo. En un momento dado, decide hundirse aún más en lo que la destroza y opositar.

El libro llega en un momento de gran recambio generacional en la Administración, cuando se convoca un número de plazas récord y se están jubilando muchos de quienes accedieron a sus puestos al principio de la democracia. Es, también, una época de descreimiento laboral para varias generaciones. Los más jóvenes tienen bien clara la trampa del trabajo. Como dijo Mariang Maturana en un encuentro con Beatriz Serrano organizado en abril por la revista Salvaje en el Ateneo de Madrid, laboralmente hablando “estás más cerca de un mono tití que de Amancio Ortega”. Decenas de chicas jovencísimas se quedaron ese día en la puerta sin poder entrar: el tema les interesa. Quizá alguna de ellas era una de las nuevas influencers de las oposiciones que cuentan en redes su día a día frente a los libros, romantizando su mesa, sus fluorescentes color pastel, sus cuadernos caligrafiados, las largas horas sin salir, el sacrificio finalmente recompensado, porque su narrativa no admite el fracaso. También en redes, alguien preguntaba hace unos días por trucos para enfrentarse a la recesión mundial que parece acercarse: ten un empleo público, le respondían en los comentarios. Opositar es, supongo, intentar ser libre a través de la monotonía, una primera prueba de que has entendido el juego, pero Sara Mesa es demoledora impidiéndonos incluso esa fantasía.

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 En una época de descreimiento laboral y gran recambio generacional en la Administración, la monotonía del empleo público se convierte en una fantasía  

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En una época de descreimiento laboral y gran recambio generacional en la Administración, la monotonía del empleo público se convierte en una fantasía

Oposiciones funcionarios
Delia Rodríguez

Tengo un viejo documento donde, desde hace años, voy apuntando notas sobre el mundo del trabajo. Comienza así: “Cuando un empleado se incorpora a una estructura laboral, su verdadero objetivo pasa a ser conservar su trabajo, no realizar el trabajo. La forma de conseguir este objetivo suele consistir en lograr que tu inmediato superior también conserve su trabajo (por eso, de alguna forma, tu verdadero jefe es el jefe de tu jefe). Los dos aforismos anteriores son tácitos”. Me acordé del texto al leer Oposición, el último libro de Sara Mesa. Su protagonista, también llamada Sara, es una veinteañera que entra como interina en la Administración sin comprender las normas no escritas del trabajo, y toda la novela, que es una maravilla, va sobre qué ocurre cuando ejerces tu libertad donde nadie te lo ha pedido. En su caso, como trabajadora pública, es difícil que pierda su empleo, pero puede ser defenestrada y aislada; unos mecanismos de castigo social más dolorosos a veces que un despido, y a través de los cuales sus compañeros demuestran que ellos sí entienden el juego. Sara, como Bartleby el escribiente, se rebela, aunque para ella el libre albedrío consiste en hacer. Desea ser útil, sin comprender que a veces el trabajo consiste en hacer que trabajas… y que nadie va a decírselo claramente.

Este problema kafkiano de alineación con los verdaderos objetivos ocurre tanto en la empresa pública como en la privada. El cambio en las organizaciones es complejo, porque la “transformación” suele ser un intento del sistema por conservarse, y no una decisión sincera y, por tanto, capaz de arriesgar su estabilidad. Por eso a veces, como le ocurre a nuestra heroína, una persona es contratada para una tarea que después no se le permite realizar. “Más de seis meses desde mi llegada y nada había cambiado lo más mínimo. ¿Nada? Bueno, sí. Yo. Yo sí estaba cambiando”, dice Sara. También se parece a la heroína de Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, porque solo sabemos de ella dentro de la oficina, y porque llega a encontrar placer en regodearse en el abismo. En un momento dado, decide hundirse aún más en lo que la destroza y opositar.

El libro llega en un momento de gran recambio generacional en la Administración, cuando se convoca un número de plazas récord y se están jubilando muchos de quienes accedieron a sus puestos al principio de la democracia. Es, también, una época de descreimiento laboral para varias generaciones. Los más jóvenes tienen bien clara la trampa del trabajo. Como dijo Mariang Maturana en un encuentro con Beatriz Serrano organizado en abril por la revista Salvaje en el Ateneo de Madrid, laboralmente hablando “estás más cerca de un mono tití que de Amancio Ortega”. Decenas de chicas jovencísimas se quedaron ese día en la puerta sin poder entrar: el tema les interesa. Quizá alguna de ellas era una de las nuevas influencers de las oposiciones que cuentan en redes su día a día frente a los libros, romantizando su mesa, sus fluorescentes color pastel, sus cuadernos caligrafiados, las largas horas sin salir, el sacrificio finalmente recompensado, porque su narrativa no admite el fracaso. También en redes, alguien preguntaba hace unos días por trucos para enfrentarse a la recesión mundial que parece acercarse: ten un empleo público, le respondían en los comentarios. Opositar es, supongo, intentar ser libre a través de la monotonía, una primera prueba de que has entendido el juego, pero Sara Mesa es demoledora impidiéndonos incluso esa fantasía.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez

Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de ‘La Vanguardia’. En 2013 publicó ‘Memecracia’, ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama ‘Leer, escribir, internet’.

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