Luciana de Mello: “Hay mucha necesidad de creer en religiones, en los astros. De buscar respuestas más allá de las que los Gobiernos nos pueden dar”

“Qué breve puede llegar a ser el momento de despegarse de alguien, de algo, de todo. Quedarse, en cambio lleva una vida de pequeñas decisiones que pesan toneladas”, escribe Luciana de Mello (Buenos Aires, 46 años) en Mandinga. Para ella, esta primera novela, que nació como “un cuento de frontera en el taller de Guillermo Saccomanno”, fue un ejercicio de ficción y vida. “La escritura está totalmente ligada a lo que vivo. Y va y viene, es un diálogo constante. Por eso me lleva mucho”, cuenta por videollamada desde Belfast, donde se mudó en 2022. “Me trajeron aquí las ganas de ser extranjera”, reflexiona, “creo que es algo que arrastro familiarmente, moverme de un lugar a otro. Tenía ganas de resetear todo, mi existencia, tener que esforzarme a pensar, ver y sentir desde otro lugar, otra lengua”.

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 La autora argentina afincada en Belfast habla de pertenencia y mestizaje en su novela ‘Mandinga’  

“Qué breve puede llegar a ser el momento de despegarse de alguien, de algo, de todo. Quedarse, en cambio lleva una vida de pequeñas decisiones que pesan toneladas”, escribe Luciana de Mello (Buenos Aires, 46 años) en Mandinga. Para ella, esta primera novela, que nació como “un cuento de frontera en el taller de Guillermo Saccomanno”, fue un ejercicio de ficción y vida. “La escritura está totalmente ligada a lo que vivo. Y va y viene, es un diálogo constante. Por eso me lleva mucho”, cuenta por videollamada desde Belfast, donde se mudó en 2022. “Me trajeron aquí las ganas de ser extranjera”, reflexiona, “creo que es algo que arrastro familiarmente, moverme de un lugar a otro. Tenía ganas de resetear todo, mi existencia, tener que esforzarme a pensar, ver y sentir desde otro lugar, otra lengua”.

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Pregunta. Como la protagonista, usted es afrodescendiente y vivió en la frontera de Uruguay y Brasil. ¿Cómo le ha marcado eso, su origen, su familia?

Respuesta. En todo sentido. Mi familia viene de esta frontera que es Rivera y Santana do Livramento. En casa, mis padres hablaban portuñol para que no entendiéramos, hasta que entendimos, y después las palabras se empezaron a mezclar. No sabíamos qué era portugués, qué portuñol, qué español. Salvo en la frontera, que sí se entendía. El término racializada es algo que aprendí hace muy poco, la concientización de la experiencia del racismo es dura y una puede asimilarla y negarla por la necesidad de ser parte de un lugar. Yo nací en Buenos Aires, mis hermanas también, pero nos llamaban “las uruguayas” o “las negras”, a veces con cariño, otras “negra de mierda” o “volvete a tu país”… Pero para mí yo era tan parte de ese lugar como cualquier otro, no entendía la diferencia y lo dejaba pasar. Mi madre siempre nos transmitía el orgullo de ser quienes somos. Luego estuve en la universidad y a nivel intelectual me fui distanciando mucho de mi familia de origen. Allí no encontraba a nadie que viniera de donde yo había venido. Fue un proceso muy lento darme cuenta de que estaba siempre desencajada.

P. Que había llegado donde se suponía que no debería estar.

R. Exactamente, no había gente como yo, de mis orígenes, que estuviera en esos sitios. Empecé a dar clases en la cárcel de hombres de Buenos Aires y ahí me encontré con la gente de mi barrio. Eso también atravesó la novela. Al escribir me di cuenta de que trabajo sobre la frontera, sobre las fronteras geográficas pero también sociales, de los vínculos, religiosas, culturales…

P. ¿Por qué decidió embarcarse en una novela?

R. Yo creo que fue la pregunta sobre el origen. Qué es ir y qué es venir. Cuando estábamos en Buenos Aires íbamos cuando se podía a ver a la familia en Rivera, en Montevideo… Luego mis padres se mudaron a Brasil, empecé a ir y venir, y estando en Brasil sentía que mi cuerpo entraba en otra existencia. En Argentina yo tenía una existencia mucho más mental, al punto de no hacer nada con mi cuerpo; durante años era como “Yo vivo en mi cabeza, yo soy lo que pienso”. Y en Brasil, parece un lugar común pero me pasó, sentía la necesidad de bailar, sentir el sol, el agua, conexión con el entorno… Estas separaciones que parecían irreconciliables me trajeron preguntas, y esta novela me ayudó a habitar el mestizaje.

P. En ella habla de santos y de santería, de recurrir a los ritos para encontrar orientación en un mundo incierto…

R. Me fascinan los rituales, las religiones, sus mitologías… Como seres humanos estamos formados por esas narrativas. Y en este momento hay mucha necesidad de creer. Se cree en religiones, en los astros, se buscan respuestas más allá de las que los Gobiernos nos pueden dar, porque están colapsando uno atrás de otro. Estamos viendo cómo basta que un señor emperador, ya no presidente, diga que vos sos terrorista para que sea efectivamente real… Ya no podemos confiar en nuestro sistema democrático, en nuestras instituciones, y es realmente aterrador.

P. ¿La escritura es una forma de activismo?

R. Sí, completamente creo que la escritura es una forma de activismo y es una forma del amor. Los idiomas o las lenguas, las medias lenguas, las lenguas mestizas, no solamente existen: tienen su derecho a existir y van a seguir existiendo. Nadie puede controlar la lengua, y por eso tanto pánico se le tiene a cambiar una vocal para hacerla más inclusiva… Me emociona el concepto de frontera de Gloria Anzaldúa, esa amorosidad de la frontera como un lugar donde el otro puede entrar, convivir y generar algo nuevo. Y esa es la salida del mundo, que podamos convivir y generar algo nuevo en espacios donde no tengamos que estar todo el tiempo autodefiniéndonos a capa y espada: soy esto pero no soy aquello. Es ridículo, es ilógico, que a estas alturas del mundo estemos hablando de qué porcentaje de blanquitud o de negritud tenemos, porque también dentro de los movimientos negros hay discriminación colorista, si vos no sos tan negro como el otro significa que sufrisiste menos… Entonces al ser marrón o té con leche no tenés ningún lugar de pertenencia, ¡es tremendo! En vez de honrar estas culturas, estos son los lugares de procedencia que han sido endemoniados, lo que hacemos es replicar estructuras de la blanquitud de las que tanto hablamos.

P. En la novela aborda el abuso sexual infantil, desgrana la culpa y cuenta cómo se tapa en la familia.

R. Lo más difícil para mí de la escritura de este libro fue trabajar el tema de la culpa. Me interesaba plasmar la violencia sobre el cuerpo de la mujer, sobre el cuerpo de los niños, y cómo se replican esas violencias. Yo creo que esto de culpabilizar a los niños cuando sucede el abuso sexual infantil no es solamente una cuestión de clase de clases bajas, sino de todas. Yo escribo esta novela porque tuve una experiencia propia de abuso sexual infantil en el espacio intrafamiliar, y necesitaba contar esa historia de encubrimiento. Ya adulta lo volví a contar en el espacio familiar, dije: “Este hombre que ven acá, que da regalos, que todos quieren y es un padre de familia, respetable, es un abusador”. No hubo mucha respuesta. Obviamente, sus hijos me mandaron callar y el resto de la familia lo siguió visitando y sigue apareciendo en las fotos de la familia. El abuso en la infancia es un tema tabú, muchísimas mujeres lo han vivido y me lo han contado. A mí la novela me ayudó mucho en ese aprendizaje de decir “Yo no me voy a callar”.

P. Fue una forma de exorcizarlo.

R. Sí, de darme voz. De decir que la fuerza está en mí, la voz la tengo yo, la historia la tengo yo y la voy a contar yo. Una cosa es la ficción, pero la real también la conté. Y pude contar la real porque pude escribir la ficción. ¿Cuál es el poder de la literatura? Dar voz, dar voz en ambas direcciones. Es muy importante, sobre todo para personas, comunidades, colectivos y minorías que no la tienen. Hay una académica de Brasilia, Regina Dalcastagnè, que se dedica a estudiar cuál es la representación en la literatura brasileira de las comunidades afrodescendientes, de las clases bajas. Los números son tremendos, han sido narrados por otros. Por eso es tan importante que podamos narrarnos a nosotros mismos, que podamos generar nuestras ficciones, podamos contar la belleza que también hay en estos lugares, que los hay. Es fundamental, es fundamental. Yo no creo que haya reparación de la escritura, de la literatura, de lo que se vive, se vive, pero sí me parece que hay un poder muy grande que es el de tomar la palabra. 

 

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