Rascamulas, chismindero o adaburu: ¿qué dicen los insultos de la sociedad del siglo XVI?

Una exposición en Pamplona exhibe documentos seleccionados entre los más de 6.000 procesos judiciales por injurias que se conservan en el Archivo Real y General de Navarra  

Rascamulas. Es el insulto favorito de Jesús María Usunáriz, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Navarra y uno de los comisarios de la exposición Insultos de otro tiempo. Navarra, siglos XVI-XVII. “Es un insulto que le dirigen a un hidalgo por la zona de Sangüesa. El hombre se sintió muy humillado porque le trataron de mulatero”, cuenta. En la exposición también pueden leerse otros insultos que quizá nos suenen más, como bribón, puta o tacaño. Hay algunos más propios de la Comunidad foral, como chismindero (chismoso) —que “todavía decían algunas de nuestras abuelas”— o chistrón (para referirse a los agotes). No faltan lindezas en euskera: adaburu (cornudo), axari (zorra) u ordi zarra (borracha vieja). “En estos años, hemos llegado a recopilar 600 insultos diferentes. La mayor parte en castellano y algunos en euskera. Es una muestra de la riqueza del lenguaje y de la imaginación de las gentes a la hora de humillar a sus congéneres”.

En la exposición se exhiben 57 documentos de los siglos XVI y XVII, seleccionados entre los más de 6.000 procesos judiciales por injurias que se conservan en el Archivo Real y General de Navarra y que en su práctica totalidad fueron incoados ante los Tribunales Reales. En aquel entonces, la persona injuriada presentaba una queja y el alcalde iniciaba las diligencias y pedía información a los testigos. Habitualmente, el pleito continuaba ante el tribunal de la Real Corte. Las transcripciones de esos procesos recogen insultos de todo tipo y el contexto en el que se produjeron. “El testigo llega y es preguntado: ‘¿qué ocurrió?’. Y dice: ‘Pues estaba yo en la calle y vi a… y le dijo…’. Nos lo narran uno y otro testigo y podemos establecer las relaciones. También se describe en qué ambiente se produce ese insulto, cuáles son las razones, cuál es la actitud de los vecinos ante las injurias, los injuriados y los injuriadores”. Esta información ayuda a entender cómo hablaba y actuaba la ciudadanía navarra. “Es contar la historia a través de las vivencias de las gentes”, apunta el director del archivo, Félix Segura.

Ese análisis ha permitido, por ejemplo, localizar algunas de las primeras menciones a las sorginas, las brujas, “que aparecen como forma de insulto”. No hay que olvidar, insiste Usunariz, que “un insulto es para humillar, para reírte, para menospreciar, tanto en el siglo XVI como en el siglo XXI”. “¿Cómo humillas a alguien? Por su situación económica —pechero, vagabundo—; por sus defectos físicos —tuerto, cojo—. Hay paralelismos en los comportamientos humanos que no cambian”, completa. Por eso invita a comparar la sociedad de antes y la de ahora, en las que “quizás los insultos son diferentes, pero la manera y los objetivos son similares”. En esa línea, la consejera de Cultura navarra, Rebeca Esnaola, señala que “la muestra está planteada desde una perspectiva que supera la visión de estos insultos como meras anécdotas del pasado e invita a reflexionar sobre unos comportamientos reprobables y sobre la comunicación y el respeto en la actualidad”.

Vista general de la exposición 'Insultos de otro tiempo', en el Archivo de Navarra.

Los términos han cambiado, aunque no tanto. Entre los principales insultos del siglo XVII destacan bellaco, puta, ladrón, borracho, sucio, traidor o puerco, que hoy se siguen utilizando. Eso sí, en la actualidad, como uno de los más habituales, es gilipollas. “Uno de los valores de la exposición es vincular el pasado con la actualidad”, añade Segura. Es una de las partes en las que se distribuye la muestra, que también analiza las formas de expresar las injurias y los diferentes tipos de insultos existentes.

No hay grandes diferencias en cuanto a los insultos proferidos en el norte y sur de Navarra, más allá de las referencias a los agotes —residentes en ciertos valles navarros— y que se expresaran en euskera o castellano. Los escribanos solían traducir las injurias: “Deciendole en vascuence estas palabras… la trató de bellaca, puta, bagasa, y otras palabras en vascuence que significan e importan esto mesmo”. De este análisis sí se extraen distinciones entre mujeres y hombres. “A mujeres es sobre todo por su comportamiento sexual: puta, adúltera, desvergonzada. En los hombres es por su comportamiento público: ruin, borracho, ladrón”. Se han identificado también términos con connotaciones socioeconómicas, como el de pechero, que hace referencia “al que tenía que pagar un tributo al señor de la zona. Se daba mucho en la zona del Conde de Lerín, en Larraga… Era un desprecio”, narra Segura. Por otro lado, están las injurias en el ámbito familiar, entre padres e hijos, entre hermanos… “Muchas veces, era por razones económicas. La propiedad de una tierra, una casa…”, detalla Usunariz. Destacan también los procesos por violencia entre marido y mujer. “Son interesantísimos porque se ve muy bien cuál es la actitud general contra los malos tratos. Hay una gran solidaridad de los vecinos hacia la mujer maltratada e incluso los tribunales se muestran especialmente duros contra el maltratador. Se le decía, no vuelvas a maltratar a tu esposa, y si lo vuelves a hacer, te espera una pena de galeras”.

La injuria podía expresarse de forma oral o por escrito, mediante libelos, pasquines y coplas. Usunariz señala un documento fechado el 1 de junio de 1561 que contiene “un credo contra los judíos que se cantó por las calles de Corella” y que reza así: “De la judaica nación / os diré lo que entendido / porque sepan cuantos son / si con sobrada razón / aquesto dellos escribo. / Estos hijos de Jacob / que no cansan de esperar / al Mesías que encarnó / aunque los maten sé yo / que no querrán pronunciar / Credo in Deum”.

Los comisarios de la exposición 'Insultos de otro tiempo. Navarra, siglos XVI-XVII', Jesús M. Usunáriz Garayoa (izquierda), Cristina Tabernero Sala (segunda por la izquierda) y Javier Ruiz Astiz (derecha), junto a la consejera de Cultura del Gobierno de Navarra, Rebeca Esnaola, en el Archivo de Navarra.

También podían expresarse mediante gestos. Destaca el de los cuernos o la higa, parecida a la actual peineta. Este, cuenta Usunáriz, es heredado de los romanos: “Era un símbolo fálico que servía para alejar el mal de ojo, pero también para insultar”. También había diferencias en función del destinatario: para ellos era humillante que les tiraran de la barba o les escupieran, y para ellas, que les quitaran la toca. Se han mantenido en el tiempo gestos obscenos como el de mostrar el trasero o tocarse los genitales.

En los procesos de injurias se incluyen también las blasfemias. Podían ser castigadas por cualquier tribunal con penas de penitencia pública, destierro, multa o azotes. Hay otro método de injuriar que se mantiene hoy en día y “que aparece de manera velada en los procesos: son los rumores. Se dice, dicen, había fama…”. Lo mismo pasa con el insulto político que, como tal, surgió más tarde, pero del que se han encontrado ejemplos. Como el proceso abierto contra un carretero, Juan González de Borja, que, en septiembre de 1654, salió a las calles de Tudela a protestar por la aprobación de una ley del Consejo Real que prohibía cazar a todos aquellos que no fuesen hidalgos. La transcripción recoge que “arengó a los suyos al grito de “¡Viva el común y muera el mal gobierno! Que nos han echado a perder la ciudad y nos quieren hacer pecheros, y en las leyes nos tratan de villanos y mecánicos”. Son injurias documentadas en procesos navarros pero, concluye Segura, se les puede dar una interpretación universal porque “el insulto es algo que nos ha acompañado toda la vida”.

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Rascamulas. Es el insulto favorito de Jesús María Usunáriz, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Navarra y uno de los comisarios de la exposición Insultos de otro tiempo. Navarra, siglos XVI-XVII. “Es un insulto que le dirigen a un hidalgo por la zona de Sangüesa. El hombre se sintió muy humillado porque le trataron de mulatero”, cuenta. En la exposición también pueden leerse otros insultos que quizá nos suenen más, como bribón, puta o tacaño. Hay algunos más propios de la Comunidad foral, como chismindero (chismoso) —que “todavía decían algunas de nuestras abuelas”— o chistrón (para referirse a los agotes). No faltan lindezas en euskera: adaburu (cornudo), axari (zorra) u ordi zarra (borracha vieja). “En estos años, hemos llegado a recopilar 600 insultos diferentes. La mayor parte en castellano y algunos en euskera. Es una muestra de la riqueza del lenguaje y de la imaginación de las gentes a la hora de humillar a sus congéneres”.

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