Claire Kilroy colecciona premios y esta última novela suya, Soldier Sailor, ha sido finalista del Women’s Prize for Fiction, ahí es nada. Y desde luego tiene sentido que el jurado la haya visto con buenos ojos porque es la historia de una madre que cuenta las dispares emociones de serlo por primera vez, el sentimiento de maternidad, el cariño hacia el bebé elevado a la enésima potencia, “Adorable, dijo una mujer por la calle, y yo te abracé un poquito más fuerte. Te digo todo el rato que te quiero, pero no es suficiente. (…) ¿Sabes lo que sería capaz de hacer por ti? El universo se inclina a nuestro alrededor (…). Contemplo tu cara dormida. (…) ¿Tienes idea de tu belleza?”.
Kilroy es consciente de que una madre narrando en primera persona es un reclamo, pero sabe también que alternar con una segunda persona con la que interpelar a su retoño es garantía de éxito. Y la novela avanza adquiriendo la forma de una suerte de diario personal de la madre entreverado de vocativos que se dirigen al recién nacido y que aumentan más aún, si cabe, la expresión de los afectos, “Oh, nuestra felicidad, Sailor, nuestra blanca y limpia felicidad”, la mujer involucrando a su hijo en su nueva luna de miel y la novela edulcorándose conforme progresa la lectura hasta alcanzar a convertirse en almíbar cuando al final quiere la autora valerse de la prosa poética, lírica, de Toni Morrison cuando seguía los pasos de Faulkner convirtiendo el texto en algo muy semejante a una oración, o a un poema en el que el ritmo lleva a las palabras en volandas, “Mi niño duende de la arboleda / mi cervatillo del bosque (…) / cuando el viento sople entre las ramas (…). Cuando no seas quien eres”, celebrando el paso del tiempo inexorable para subrayar que la maternidad es una feliz enfermedad crónica que exalta a la mujer y la distingue, “El bebé siempre estuvo aquí. Nací llevando el bebé dentro”. De vez en cuando, una referencia a Beckett o a Bowie y alguna frase grandilocuente en este monólogo más afectado que trascendente. El caso es que hay cariño en abundancia, pero no hay alma, como si Soldier Sailor no fuese solo un ejercicio de estilo en el que se han cargado las tintas, sino algo así como un catálogo de fórmulas necesarias y suficientes.
Kilroy ha escrito un relato tan enternecedor, tan políticamente correcto, tan pertinente, que ya no parece necesario subir el listón. Sobra oficio, falta literatura.
Claire Kilroy colecciona premios y esta última novela suya, Soldier Sailor, ha sido finalista del Women’s Prize for Fiction, ahí es nada. Y desde luego tiene sentido que el jurado la haya visto con buenos ojos porque es la historia de una madre que cuenta las dispares emociones de serlo por primera vez, el sentimiento de maternidad, el cariño hacia el bebé elevado a la enésima potencia, “Adorable, dijo una mujer por la calle, y yo te abracé un poquito más fuerte. Te digo todo el rato que te quiero, pero no es suficiente. (…) ¿Sabes lo que sería capaz de hacer por ti? El universo se inclina a nuestro alrededor (…). Contemplo tu cara dormida. (…) ¿Tienes idea de tu belleza?”. Kilroy es consciente de que una madre narrando en primera persona es un reclamo, pero sabe también que alternar con una segunda persona con la que interpelar a su retoño es garantía de éxito. Y la novela avanza adquiriendo la forma de una suerte de diario personal de la madre entreverado de vocativos que se dirigen al recién nacido y que aumentan más aún, si cabe, la expresión de los afectos, “Oh, nuestra felicidad, Sailor, nuestra blanca y limpia felicidad”, la mujer involucrando a su hijo en su nueva luna de miel y la novela edulcorándose conforme progresa la lectura hasta alcanzar a convertirse en almíbar cuando al final quiere la autora valerse de la prosa poética, lírica, de Toni Morrison cuando seguía los pasos de Faulkner convirtiendo el texto en algo muy semejante a una oración, o a un poema en el que el ritmo lleva a las palabras en volandas, “Mi niño duende de la arboleda / mi cervatillo del bosque (…) / cuando el viento sople entre las ramas (…). Cuando no seas quien eres”, celebrando el paso del tiempo inexorable para subrayar que la maternidad es una feliz enfermedad crónica que exalta a la mujer y la distingue, “El bebé siempre estuvo aquí. Nací llevando el bebé dentro”. De vez en cuando, una referencia a Beckett o a Bowie y alguna frase grandilocuente en este monólogo más afectado que trascendente. El caso es que hay cariño en abundancia, pero no hay alma, como si Soldier Sailor no fuese solo un ejercicio de estilo en el que se han cargado las tintas, sino algo así como un catálogo de fórmulas necesarias y suficientes.Kilroy ha escrito un relato tan enternecedor, tan políticamente correcto, tan pertinente, que ya no parece necesario subir el listón. Sobra oficio, falta literatura. Seguir leyendo
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia
Un relato enternecedor, políticamente correcto, pertinente, pero con más oficio que literatura

Claire Kilroy colecciona premios y esta última novela suya, Soldier Sailor, ha sido finalista del Women’s Prize for Fiction, ahí es nada. Y desde luego tiene sentido que el jurado la haya visto con buenos ojos porque es la historia de una madre que cuenta las dispares emociones de serlo por primera vez, el sentimiento de maternidad, el cariño hacia el bebé elevado a la enésima potencia, “Adorable, dijo una mujer por la calle, y yo te abracé un poquito más fuerte. Te digo todo el rato que te quiero, pero no es suficiente. (…) ¿Sabes lo que sería capaz de hacer por ti? El universo se inclina a nuestro alrededor (…). Contemplo tu cara dormida. (…) ¿Tienes idea de tu belleza?”.
Kilroy es consciente de que una madre narrando en primera persona es un reclamo, pero sabe también que alternar con una segunda persona con la que interpelar a su retoño es garantía de éxito. Y la novela avanza adquiriendo la forma de una suerte de diario personal de la madre entreverado de vocativos que se dirigen al recién nacido y que aumentan más aún, si cabe, la expresión de los afectos, “Oh, nuestra felicidad, Sailor, nuestra blanca y limpia felicidad”, la mujer involucrando a su hijo en su nueva luna de miel y la novela edulcorándose conforme progresa la lectura hasta alcanzar a convertirse en almíbar cuando al final quiere la autora valerse de la prosa poética, lírica, de Toni Morrison cuando seguía los pasos de Faulkner convirtiendo el texto en algo muy semejante a una oración, o a un poema en el que el ritmo lleva a las palabras en volandas, “Mi niño duende de la arboleda / mi cervatillo del bosque (…) / cuando el viento sople entre las ramas (…). Cuando no seas quien eres”, celebrando el paso del tiempo inexorable para subrayar que la maternidad es una feliz enfermedad crónica que exalta a la mujer y la distingue, “El bebé siempre estuvo aquí. Nací llevando el bebé dentro”. De vez en cuando, una referencia a Beckett o a Bowie y alguna frase grandilocuente en este monólogo más afectado que trascendente. El caso es que hay cariño en abundancia, pero no hay alma, como si Soldier Sailor no fuese solo un ejercicio de estilo en el que se han cargado las tintas, sino algo así como un catálogo de fórmulas necesarias y suficientes.
Kilroy ha escrito un relato tan enternecedor, tan políticamente correcto, tan pertinente, que ya no parece necesario subir el listón. Sobra oficio, falta literatura.
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